Pablo Iglesias fuera del aula
«Iglesias es desagradable, carece de sentido del humor y de delicadeza y respeto al adversario, pero no hubiera podido llegar adonde llegó de otra manera»
-¿A usted le parece bien que la Complutense le niegue cualquier plaza a Pablo Iglesias, ya sea como profesor de Periodismo ya sea de Ciencias Políticas, y le suspenda en todas las oposiciones? ¿No le parece un poco raro esto?
Estábamos la otra noche en la coctelería Derby, donde el barman, anhelante de instrucción, me pregunta siempre mi opinión sobre los asuntos que más preocupan a la comunidad…
Y a mí no se me caen los anillos por ilustrarle, todo lo contrario. Así que le respondí:
-Pues mira, Carlitos: Pablo Iglesias, como es público y notorio, tiene educación, tiene estudios y tiene experiencia política y periodística sobradas para dar clases en la universidad, donde, por otra parte, los profesores suelen ser personas que no han podido o no han querido entrar de verdad en política o trabajar en la prensa. En los claustros no veo a Anson ni a Cebrián ni a Quique Arias… sino a profesores que nunca se bregaron en los periódicos que ellos dirigían.
-Es lo que yo pienso –dijo Carlitos-. Además de que está el hecho, nada nimio, de que Pablo Iglesias ha sido nada menos que vicepresidente del Gobierno.
«Emana de él una idea de tensión y conflictividad, que lo hace poco deseable para instituciones universitarias»
-Sí. Eso debería valer más que cinco másters. Pero sucede que ese señor tiene un aura poco o nada atractiva, un aura tóxica. Ha pisado muchos callos innecesariamente, emana de él una idea de tensión y conflictividad, una imagen hostil, que lo hace poco deseable para instituciones universitarias que seguramente aspiran a que su gallinero no se alborote demasiado.
-¿Pero acaso es culpa suya ese generar hostilidad del que usted habla, don Ignacio?
-Carlitos, tengo una carraspera… tengo seca la garganta.
-Aquí tiene para humedecerla la botella de orujo blanco, lo destila mi cuñado Antón de Mondoñedo, y aquí tiene usted una copa balón, sírvase a voluntad y considérese invitado por la casa…
-¡Ahora te escucho, Carlitos!
-No, soy yo el que le escucha a usted. Por favor, siga ilustrándome.
La verdad es que el tema no me ponía, pues tengo demasiado presente la imagen de Pablo Iglesias con su coleta, el beso que en el Parlamento le dio en los morros a un correligionario, cierta cursilería léxica revolucionaria, aquella cursilería agresiva… eran en él muchas cosas insignificantes las que me desagradaban sobremanera y hasta me irritaban.
En cambio, sobre las ideas políticas que le animaban no opino, pues creo que si esas ideas surgieron (o mejor dicho: si volvieron) no fue por capricho suyo ni de cuatro resentidos, sino como reacción popular a una situación de necesidad determinada, a la ruptura previa de un pacto social que lleva a la liquidación de las clases medias y del Estado del Bienestar; y negarlo es propio de necios.
Además, creo que para pensar la realidad no hay que ser por principio de izquierdas ni de derechas, sino que lo sensato es fluctuar hacia un lado u otro según dónde se desajusten las líneas fundamentales de la convivencia y según dónde deban corregirse. Esta es una convicción anti-sectaria y anti-inmovilista que puede parecer débil, aunque tal como yo lo veo sea todo lo contrario, fortísima, pero admito que debería desarrollarla más, y quizá lo haga en otro artículo, más adelante.
-En fin, que sentía yo –dije— una fuerte antipatía estética hacia Pablo Iglesias…
-Pero vamos a ver, don Ignacio, ¿acaso esa idea de tensión y hostilidad de la que me hablaba usted era culpa de él?
«Para irrumpir en un mapa político y alterarlo es preciso reunir valor»
-Mira… No enteramente suya. No cabe duda de que para romper un estatu quo petrificado, ya sea para romper un largo matrimonio que ha acabado siendo insatisfactorio… o para irrumpir en un mapa político, y alterarlo… es preciso reunir valor y hay que violentarse a uno mismo; y esto, quieras que no, te pone tenso, te hace romper cosas, te obliga a ser iconoclasta y desagradable. Pablo Iglesias ha sido, es, desagradable, carece de sentido del humor y de la delicadeza y respeto al adversario que en una sociedad civilizada debería ser exigible, pero creo que no hubiera podido llegar adonde llegó de otra manera. De la misma manera que estoy convencido de que para gobernar es necesario mentir a los electores, sin lo cual es imposible alcanzar el poder. ¿Qué le vamos a hacer?… Ahora recuerdo que cuando un diputado de Vox recogió sus bártulos y se fue de un debate en el que Pablo Iglesias le había acusado, bajamente, de fantasear con dar un golpe de Estado, «quieren darlo, pero no se atreven»…
-El de Vox que usted dice era Iván Espinosa de los Monteros.
-Eso, Carlitos. Espinosa de los Monteros. Pablo, viendo que éste, muy ofendido, se iba, le dijo: «Cierre la puerta al salir». Y esto me pareció de una bravuconería rufianesca inaceptable…
-Ah, «rufianesca» lo dice usted por… ¡qué sutil es usted, don Ignacio! No da puntada sin hilo, ¿verdad?
-Psé…
-Pero me decepciona ir viendo que a usted las ideas, liberales, comunistas, socialdemócratas o populistas, en el fondo le importan un pepino y que sólo presta atención a los gestos y a la buena o mal educación.
-Qué quieres, Carlitos, me puede la estética. Me pongo en la piel de Pablo Iglesias queriendo, legítimamente, a mi parecer, acceder a la universidad, pero también me pongo en la situación del claustro de profesores cuyos miembros seguramente no desean encontrarse cada mañana con él ante la máquina del café.
-Ya. Es usted un tibio, «yo conozco en tus obras que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».
No me esperaba de Carlitos que citase el Apocalipsis. ¿Dijo eso de veras? ¿Lo dijo, o fueron fantasías auditivas provocadas por la imprudente ingesta del orujo de su cuñado de Mondoñedo?… En fin… donde menos esperas salta la liebre…