España: una democracia de rentistas
«Hay dos verdaderos poderes fácticos, los únicos capaces de provocar que les tiemblen las piernas tanto al presidente del Gobierno como al jefe de la oposición»
Es sabido que uno de los principales asuntos de interés en los foros de debate de las redes sociales, si no el que más, gira en torno a los poderes en la sombra que al parecer controlan el mundo desde sus cenáculos secretos. Un selecto consorcio, ese de las catacumbas misteriosas que maneja n a su voluntad a gobiernos de todo el planeta, en el que nunca faltan la Trilateral, el Club Bilderberg, el siempre enigmático George Soros, la francmasonería, los perversos cofrades yankis de Skull and Bones, por supuesto la CIA, los templarios, los illuminati y la Orden Rosacruz, amén de alguna otra turbia cofradía siniestra que ahora no recuerdo. Esos serían los que cortan el bacalao a escala digamos que global. Pero cuando las teorías de la conspiración permanente se circunscriben al ámbito geográfico más próximo, el estrictamente doméstico y español, aparecen en escena nuevos personajes estelares del lado oscuro, al igual que sus mayores foráneos, también ellos ocultos en las trastiendas más opacas.
Y ahí es donde por norma surgen a colación los oligopolios industriales del Ibex, la gran banca o los dueños de los principales grupos de comunicación multimedia. Pero unos que jamás salen a relucir en esas narraciones populares más o menos fantásticas resultan ser los dos verdaderos poderes fácticos hispanos, los únicos capaces, por acción u omisión, de provocar que les tiemblen las piernas tanto al presidente del Gobierno como al jefe de la oposición. Sendos poderes fácticos, esos tan auténticos y presentes en nuestro muy prosaico entorno cotidiano, mucho menos glamurosos que los otros por cierto. Y es que, aquí, en España, los dos grupos de influencia política con mayor capacidad para condicionar las decisiones de PP y PSOE son, y por este orden, los pensionistas y los pequeños propietarios de inmuebles urbanos en régimen de alquiler. De la enorme y muy contrastada capacidad de los pensionistas para amedrentar a los gobiernos habla por sí misma esa revalorización que acaban de conseguir para sus ingresos, algo que no ha logrado ningún otro grupo de interés en este brote inflacionista.
Sin embargo, los pequeños caseros tienden a ser ignorados por norma en todos los análisis sobre los grupos de presión hispanos. Un imperdonable error de bulto, ese de tantos analistas, que se hace evidente cuando se acusa recibo de que el 15% de los hogares españoles obtiene rentas procedentes del arriendo a inquilinos de alguna vivienda de su propiedad. Expresada esa realidad estadística de otra manera: grosso modo, algo más del 20% del censo electoral español (pues los hogares tienden de forma muy mayoritaria a estar compuestos por parejas de adultos con o sin hijos) posee de forma personal y directa intereses económicos relacionados con el sector de los alquileres inmobiliarios. Y ese 20% orientativo, todo él incluido dentro de la gran clase media con nacionalidad española cuyo favor se disputan PSOE y PP en las urnas cada cuatro años, constituye un factor decisivo a tener en cuenta por cualquier estratega electoral que aspire a ganar la Moncloa.
«He ahí, pues, el genuino poder español en la sombra: los abuelos y los rentistas inmobiliarios»
En la prensa se habla mucho de las corporaciones especializadas en el alquiler de inmuebles, uno de los malos oficiales en el problema del acceso a la vivienda, pero esas empresas apenas controlan unos 250.000 pisos en arriendo. Y en España se estima (no se dispone de cifras precisas por la extrema abundancia de contratos en negro) que hay algo más de tres millones y medio de pisos y casas en régimen de alquiler. Por tanto, la titularidad de la inmensa mayoría corresponde a pequeños propietarios particulares. ¿Y a quién se alquila todo ese gran parque de ladrillos? No a la propia clase media, por cierto, que sigue optando de modo abrumador por la propiedad de su hogar. Se alquila a los inmigrantes, que son muchos y no votan; se alquila a los turistas, que son muchos millones y que tampoco votan (en España hay ahora mismo más de 450.000 pisos de uso turístico registrados); y se alquila, en fin, a los jóvenes, que ni tienen dinero para comprar ni tampoco votan demasiado a los dos grandes partidos, algo que los desactiva como potencial riesgo a tener en cuenta a ojos de PP y PSOE. He ahí, pues, el genuino poder español en la sombra: los abuelos y los rentistas inmobiliarios.