Contables con complejo de fascistas
«La prosa funcionarial cuenta que si la derecha no pacta con Sánchez se vuelve parte del ala radical. Es una forma de negar el derecho a la oposición ideológica»
En La fiesta de la insignificancia, Milan Kundera cuenta que José Stalin, el padrecito del comunismo, se burla de sus funcionarios con un chiste malo sobre 24 perdices. Nadie se ríe, se han olvidado de lo que es una broma. Kundera sabe que el humor es un arma poderosa, sirve como resorte para hacer despertar al oprimido, al que vive acogotado. La genialidad del sentido irónico- humorístico consiste en que consigue el desapego, logra desnudar el relato y en este preciso momento rompe con la mecanicidad del pensamiento, produciendo un segundo de lucidez, una carcajada.
Esto me pasó a mí el martes escuchando la tertulia de Federico. Hablaban sobre la inhabilidad del PP para dar la batalla ideológica en los frentes abiertos esta semana (memoria histórica, el sainete del CGPJ y la violencia doméstica). «Solo pueden quedarse de contables de Al Capone», dice un tertuliano. Escucho esto desayunando en una tasca de Madrid e intento no reírme en público, pero el tertuliano ha conseguido romper la mecanicidad de mi pensamiento político con un chiste. Sigo meditando si prefiero que me llamen facha o contable de Al Capone. Desfilan en este instante frente a mi mesa un señor con un abrigo de piel hasta los tobillos, pese a que no hace frío, y uno detrás que mira las pieles con aire de desaprobación. Hay personas que saben, con su desaprobación, acomplejar a quienes temen los prejuicios ajenos y también hay quienes se pasan los prejuicios por el forro. Éstos son los que hacen buenos chistes.
Otra lección de Kundera sobre el grillete totalitario es la fabricación del relato. En la ficción de Kundera, Stalin explica que en comparación con Kant, Schopenhauer estuvo más cerca de la verdad y pregunta cuál fue su gran idea. Nadie dice nada. «La gran idea de Schopenhauer, camaradas, es la de que el mundo no es más que representación», dice. Y lo explica: «Hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta. ¿Cómo poner orden a ese caos? La respuesta es clara: imponiendo a todo el mundo una única representación».
«Los socialistas no aspiran solamente a controlar el relato propio, quieren controlar el relato de los contables de la derecha»
Los socialistas no aspiran solamente a controlar el relato propio, sino que, como buenos socialistas, quieren controlar el relato de los contables de la derecha. Esto parece ser una especie de tortura para algunos. Es así como me entero que esta semana he pasado a ser miembro del ala de la derechita dura, yo y todos los que criticamos un reparto de jueces con la mafia de Al Capone. Algunos contables de la derecha han interiorizado esta hilaridad e intentan dar pruebas de honestidad de manera febril. Los periodistas de la redacción moscovita, digo monclovita (de La Moncloa) y parte de los enloquecidos lectores de El País llevaban días publicando las mismas consignas, en una campaña de prosa funcionaria demasiado homogénea.
La prosa funcionarial nos cuenta que si la derecha no pacta con Sánchez se vuelve automáticamente parte del ala radical. Es una forma de negarle a uno el derecho a ejercer una oposición ideológica, fuera de los libros de contabilidad. La pesadez de este ambiente cultural e intelectual radica en su gravedad, en su carga o peso emocional. El PP a veces tiene tanto miedo de los prejuicios y de ese relato único que camina sobre una fina capa de hielo. El mejor antídoto es reírse de toda esta gravedad totalitaria. Al final, si creemos todos los prejuicios y seguimos el relato fabricado sólo llegaremos a ser contables de Al Capone con complejo de fascistas. Ese es el chiste.