Ibuprofeno para la 'ley trans'
«Nos encontramos una vez más con la utilización espuria de un problema para hacer ideología, aunque se arrase con la lógica, la razón o la ciencia»
Las izquierdas están muy preocupadas porque en Madrid se «destruye» la sanidad pública. Es entonces cuando reparten batas blancas, organizan ‘manifas’, e insultan al Gobierno de la «derecha y ultraderecha». «La sanidad pública no se toca, se respeta», dicen. Qué bonito, pero les importa un higo el criterio de los médicos cuando se refiere a la transexualidad. Es de idiotas que haga falta una receta médica para adquirir en la farmacia una caja de ibuprofeno, y que no sea necesario ni un dictamen médico para cambiarse de sexo.
Creo que todos nos congratulamos de que la izquierda se preocupe por algo que no sea la felicidad de Otegi y Gabriel Rufián. No obstante, estaría bien un poco de coherencia, y que tuvieran un criterio que no abochorne.
Me refiero a que la izquierda mire para otro lado con la ley trans desoyendo lo que dicen los médicos de la sanidad pública. Si el criterio técnico de los sanitarios es válido para organizar las urgencias en la Comunidad de Madrid, también debería serlo para la cuestión del cambio de sexo en menores.
La Organización Médica Colegial de España, que algo tendrá que saber sobre el asunto aunque solo sea por estudios y experiencia, dice que la ley trans «no protege a los menores sin madurez». Vamos, que lo de la voluntad por encima de la ciencia es como lo de la opinión equiparable al conocimiento.
«Estamos hablando de mutilación y transformación irreversible en el cuerpo de un menor»
La transexualidad no es una broma, no es el unicornio que se desliza por el arcoiris. Estamos hablando de mutilación y transformación irreversible en el cuerpo de un menor. No se trata de negar la disforia de sexo, sino de tomársela en serio. No hablamos, por mucho que se empeñen Irene Montero y su cuchipanda, de romper la heteronormatividad patriarcal neoliberal. Es una cuestión que atañe a la sanidad pública, y que tiene sus protocolos científicos.
La citada organización, que reúne a todos los colegios de médicos del país, no es una reunión de cargos públicos podemitas que aseguran el aplauso a la ministra cuando insulta o adoctrina. Quía, que diría el clásico. Son médicos y se ajustan a las evidencias.
Así nos encontramos una vez más con la utilización espuria de un problema para hacer ideología, aunque se arrase con la lógica, la razón o la ciencia. Si el criterio a seguir con el asunto de la Atención Primaria en Madrid, por poner un ejemplo, es escuchar a los profesionales de la sanidad pública, ¿por qué no en el caso de la transexualidad? La respuesta es obvia: la izquierda hace política con todo de forma arbitraria, sin sentido, a cascoporro.
La ceguera de la izquierda podemita es tan grande que considera que incluir un diagnóstico médico multidisciplinar en cada caso de disforia de sexo es una vulneración de los derechos humanos. Y si se pide un informe de salud mental, ni te cuento. ¿Por qué niegan la importancia del equilibrio psicológico del menor? Eso no es tratar de loco a nadie, sino saber las razones reales del deseo de cambiar de sexo. Es incomprensible esa censura de la izquierda a la psicología y a la psiquiatría.
«La protección de los menores es un bien superior por el que debe velar la administración»
Sabemos que a esta izquierda no le importa que el sistema sea garantista, sino que sea a voluntad. Es el «sí se puede» como disolvente de todo lo que era sólido en nuestra civilización porque estaba basado en la razón y la ciencia. Un cambio tan decisivo para una persona, especialmente para un menor, como es el de sexo, debería contar con algún informe médico completo.
Quizá esto desbarate el plan demiúrgico de Irene Montero, pero es importante disminuir los riesgos psicológicos y orgánicos derivados de un proceso de cambio de sexo. La protección de los menores es un bien superior por el que debe velar la administración.
Esto va más allá de que se «borre a las mujeres». Tiene que ver con la garantía de una vida digna de los menores para cuando sean adultos, y la coherencia en el discurso sobre el respeto a la sanidad pública. El empecinamiento podemita es tan ridículo que quizá el remedio sea que quien quiera cambiar de sexo tenga que pedir una receta de ibuprofeno y ansiolíticos para aguantar la transformación. Quizá así se le haga un informe multidisciplinar.