Irán, callejón sin salida
«Es denunciable que nuestras feministas estatales callen de forma vergonzante ante lo que está sucediendo en Irán»
A mi entrañable amigo, Fernando Reinares
Pocos gobiernos y movimientos políticos han logrado suscitar tanta desorientación como el régimen chií de los ayatolás, establecido por un imán iraní casi desconocido, en febrero de 1979. Vale la pena recordar que poco antes de que Jomeini accediera al poder, el embajador norteamericano en Teherán veía en él a una especie de Gandhi. Durante la gestación de su teocracia, en su exilio francés, el imam Ruholá Jomeini fue capaz de presentar con extrema habilidad una oferta que conjugaba la islamización de su país, en apariencia por los deseos del pueblo iraní frente a la dictadura atea del Sha, con un régimen que respetaría los derechos humanos vulnerados por el tirano. El grito de los manifestantes que en Teherán solicitaban su retorno era Istiqlal, Azadi, Yumuriyya islamí, esto es, «independencia, libertad, régimen -legible también como república- islámico».
El juego siguió hasta la aprobación del texto constitucional de abril de 1979, con una inteligente combinación por Jomeini de la participación del pueblo, comprendida la división de poderes, inspirada por la Constitución francesa de 1958, y un caparazón que consagraba en el vértice la preeminencia del sucesor de Alí, el Guía de la Revolución. Era un cargo adscrito al ayatolá Jomeini y luego lo será a quien designara como sucesor.
El tinglado democrático sirvió de eficaz anzuelo para la captación de gran parte de los iraníes, que no se habían levantado contra el Sha para sustituirlo por otra dictadura. Pero toda idea de soberanía democrática resultaba sofocada por la puesta en ejercicio de una teocracia, régimen que casi siempre, como Dios no existe materialmente, es de hecho una hierocracia, el gobierno de una casta de sacerdotes. Y una teocracia que controlaba estrechamente a los poderes formalmente democráticos. Pudo haber elecciones libres en apariencia, solo que los candidatos eran cribados previamente según el criterio que ya en su tiempo utilizaran los Medici, de supresión de la condición de elegibles, si eran desafectos o distantes. En Irán lo dictamina una Comisión de expertos, cuyo presidente está situado tras el Guía y por encima del presidente de la República Islámica. Durante cierto tiempo, el montaje se reveló un importante factor de estabilidad, según pudo verse con mandatos de Mohammad Jatami, primero, de 1897 a 2005, y de Hasan Rohaini más tarde, de 2013 a 2021. Sobre todo Jatami supo dar audiencia al descontento general y traducirlo en una expectativa de cambio, generadora de consenso. Visité Irán en 1998 durante su mandato y muchos esperaban que jugara allí el papel aquí desempeñado por Juan Carlos. Triste espejismo: sus grandes promesas fueron yuguladas por el guía de la Revolución, Alí Jamenei. Fue un episodio emocionante y trágico.
No habían pasado veinte años desde el establecimiento del Jomeinato y todavía en las calles de Isfahan si preguntabas por la gran plaza del Imán, algunos te respondían que era la del Sha. Pero por todas partes hormigueaban soplones y vigilantes, signos de una permanente represión que penetraba en la vida cotidiana. A partir de la represión ordenada en 1999 por Alí Jamenei sobre el movimiento universitario, quedó ya claro lo esencial. Del mismo modo que los asesinatos en masa de 1978-1980 hicieron buena a la savak, la policía secreta del Sha, entonces ya con métodos soviéticos, la yumuriyya islamí estaba y estaba dispuesta a ahogar en sangre toda oposición que la pusiese en peligro. Cuenta además con el imponente aparato paramilitar de los basidyi, guardianes de la Revolución que hacen en la calle, llegado el caso, el trabajo sucio de ejército y policía.
«El régimen permanece inmóvil. Los muertos se acumulan, también los miles de detenidos»
La falsa flexibilidad exhibida por el régimen chií fue rentable. Ha dado lugar a sucesivas oleadas de optimismo desde el exterior, cada vez que surgieron importantes movimientos de oposición al régimen. En 1999, diez años más tarde con la revolución verde, y ahora. Al poner de manifiesto el grado de descontento y la voluntad de movilización de la sociedad urbana en Irán, cobró forma el espejismo de que el régimen estaría obligado a ceder ante la capacidad de presión popular. En la actualidad sería también ante su capacidad de sacrificio. Solo que el régimen permanece inmóvil. Los muertos se acumulan, también los miles de detenidos. Entre tanto, las imágenes muy divulgadas de jóvenes tirando al suelo sus velos y los gorros de los molás -religiosos chiíes- son emocionantes, revelan una capacidad de acción arriesgada y pacífica en defensa de la propia dignidad, mas no van a cambiar las cosas. Pueden incluso servir de argumentos para la represión. De Alá no se ríe nadie.
Este es el punto capital. Los comentaristas hablan de violación de los derechos humanos, de deshumanización, cuando en realidad tales categorías no tienen entrada en el campo semántico del islam. Conviene insistir siempre en que no hay un sujeto social llamado «hombre», desde el enfoque islamista, sino una distinción radical entre creyentes de un lado, que cumplen la ley coránica -la sharía– de imponer lo ordenado e impedir o sancionar lo prohibido, siguiendo los mandatos de Alá, y de otro, enfrentados a ellos y destinados a que los primeros les castiguen, los no-creyentes, cuya noción de la justicia, autónoma y humana, contraviene la supremacía de Dios.
Esta barrera divide a dos mundos enfrentados. Uno sacralizado, el de los creyentes, esclavos de Alá, quien a cambio de tal condición les dota de poder legítimo sobre los demás componentes del género humano. Y de una facultad de represión ilimitada, de alzarse de un modo u otro los no-creyentes, kafires, los mal llamados por nosotros infieles. Tal es la regla de acción vigente, con apariencia más amable, en Irán, o frontalmente sanguinaria en el Estado Islámico. Consecuencia: solo cabe esperar algún cambio en Irán si, algo casi imposible, el único poder social con capacidad para ello, el Ejército, aunque estrechamente vigilado e integrado en el régimen, proporciona un apoyo fáctico a la movilización pacífica de masas. Por sí misma, esta es incapaz de derribar la teocracia de Alí Jamenei. El Guía piensa que ya se cansarán de sufrir detenidos, torturados y muertos, los cuales van por su descreimiento directamente a la yehenna, al infierno. El juego es transparente.
En un lejano pasado, existieron dignatarios de la yumuriyya islamí, decididos defensores de un cambio. El mejor ejemplo fue el gran ayatolá Alí Montazeri, sucesor designado de Jomeini hasta que denunció violaciones de derechos, y cuyo hijo, a quien conocí en una conferencia sobre Islam y mujer en Damasco, fue en 2016 encarcelado. Van apagándose las vidas de los teóricos reformadores del Islam que alumbró la revolución del 79, como Abdelkorim Soroush. La contestación se ha desplazado a las mujeres y los hombres del interior de la sociedad iraní, que sin ayuda serán inevitablemente aplastadas y aplastados. Aquí sirve la distinción de género.
«Es denunciable que nuestras feministas estatales callen de forma vergonzante ante lo que está sucediendo en Irán»
Componente hoy principal de la lucha por la democracia, la movilización de la mujer iraní ha adquirido un valor universal, bajo el lema «Mujer, vida, libertad», y que concierne de modo directo al conjunto del islam, así como a las actitudes a adoptar sobre su ordenación dualista en el tema de la desigualdad de género, consagrada por el 4.34 del Corán. Con todas sus dificultades, el respeto hacia el mundo musulmán, el rechazo de la islamofobia, así como de todo brote xenófobo, tiene que ser compatible con la crítica a la condición femenina, inexorablemente subordinada al hombre en ese espacio religioso, con el velo por emblema, y frontalmente también contra la represión ejercida en tal cuestión por regímenes islámicos. Aquí y ahora por el iraní. Es abiertamente denunciable que nuestras feministas estatales callen de forma vergonzante ante lo que está sucediendo en Irán, y qué decir de quien se prestó a ser marioneta del anticapitalismo el servicio de la televisión aquí instalada por ese régimen.
Una última reflexión, surgida cuando en un reciente desplazamiento en la banlieue de París comprobé la abrumadora mayoría de inmigrantes musulmanes de primera y segunda generación en el autobús donde viajaba. En principio, estupendo, ningún problema: mestizaje y cambio religioso. La cosa se complica si ponemos en relación ese dato demográfico y cultural con el hecho de que ningún miembro de la comunidad musulmana, ni aquí ni allí, nunca, condenó frontalmente los atentados registrados en Europa, ni ahora cuanto ocurre en Irán. Como máximo, utilizan escapatorias, al declarar los preguntados que esos terroristas no son musulmanes.
Algo del todo insuficiente y deliberadamente engañoso. Ello nos sugiere que hay un problema serio a encarar con la creciente minoría musulmana en los terrenos de la educación y de los valores. Una cosa es la fe en Alá y otra que esa creencia sea derivada hacia la ignorancia o el rechazo de nuestros valores humanos, los de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que sirven tanto para execrar un atentado islamista, como los crímenes de Putin o el presidio de Guantánamo. Abandonemos en este punto la monserga del supuesto eurocentrismo.