Entre brujas ya nos conocemos...
«Vaya por delante que a mí me parece asqueroso atacar a un adversario político metiéndose con su vida personal de la manera más cutre y soez»
Yo era delegada del diario Avui en Madrid cuando, siendo todavía José María Aznar presidente del gobierno, su esposa, Ana Botella, decidió dar el salto a la política activa. Siempre se le había atribuido un papel decisivo entre las bambalinas del aznarismo. Por ejemplo, la famosa cena del Majestic, a la que Aznar entró siendo el enemigo público del nacionalismo catalán y salió con un pie en la Moncloa. Pues todo eso habría podido quedarse en un atasco de rencores y recelos de no lanzarse Ana Botella a romper las defensas de Marta Ferrusola. La esposa de Jordi Pujol había ido a cenar con cara de ir al matadero. Salió encantada de lo simpática, conservadora y poco indulgente con los subordinados divorciados que era la futura primera dama española.
Botella logró ser alcaldesa de Madrid, nadie se engañó nunca sobre cómo y por qué. Su faena fue esencialmente correcta (si nos olvidamos de ciertas luces y sombras sobre la vivienda social y los fondos buitre…) y yo diría que hasta más que eso si tenemos en cuenta la crueldad con que la izquierda siempre la trató. ¿Se acuerdan de la «relaxing cup of café con leche en la Plaza Mayor»? Será todo lo hilarante que ustedes quieran… pero es curioso que la inmensa mayoría de la gente que se ha reído, no habla un inglés mucho más presentable que ese.
Uno de los que más se rieron y la trataron despectiva y agresivamente de «señora de» fue, precisamente, Pablo Iglesias. El mismo que ahora clama por la cascada de injurias (pues eso son, sin duda), volcada sobre la cabeza de la ministra de Igualdad y madre de sus tres hijos, Irene Montero.
Vaya por delante que a mí me parece sumamente asqueroso atacar a un adversario político metiéndose con su vida personal -siendo esta perfectamente legal- de la manera más cutre y soez. Sé de lo que hablo porque hace años que lo sufro en mis carnes. Desde que me empecé a enfrentar al procés, antes incluso de entrar en política, cuando lo hacía a título personal y periodístico, bueno, pues ya me encontré de todo: que si puta, que si borracha, que si tus exparejas, que si tu escote…
No sé si todo el mundo recuerda que el detonante final de mi entrada en política fue precisamente ese. Un linchamiento público y en redes tan salvaje que pedí, y obtuve, el amparo de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación de Asociaciones de Prensa de España. Dos diputados catalanes a los que entonces no conocía de nada (David Pérez del PSC, y Nacho Martín Blanco de Ciutadans) me defendieron con ahínco desde la tribuna del Parlament.
«Ya lo había visto otras veces: cuando a Inés Arrimadas, un payaso (literalmente, un cómico) de TV3 la llamó «puta» en Twitter»
En cambio no movió un dedo, una pestaña ni un tuit alguien con quien yo tenía cierta amistad (que por mi parte no se extingue, no sé por la suya…), con el entonces diputado y destacado dirigente de Unidas Podemos, amén de secretario general del PCE, Enrique de Santiago. Le pedí su ayuda también. Me ignoró. Sólo le he visto despeinarse en defensa de mujeres estrictamente de extrema izquierda. A las demás, ni agua, nos digan lo que nos digan, nos pase lo que nos pase. Ya lo había visto otras veces: cuando a Inés Arrimadas, un payaso (literalmente, un cómico) de TV3 la llamó «puta» en Twitter. Cuando el escrache en la pradera de San Isidro a Begoña Villacís embarazada…
Lo más divertido es que unos meses más tarde, Enrique me mandó no sé cuántos tuits sobre un amigo suyo, periodista presuntamente represaliado por decir no sé qué cosa bolivariana…. y pretendía algo así como que yo iniciara una huelga de hambre a su favor. Del bolivariano, sí. Yo le contesté con educada ironía: «¿Pero de verdad me dices que hay gente en España a la que se intenta linchar por sus ideas? ¡Qué horror, quién lo iba a decir! Tendremos que ponernos las pilas»…
«No seas sarcástica», va y me reprocha encima. Por lo menos esta vez dio señales de vida. Prefirió en cambio envolverse en un silencio elusivo cuando le pregunté si era verdad que habían expulsado de IU a Lidia Falcón y a su Partido Feminista por oponerse a Irene Montero, y a lo que entonces era la embrión de su ley Trans. Poco después supe que Lidia Falcón tenía puesta una denuncia contra la Fiscalía de Odio de Madrid, atención… ¡por la conselleria de Benestar Social de la Generalitat! Qué hacía el gobierno catalán denunciando a Lidia Falcón en Madrid por oponerse como feminista histórica a las leyes de Irene Montero, en fin: prefiero no pensarlo.
A Lidia Falcón la intentaron echar de todas partes, no sólo de IU. Otro tanto pasó al poco con Lucía Etxebarría, la escritora que también osó desafiar el paradigma morado. A ver, me interesa llamar hoy aquí la atención del lector, no tanto sobre quién tiene más o menos razón, incluso mejor o peor carácter…como sobre el tremendo peligro de enfrentarte al ministerio de Igualdad. Llamamientos en Twitter a no comprar tus libros, cascadas de insultos, oprobio y escarnio, acusaciones de plagio tratadas casi como acusaciones de asesinato…Miedo da, en serio. Yo sólo he visto cosa igual cuando plantas cara al procés.
Y así llegamos a lo más reciente: al fiasco anunciado de la ley del sólo sí es sí, que algunos han defendido y hasta votado (gente de mi propio partido) de buena fe, que a otros no nos ha hecho nunca gracia, la verdad, pero entendíamos y entendemos el debate. La necesidad de hablarlo seria, calmadamente. Pues no. Si te les ponías enfrente eras un facha, una asquerosidad política, una babosa civil, y como tal había que tratarte, aplastarte y escarnecerte. No es una metáfora, sino una triste constatación de cómo muere cada día un pedacito de democracia en este país. Por la vía de aterrorizar a cualquiera que intente hacer uso de ella.
¿Me parece bien a mí que quien a hierro mata, a hierro muere, y que Irene Montero cate ahora el amargo «jarabe democrático» que ella y los que son como ella llevan años dando de beber con embudo a todos los demás? Pues no, mire. Ni así. Cuando el otro día, en el Parlament, unas diputadas socialistas y hasta de ERC me/nos propusieron sumarnos a una «condena espontánea» de la violencia política, online, etc, que con tanta crudeza se ceba a veces sobre las mujeres con exposición pública, yo pensé: me apunto la primera, claro que sí. Lo que está mal está mal, también cuando se lo hacen a Irene Montero.
…Me habría bastado con que el manifiesto que se iba a leer en la protesta “espontánea”, y que por supuesto lo iba a leer la presidenta de la comisión de Igualdad y Feminismos del Parlament, que por supuesto es de En Comú Podem, la versión catalana de Podemos, condenara todos los ataques de este tipo vengan de donde vengan. Ah, pero no: sólo se mencionaba, como único foco de la infección, a la «extrema derecha». ¿Qué pasa con la extrema izquierda?, pregunté yo. Silencio embarazoso. Y una que ya va aprendiendo de política: «Si tanto problema es, si tanta vergüenza os da, poned que condenamos los ataques de todos los extremismos, así, sin adjetivos, y ya nos vale a todas, no sólo a Irene Montero»…
No hubo tu tía. Muchas diputadas de muchos grupos me/nos daban la razón, unas más abiertamente, otras más por lo bajini, tratando de enmendar el manifiesto. No se pudo. Eran moradas y eran lentejas, las tomas o las dejas. O me lo votas todo o eres culpable de todas las agresiones sexuales que vaya a haber en España. O te tragas mi churro de ley Trans, o eres tránsfoba. Podemismo o muerte.
Pues esta vez va a ser que sólo no es no. Que o se defiende a todas, o se protesta por todas, o se exige el respeto a todas y cada una, o que conmigo y con todos y todas las que van conmigo, pues sencillamente que no cuenten.
A estas alturas y de esta gente, ¿lecciones de qué? Por cierto, me dicen que el autor de ciertos tuits bastante cobardes y asquerosos contra Macarena Olona no anda muy lejos del Parlamento catalán. En fin. Seguimos.