THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Encastillados

«Hablo de los viajeros del pasado como símbolos de un mundo abierto y curioso. Todo lo contrario al mundo donde vivimos ahora, atemorizado por lo ya conocido»

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Encastillados

Ilustración. | Erich Gordon.

Como China va por delante, tal vez deberíamos pensar que los encierros, enclaustramientos, asfixias sociales y demás medidas tomadas en Shanghái y otras ciudades no son más que una metáfora del mundo donde vamos a vivir y no me refiero al covid, ni a nada de eso. Hubo un tiempo en que el espíritu de Marco Polo –y Marco Polo mismo, por supuesto– era la esperanza de que otros mundos existían en este. Las especias, la pasta, la pólvora y las sedas, pero también la ciencia y el pensamiento. Pierre Loti se fue a Turquía –como antes lo hizo Flaubert– en busca de la sensualidad del Oriente y una vida imposible en Occidente. T.E. Lawrence se fue a Arabia y ahí mezcló sus intereses privados con los del Foreign Office –aquí tuvimos a Domingo Badía, más jibarizado– y de aquellos polvos vinieron los lodos posteriores en la zona, pero allí Lawrence fue feliz como no lo habría sido tras los blancos acantilados de Dover. Hubo más: Robert Byron o Rose Macaulay y detrás de ellos un sinfín de viajeros en busca del universo-mundo y de sí mismos y pienso ahora en los últimos: Leigh-Fermor, Chatwin, Theroux, Norman Lewis, Dalrymple y tantos otros, sin olvidar a los hippies y sus migraciones en furgoneta a la India, Pakistán o Afganistán allá por los 60/70.

–Usted habla de viajeros.

–No, yo hablo de esos viajeros como símbolos de un mundo abierto y curioso y pese a los riesgos que pudiera haber –asaltos de bandoleros, epidemias, amenazas de sátrapas y tiranos, sectas incendiarias… (y esto ya parece una novela de Salgari)–, en absoluto atemorizado ante lo desconocido. Todo lo contrario al mundo donde vivimos ahora, atemorizado por lo ya conocido y en la creencia de que eso es todo, amigos, y a casa, Netflix, kilómetro cero, comercio de proximidad, y a dormir. Encastillados y sin más panorama que el propio ombligo –sostenible y resiliente, eso sí–, aunque la apariencia, puro espejismo, sea la opuesta tantos son los que se han turistizado.

«¿Dónde ha quedado la fascinación de Oriente por Occidente? Sólo en la irrealidad de la ficción»

Porque si miramos al otro lado del espejo, ocurre lo mismo y vuelvo a Pierre Loti y su orientalismo, tan teatral como sentido, que al abandonar Turquía decoró su casa natal de Rochefort como un palacio estambulí con mezquita incluida, o como los antiguos decorados de los estudios fotográficos que había junto a La Alhambra a principios del siglo XX pero a lo grande y refinado, sin cartón piedra. ¿Dónde ha quedado la fascinación de Oriente por Occidente? Ni en las parabólicas ha quedado; sólo en la irrealidad de la ficción.

Orhan Pamuk escribió sobre la relación entre un astrólogo y el sultán Mehmet y un científico italiano hecho esclavo, con las máquinas de guerra de Leonardo Da Vinci detrás. Mathias Enard lo hizo sobre Miguel Ángel y el sultán Beyazid y la construcción de un puente sobre el Cuerno de Oro. Y en el recién aparecido en Elba, El espejo mágico, de Jean Frémon –ni una página que no sea puro refinamiento–, otro Mehmet, hijo del sultán Murad es retratado por el gran Gentile Bellini, que tan bien pintó la ciudad de Venecia y a sus visitantes turcos con sus henchidos turbantes. Por no hablar de los encargos eróticos a Courbet. ¿Dónde queda todo eso? Rastros de un mundo que ya no es más que para algunos que somos raros y cada día que pasa aún parecemos más raros de lo que somos.

Los espejos y los espejismos… ¿Estamos irremisiblemente encastillados? ¿Durante cuánto tiempo? Escribía Victoria Carvajal en estas páginas sobre el frenazo del flujo económico entre naciones en beneficio, digamos, de una vuelta al narcisismo económico como forma –¿histérica?– de supervivencia (Buy european). Los Estados Unidos por un lado y Europa por otro, mientras China se relame y Rusia se tensa en un anuncio de la decadencia del libremercado y las democracias liberales cuesta abajo. Y vivan las subvenciones –dólares a un lado, euros al otro–, a ver si retrasamos el desastre, cuando sabemos que cualquier retraso potencia la magnitud de aquél. En fin, como para ponerse a bailar mientras recordamos a Bellini y a Courbet, a Miguel Ángel y a Marco Polo cuando el mundo era el gabinete abierto de todas las maravillas, los viajeros habían reemplazado a los guerreros y el arte a la disputa.

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