Por qué Elon Musk se va a cargar Twitter
«La red social necesita lo contrario de lo que propone su nuevo dueño. No necesita más ingenieros sino más editores y decisiones basadas en criterios humanos»
Se ha convertido en un cliché decir que, si el producto es gratis, el producto eres tú. Es un cliché en parte cierto. El modelo de negocio de la mayoría de plataformas tecnológicas gratuitas es, esencialmente, lo que Shoshanna Zuboff ha denominado «capitalismo de vigilancia»: la captura y acumulación masiva de nuestros datos privados para venderlos a anunciantes. Es un negocio rentable incluso para aquellas plataformas que no tienen publicidad: la información que recoge de ti Twitter, por ejemplo, puede acabar siendo utilizada por un anunciante que te ofrece algo en Instagram.
Sin embargo, a medida que las plataformas tecnológicas han ido creciendo, su producto ya no son solo sus usuarios. En empresas como Facebook (o ahora Meta Platforms, que es dueña de Instagram o WhatsApp, entre otras muchas), Twitter o TikTok, el verdadero producto es la moderación de contenido. Como escribe el periodista Nilay Patel en The Verge, «La moderación de contenido es lo que hace Twitter: es lo que define la experiencia del usuario. Es lo que hace YouTube, es lo que hace Instagram, es lo que hace TikTok. Todos ellos tratan de incentivar las cosas buenas, desincentivar las malas y eliminar las realmente malas».
«Su crítica es un ejemplo clásico del solucionismo de Silicon Valley: todo son problemas técnicos»
Por eso las promesas de «liberación» de Elon Musk, que tras varios meses al final se ha convertido en el CEO y propietario de Twitter, son muy ingenuas: pretende salvar la red social simplemente diciendo muchas veces «libertad de expresión», siendo más laxo con el discurso que permite la red y atacando la «corrección política». No solo es un enfoque demagogo, es muy equivocado. Más que nada porque el gran problema de Twitter no es ese. El 30 de octubre, en uno de los numerosos tuits que ha ido publicando tras su incorporación (en los que está haciendo una extraña «auditoría» pública de la empresa solo para complacer a sus fans), Musk se quejó de que «[en la empresa] hay 10 personas gestionando por cada persona programando». Su crítica es un ejemplo clásico del solucionismo tecnológico de Silicon Valley: todo son problemas técnicos.
Precisamente el problema de libertad de expresión en las redes sociales es la falta, y no la abundancia, de moderadores, sobre todo humanos. La gran mayoría de casos de cierre de cuentas en Twitter por motivos no muy claros son consecuencia de una automatización de esa moderación: se externaliza la decisión a un algoritmo. Y un algoritmo no sabe lo que es la ironía, no atiende al contexto, usa una plantilla única. No sabe distinguir un pezón real de una ilustración, un insulto de una broma.
Hacen falta más moderadores humanos, y gestores en general, no solo para evitar estos casos de censura arbitraria, también para que Twitter sobreviva como una empresa global: la visión de Musk es muy provinciana y no tiene en cuenta la diferencia de legislaciones sobre la libertad de expresión que hay en el mundo, las presiones que reciben empresas como Twitter de países autoritarios que restringen radicalmente la libertad de expresión. Twitter necesita humanos que hagan diplomacia.
«Musk, como todos los líderes populistas, cree que el problema de Twitter es que no estaba él al mando»
Las plataformas tecnológicas invierten muy poco en estas cuestiones, al menos en comparación con sus inversiones en cuestiones técnicas. En Silicon Values. The future of free speech under surveillance capitalism, Yillian C. York dice que «el volumen de inversión en equipos de moderación de contenidos palidece en comparación con el de ingeniería y desarrollo, o el de fusiones y adquisiciones. Esto significa que se recurre principalmente a contratistas externos para realizar gran parte del trabajo pesado para vigilar los cimientos de la principal innovación de las empresas: una plataforma de comunicaciones global y en red. No se trata de una coincidencia, sino de una decisión deliberada de priorizar la expansión sobre los servicios básicos».
Twitter necesita justo lo contrario de lo que propone Musk. No necesita más ingenieros sino más editores, decisiones basadas en criterios humanos (es decir, que tengan en cuenta valores enfrentados, contextos socioeconómicos, dilemas éticos) y que sigan un «debido proceso» (donde se justifiquen mejor decisiones tan equivocadas como la eliminación de la cuenta de Trump, por ejemplo, que fue bastante arbitraria). Pero Musk, como todos los líderes populistas, cree que el problema de Twitter era que no estaba la gente adecuada al mando; es decir, que no estaba él al mando. Esto me recuerda a la célebre frase del fallecido Javier Pérez-Cepeda, que se puede aplicar a todos los asuntos humanos: «En cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos». Sustituya el lector «colectivismo» por el concepto que más le guste.