Pasando a la historia
«’Sánchez pasó a la historia’, podremos decir cuando se vaya o lo echen. Por el momento, ya sabemos que, en vez de gobernar, se dedica a hacer historia»
El presidente Sánchez pasará a la historia no por lo que él cree, sino por ser el gran inspirador de mis columnas. Es la tercera seguida que le dedico. No me había pasado con nadie. Compite él solo con toda la actualidad. Y le gana.
Lo de pasar a la historia lo dijo en el homenaje a Almudena Grandes, que para grande él. No puede ser azaroso que al otro Grande que tiene en su gobierno, Marlaska, se empeñe en empequeñecerlo. Al aguantarlo en el ministerio, mientras claman los acontecimientos lúgubres de junio en Melilla, lo está sometiendo a un proceso de jibarización espeluznante (con la impagable colaboración, todo hay que decirlo, del propio Marlaska). Nadie en el Gobierno Sánchez puede hacerle sombra a Sánchez y nadie se la hace. Todos y todas son fusibles que se irán quemando para proteger su resplandor: el Presidente Sol, tal vez así se vea.
Esto de convertir homenajes en autohomenajes, como ha señalado Rafa Latorre, no se le da nada mal a Sánchez. Hace poco lo hizo con Felipe González, en el cuadragésimo aniversario de la primera victoria socialista. Entonces el homenaje se lo birló al homenajeado en sus vivas narices. Ahora se lo ha birlado a una muerta. Ya es tener poca sensibilidad semántica hablar de exhumaciones en semejante ocasión. Una sensibilidad que no le faltó al realizador del vídeo, que en ese momento de la perorata de Sánchez pasó a enfocar el retrato de la homenajeada ausente. Sus deudos aplaudieron.
«Su idea de la memoria histórica, que ha logrado hacer ley, contempla no solo la pretérita, sino también la por venir»
El instante historicista de Sánchez es enternecedor. En un ámbito ideológicamente afín, lleno de cantautores, de rockeros convertidos en cantautores y de cineastas convertidos en cantautores, el presidente les mostró lo que se cuece en su cabecita; o mejor, les abrió su corazón. Hay que fijarse en su gestualidad, en su movimiento de manos, en su apurada sonrisa, en su mirada: qué candorosa exhibición de modestia. Les estaba haciendo partícipes de lo que siente; se lo estaba ofrendando. Transcribo: «Bueno, una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador de un gran, eh, monumento como el que construyó en, en el Valle de los Caídos. Y yo siempre digo [aplausos]… No… Siempre digo…». No es Churchill como orador, aunque se dirige a la historia en el taxi de Attlee.
Su idea de la memoria histórica, que ha logrado hacer ley, contempla no solo la pretérita, sino también la por venir. Nuestro Napoleón les tira de la manga a los historiadores futuros para que le dejen pasar, algo que siempre consiguió el presidente en su juventud discotequera. Aspira a ser recordado como trasladador de cadáveres. Aunque esta es solo «una de las cosas». Asegura tener más. Le creemos. Ahora que sabemos que se sabe el poema de que la historia de España termina mal, no me extrañaría verlo presumiendo como ante aquel presentador de TVE: «¿Y eso de quién depende?». Sí, puede que pase a la historia en lamentables condiciones.
Pero también existe la otra acepción de «pasar a la historia»: acabarse, ser olvidado. «Sánchez pasó a la historia», podremos decir cuando se vaya o lo echen. Por el momento, ya sabemos que, en vez de gobernar, se dedica a hacer historia. Quizá esto explique su política.
En fin, este tipo de columnas son como chutar a portería vacía (como el taxi de Attlee). Da hasta cosa. Salvo que la portería no está vacía: hay una legión de sanchistas parándole goles. Entre ellos el primer periódico del país. De esto sí tendrán que ocuparse los historiadores futuros. Tarea que les dejan virgen los politólogos presentes.