THE OBJECTIVE
Javier Benegas

La traición de la inteligencia media

«Nos hemos acostumbrado a jalear a quien nos da la razón, cancelar a quien nos discute y arrogarnos una superioridad moral para estar por encima de todo»

Opinión
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La traición de la inteligencia media

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Y tú, papá, ¿qué hacías cuando todo se desmoronaba? Esta es una pregunta que, en mi imaginación, me planteé hace tiempo, cuando mis hijos eran todavía pequeños y la degradación política empezó a hacerse evidente. Me imaginé entonces con 20 años más, conversando con mis hijos ya adultos durante la comida del domingo. Y que, de pronto, comentando la enésima noticia de corrupción, abuso o exceso gubernamental, uno de ellos me espetara: «Y tú, papá, ¿qué hacías cuando todo esto empezó a irse al carajo?». Inmediatamente pensé en lo difícil que es criar a los hijos, en los sacrificios y renuncias que conlleva, si se quiere, claro está, ser un padre que merezca tal apelativo. Así que me imaginé respondiendo a la defensiva: «Lo que hacía, hijo, es deslomarme para pagar la hipoteca, vuestra educación y todo lo que precisa una familia para vivir dignamente, que no es poco». Esta respuesta, pensé, no estaba del todo mal. Después de todo, es muy fácil criticar a los padres cuando, estando aún bajo su protección, no se es consciente de lo dura y exigente que puede llegar a ser la vida

Sin embargo, no me quedé satisfecho. Más que razones, lo que le ofrecía a mi hijo con esa respuesta eran justificaciones, pretextos con los que descargar mi responsabilidad. Estaba reconociendo que, ciertamente, siendo estrictos, debería haber hecho algo más, aunque fuera poco, pero que bastante tenía ya con mis obligaciones como para preocuparme de los asuntos públicos. Eso era competencia de otros. Si acaso, mi responsabilidad para con la política se circunscribía a votar cada cuatro años el mal menor. 

Lamentablemente, que el mal nunca es menor es algo que tarde o temprano acabamos descubriendo. Lo que diferencia a uno de otro, al mal mayor del menor, es la velocidad a la que se llega a un resultado igualmente desagradable. Ocurre que el mal menor, con su parsimonia, nos mantiene convenientemente alejados del horizonte final. Y esta lejanía nos permite alegar en nuestro descargo la imposibilidad de anticipar lo que acabará sucediendo. Pero no es verdad. Sabemos no solo que las ideas tienen consecuencias, también que todo lo que dejemos sin atender o consintamos que atiendan los políticos sin la debida vigilancia tarde o temprano supondrá un coste que acabaremos pagando nosotros y nuestros hijos, no ellos.

«Nos hemos deslizado por la pendiente del empobrecimiento económico, la corrupción política y la ineficiencia del Estado»

Desde que me planteé este dilema las cosas no han hecho sino ir a peor. A lo largo de estos años, nos hemos deslizado parsimoniosamente por la resbaladiza pendiente del empobrecimiento económico, la corrupción política y la ineficiencia del Estado. Una deriva cuya responsabilidad, concluimos, corresponde a los partidos y a las élites porque, apegados como están a sus propios intereses, se han vuelto completamente refractarios al interés general. Pero ¿y la inteligencia media?, ¿dónde está?, ¿a qué se dedica? 

La inteligencia media es aquella que constituye el ciudadano común correctamente formado, la del profesional que hace bien su trabajo, la del currante con oficio, la del emprendedor que no ambiciona levantar una gran corporación, solo una empresa que funcione bien, la del buen maestro, la del funcionario cumplidor que sirve diligentemente a sus conciudadanos, en definitiva, todas aquellas personas con sentido común y buen hacer. Gente modesta pero con cierta ética y un nivel de exigencia superior.

La inteligencia media, aunque sea anónima, es lo que vertebra un país. Para explicarlo de manera que se entienda, es como la figura del suboficial en el ejército, donde mandan los generales pero son los suboficiales los que hacen que las cosas funcionen, supliendo, si es necesario, las carencias de un mal oficial. 

Lamentablemente, la inteligencia media española parece estar también en decadencia. Se ha convertido en el eco del rugir de los partidos con sus arrebatadas pero fugaces polémicas. Es probable que esto sea resultado del pésimo modelo educativo, lo que no sería de extrañar, o de la falta de cultura democrática, o de ambos. El caso es que creemos saber muchas cosas, pero en realidad sabemos muy poco, porque nos hemos acostumbrado a reafirmarnos en nuestras suposiciones, a jalear a quien nos da la razón, a cancelar a quien nos discute y a arrogarnos una superioridad moral con la que situarnos por encima de la razón. Esto nos convierte en personas beligerantes y miopes.

Un ejemplo de esta miopía es la polémica desatada a propósito del proyecto de la ley de empleo porque, según informaciones aparecidas en la prensa, contempla que las personas LGTBi avisen de su orientación sexual al SEPE para ser prioritarias en las ofertas de empleo. Inmediatamente se desató una acalorada discusión pública que, en la práctica, resulta ociosa. Ciertamente, favorecer a unos en perjuicio de todos los demás implica desigualdad ante la ley. Sin embargo, detrás de este desatino se oculta otro mucho más indignante y que, sin embargo, se vuele invisible a nuestros ojos. Y es que resulta bastante más probable ver un OVNI que ver al SEPE proporcionando un empleo. 

La función del SEPE que, según datos de 2021, cuenta con 8.214 empleados, es la ordenación, desarrollo y seguimiento de programas y medidas de Políticas de Empleo, es decir, ayudar a los desempleados a encontrar trabajo. Pero, a lo sumo, sirve para inscribirse como parado y solicitar la prestación correspondiente. Un servicio que, además, como ya parece ser norma en la Administración, requiere de una cita previa que solo puede obtenerse durante una breve ventana de tiempo conectándose online a primera hora de la mañana.

«A diferencia de la Justicia, PSOE y PP se han preocupado de dotar a la Agencia Tributaria de todos los medios tecnológicos»

Lo mismo sucede con la acalorada discusión sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Un asunto que PSOE y PP han convertido en el ser o no ser de la democracia, acusándose mutuamente, claro está, de antidemócratas, mientras que la insoportable lentitud de los procedimientos judiciales, por falta de medios, parecen asumirla como el estado natural de la Justicia. Curiosamente, a diferencia de lo sucedido con la Administración de Justicia, PSOE y PP se han preocupado mucho de dotar a la Agencia Tributaria de todos los medios tecnológicos, de tal suerte que, en la actualidad, este organismo nada tiene que envidiar a la sala de juegos de guerra del Pentágono. 

Hay infinidad de ejemplos de polémicas miopes sobre las que la inteligencia media se tira en plancha y que, en realidad, sirven para distraerla de los graves males de un país — sobre todo, de un Estado— en el que lo que hace 20 años funcionaba mal, hoy funciona infinitamente peor. A este respecto, me viene a la cabeza el comentario de un lector en el foro de este mismo diario, en el que, poco más o menos, pedía que los artículos de opinión fueran breves y directos, que no le hiciéramos leer ni pensar más de la cuenta porque su cabeza corría el riesgo de «explotar». Para este lector, que no era analfabeto, sino ejemplo de la inteligencia media, un artículo tenía que plasmar sus propios pensamientos de la forma más atractiva posible. No obligarle a reflexionar, mucho menos desafiarle. En definitiva, leer tenía que ser un entretenimiento, un masaje para la mente, no un esfuerzo intelectual. Este comentario me hizo recordar lo que, según el profesor Hanford Henderson (1861-1941), es un aristócrata: 

«Puede ser un jornalero, un artesano, un comerciante, un profesional, un escritor, un estadista. No es una cuestión de nacimiento, ocupación o educación. Es una actitud mental trasladada a la acción diaria. [El espíritu aristocrático] es el amor desinteresado y apasionado por la excelencia… en todas partes y en todo; el aristócrata, para merecer el nombre, debe amarlo en sí mismo, en su propia mente alerta, en su propio espíritu iluminado, y debe amarlo en los demás; hay que amarlo en todas las relaciones humanas y ocupaciones y actividades; en todas las cosas en tierra o mar o cielo». 

Así pues, si usted, querido lector, se considera parte de la inteligencia media y ha sido capaz de leer hasta aquí sin que le explote la cabeza, le animo a que, en vez de tirarse en plancha en cualquier polémica, aspire a ser aristocrático en el sentido que expresa Henderson. Porque esta es, en mi opinión, nuestra última baza. Al fin y al cabo, la inteligencia media está en la base de las empresas, de las fundaciones, de las administraciones, incluso en la militancia de los partidos. Es el vivero de esa otra inteligencia capaz de proyectarse hacia el éxito. Olvídese de los líderes políticos y las élites. Si algo puede cambiar el rumbo es la inteligencia media que está en todas partes.

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