8.000 millones
«La riqueza nos da medios para conseguir lo que queremos, y si lo que deseamos es un mundo más limpio, tendremos que ser más ricos; no menos»
La división de Naciones Unidas para el control de la población ha fijado el 15 de septiembre como el día en que alcanzamos los 8.000 millones de personas. Los expertos están haciendo ya el cálculo de cuántos sobran. Es un cálculo complejo. Además, las últimas noticias apuntan a que hay que calibrar no sólo el número, sino su valor en el mercado.
Natalia Kanem, directora del Fondo para la Población de Naciones Unidas, ha estado sometiendo el toro a varias suertes, escondiendo la estocada final. El momento de alcanzar la mentada cifra «no será celebrado por todos». Alguno, dice, «expresará su preocupación porque nuestro mundo», el suyo, «esté superpoblado». Kanem tiene una palabra para esos agoreros: «Estoy aquí para decir con claridad que el sólo número de vidas humanas no es causa de temor». «Demasiados ¿para quién, para qué?». La cuestión exige una aproximación más científica. En definitiva, no se trata de controlar la población de cualquier manera. No es sólo cuántos seamos, sino lo que hagamos. Son las acciones de los «estúpidos» y «ansiosos» que comemos carne, combatimos el aire acondicionado o utilizamos una piscina las que nos convierten en prescindibles.
Estas sutiles consideraciones permiten pensar que hemos avanzado sobre los métodos de los grandes ecologistas del siglo XX; Lenin, Hitler, Stalin o Pol Pot, entre otros. Lenin heredó un país con 170 millones de rusos, y en 1926 ya lo había reducido a 131 millones. Un avance muy notable, sobre todo si tenemos en cuenta que no contaba con la guía moral de Naciones Unidas.
Pues el cálculo ponderado de sobrantes quedaría en nada sin una posición moral. Los nuevos, y viejos, partidarios del control de la población han acuñado su lema, que cabe en un hashtag: «Sobráis». Siempre somos nosotros. Nunca son ellos. Sus ideas sobreviven porque no predican con el ejemplo. Con la excepción de Garrett Hardin y su mujer, estériles por vocación y suicidas de última hora, siempre hablan del control en tercera persona. «Si me preguntas a mí si sobro, te diré que no», aclara Natalia Kanem. Gunnar y Alva Myrdal lideraron un proyecto que esterilizó a 62.888 mujeres en Suecia entre 1935 y 1975. El matrimonio Myrdal tuvo tres hijos.
«El ecologismo ve al hombre como un depredador de recursos»
Las preocupaciones de los Myrdal no son las de ahora. A ellos les inquietaban los «imbéciles», los «gitanos» o «de raza mixta», o los «débiles mentales». Hoy les preocupan los consumidores. El ecologismo ve al hombre como un depredador de recursos. Por cierto que, hablando de guías morales, Francisco se refiere al hombre en varias ocasiones como «depredador» en su encíclica Laudato si. Si el hombre consume, devora, depreda, destruye, un nacimiento es una mala noticia, y sumar mil millones de almas a la tierra es un crimen.
Lo que no tienen en cuenta es que las personas no solo consumimos, sino que tenemos una capacidad creativa que nos permite hacer el mundo más fructífero y más ordenado. Comenzamos el siglo XX con 1.650 millones de personas. Desde entonces, hemos reducido el número de personas que viven en la pobreza; no digamos su porcentaje sobre el total. Hemos reducido el analfabetismo de casi el 90% a menos del 14%. Hemos tenido que dejar de hablar de «hambre» para mencionar la «desnutrición», porque la primera ha desaparecido. Aumentan la esperanza de vida y otros indicadores de salud.
Y todo ello no es a pesar de que seamos más, sino precisamente por ello. Todos intentamos mejorar la porción que nos toca del mundo, y si nos dejan en paz lo hacemos. La riqueza nos da medios para conseguir lo que queremos, y si lo que deseamos es un mundo más limpio, tendremos que ser más ricos; no menos. Y darle la vuelta al lema de los malthusianos de última hora. Los que sobran son ellos.