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Pepa Gea

Castigados sin leyes

«Pesan más las lágrimas de rabia de las que fueron violadas y ahora insultadas por su incompetencia que las que ellas vierten por un dolor fingido e interesado»

Opinión
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Castigados sin leyes

Erich Gordon

Es fácil acordarse de cuando nos decían algo así al romper cualquier cosa jugando con un balón. Sánchez no puede cesarlas y dejarlas sin los juguetes que les regaló sin cesar él después, ni nosotros inhabilitarlas porque la soberanía es del pueblo solo cuando vota. Así que aquí paz y después gloria. Pero os castigo y os quito la pelota, que aún no tenéis edad para jugar a lo que juegan los adultos.

Ellas juegan, nosotros sufrimos las consecuencias. A la pequeña Irenita y a su pandi le han quitado sus juguetes de mayores; están tan rabiosas que amenazan con la pena y hasta con no respirar si no se les escucha. Lloran ofendidas y, con cada lágrima, sus vestidos se vuelven mas clasistas y su discurso mas sectario. Quieren parecer niñas buenas, limpias de toda mácula, pero su poca higiene ética hace que crezca nuestra apatía. Y es que, ya, nos da igual. Si nos fuerzan a elegir, siempre, en la balanza de la pena, pesan más las lágrimas de rabia de las que fueron maltratadas, violadas y ahora insultadas por su incompetencia que las que ellas vierten por un dolor fingido e interesado. Aún somos capaces de tamizarlo porque somos gente de bien, aunque cada día sea mas trabajoso serlo.

Os quedáis por ahora sin Ley de familias y sin ley trans porque vuestro supervisor no quiere que una pandilla de adolescentes que celebran el final de curso en Nueva York le ensucie su paso por la historia. Una historia que le recordará por mover a un muerto, dice, no por darle años de vida a cientos de asesinos.

En España pasan cosas. Pasan en los trabajos, en las casas, en las aulas, en las consultas y en la calle, porque las decisiones políticas nos arreglan o nos complican la vida y la mayoría de las veces, por desgracia, solo aciertan a hacerlo con lo segundo.

«Nuestros dirigentes adolecen de una infección que se llama vanidad que les endurece la cara»

Mientras nos contagiamos unos a otros de esa terrible banalidad que hace que todo nos dé igual, nuestros dirigentes adolecen de una infección que se llama vanidad que les endurece la cara y les adelgaza la piel. Solo son capaces de mirar por encima de sus narices, como dice el chiste:

– ¿Y esta maravillosa obra de arte quién la pintó?

– Es un espejo.

– Ya decía yo…

Enerva que el engreimiento de una inmadurez manifiesta sobresalga por encima del desconsuelo de las víctimas de criminales agradecidos al sistema por su ineptitud. Y todavía dice que no dimite porque los responsables políticos tienen que dar la cara en momentos difíciles, como si no fuera obvio que lo suyo es de una clase política sin clase ni habilidad. Sé que esto ya es historia, pero espero que perdure en la memoria y no solo de las víctimas a las que el otro extremo de nuestro espectro político las ha acabado de soterrar.

Maldito cáncer ese de no tener filtros. No es necesario verbalizar todo lo que pensamos, es de primero de educación. Nadie ha implotado por callarse una opinión. Falta contención en este mundo ñoño y de pacotilla donde la sangre no conmueve, pero las palabras mortifican.  

Y ahora la ley de trata… de tratar de arreglar este despojo del quirófano Frankenstein, con un injerto que se pegue a la piel quemada y sensibilizada de esta banda de radicales libres con querencia a defender a todo tipo de delincuentes. Ley, que como a los niños con las pelotas, les fue arrebatada por el Ministerio de Justicia y que se acaba de aprobar con la pertinente pataleta de Igualdad, que la ha calificado de insuficiente. Como ve, se atreve a calificar leyes. Definitivamente los humos de esta pandi son inacabables, en lugar de asumir el error y manifestar arrepentimiento, se hinchan esféricamente evidenciando lo que dijera Tagore, que la diferencia entre lo sutil y lo vulgar está en su ignorancia.

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