Xi Jinping y la molesta costumbre de que pasen cosas
«Bajo la superficie de la omnipotencia de Xi Jinping y el partido comunista, alienta un hartazgo general por las restricciones impuestas por la covid desde hace años»
Es leyenda que un periodista joven le preguntó al ex primer ministro británico Harold McMillan qué es lo más difícil de la política, a lo que este respondió: «Los acontecimientos, querido muchacho, los acontecimientos». Esta respuesta tan ingeniosa es aplicable no sólo a la política sino a la vida en general; uno puede trazar planes milimétricos e infalibles, como los de Hitler para conquistar la URSS, pero luego se adelantan las lluvias del otoño que embarran las carreteras y demoran el avance de los tanques, y luego caen las nieves del crudo invierno o sucede cualquier otro contratiempo y todo se va al demonio. O sea, uno se casa la mar de ilusionado en La Almudena y da el banquete de bodas en el Ritz creyendo que su amor es para siempre y al cabo de unos meses recibe una carta del abogado de su esposa, una carta muy pero que muy desagradable.
Haces mucho footing para estar en plena forma, pero un mal gesto te avería para siempre la rodilla, vuelves a la vida sedentaria, engordas, se te dispara el colesterol, infarto, te mueres y todo por el maldito footing. Etcétera. «Events, my dear boy, events». Los hechos tienen la mala costumbre de suceder. Es que no puede uno estar nunca tranquilo. Recuerda la ingeniosa sentencia de McMillan la situación del presidente chino Xi Jinping, de quien hace poco se hablaba como de un triunfador en siete tableros geoestratégicos: el crecimiento económico, la victoria sobre la covid, la expansión y conquista incruenta de África, el aplastamiento de la revuelta de Hong Kong, la amenaza a Taiwán, los equilibrios ventajosos con USA, Putin y la guerra de Ucrania, el aumento de su poder personal reconsagrado en el XX Congreso del Partido Comunista, incluyendo la purga de su predecesor en el cargo Hu Jintao, obligado a abandonar la sala donde se celebraba el congreso y ante la mirada de sus camaradas y la perplejidad de los periodistas acreditados. Qué tipo. Qué poder. No hay quien le tosa.
Pero entonces sucede uno de esos impertinentes acontecimientos («Events», etc.) que se sabe cómo comienzan pero no cómo terminan ni qué ramificaciones tendrán. Ante el rebrote del virus en Urumqi, capital de la provincia de Xingiang, y en otras ciudades, se impone la misma «cirugía de acero» de los confinamientos severos, la política del covid cero, con severas medidas restrictivas del movimiento, largas colas diarias para hacerse el imperativo test, etc, que tan exitosa resultó en 2020 y que alimentó el orgullo chino frente al decadente Occidente. Pero en un edificio de viviendas de Urumqi se declaró la semana pasada el incendio de la cocina de un piso, el fuego se extendió a todo el edificio y por más socorro que pidieron por teléfono murieron diez personas porque no pudieron salir de sus viviendas y los bomberos no llegaron a salvarlos, todo esto debido (ignoro los detalles exactos) a que las medidas del confinamiento impidieron a unos abandonar el edificio y a los otros llegar a él con las mangueras.
«En varias ciudades se cantan lemas que no se oían desde 1989, cuando el Estado aplastó la revuelta de la plaza de Tiananmén»
A través de WeChat se difundieron por toda China vídeos de gente desesperada encerrada en sus casas, pidiendo ayuda. La plasticidad de esas imágenes despertó la simpatía general, la conciencia de que aquello podía pasarle a cualquiera y, después de una primera, silenciosa manifestación de duelo con velas, estallaron las protestas en cerca de veinte ciudades, revelando así que, bajo la superficie de la omnipotencia de Xi Jinping y el partido comunista y de la sumisión del pueblo, alentaba un hartazgo general por las restricciones que la covid viene imponiendo desde hace tres años. En Shanghái, en Pekín, en otras ciudades se cantan lemas inimaginables («Abajo Xinping», «Abajo el partido comunista») que no se oían en ese país desde 1989, cuando el Estado aplastó la revuelta de la plaza de Tiananmén a sangre y fuego.
En este momento mientras se espera que Xi, que hasta el momento ha permanecido callado, se manifieste. Las calles se han vaciado, las plazas donde se celebraban las manifestaciones están fuertemente custodiadas por la policía, las comunicaciones son interceptadas para evitar que circulen la información y las convocatorias de protestas, y, mientras se organiza la represión de los líderes (en sintonía con el refrán chino que cita la veterana periodista sinóloga Vivian Wu: «Mata al gato para aterrorizar a los monos»), se intenta apaciguar a los demás relajando las medidas restrictivas del covid cero… asumiendo así el riesgo de un posible recrudecimiento de la pandemia, con cientos de miles de muertes… O de que esas muertes no se produzcan, y entonces sería evidente que las medidas severas eran innecesarias. «Events, my dear boy, events».