THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

La extraña demostración

«La bronca pública de Xi Jinping a Justin Trudeau fue una muestra ejemplar de la confrontación entre el mundo tal como lo conocimos y la insustancialidad actual»

Opinión
1 comentario
La extraña demostración

Ilustración de Erich Gordon.

Me gustó mucho la bronca pública de Xi Jinping al premier canadiense Justin Trudeau en Bali. Fue una muestra ejemplar de la confrontación entre el mundo tal como lo conocimos y la insustancialidad actual. El mundo antiguo –por llamarlo algo– frente al mundo pos-todo y caradura. Ahí estaba un sentido del respeto –heredero de Confucio más que de Mao– frente a un hijo de la posmodernidad y su postureo de la imagen. Ahí estaba la vieja astucia frente a la frivolidad y un cierto cansancio en el rictus chino, como diciendo, no sé si este joven va a ser capaz de entender lo que le digo.

Que también estaban el malvado poder real y el fatuo poder imaginario, es verdad, pero en algún momento de la riña pensé que ahí había un hombre frente a un bachiller cogido en falta, que desconoce incluso dónde está la falta y ve que de ese atolladero no va a salir. Trudeau se había ido de la lengua con la prensa –un clásico entre la clase política occidental cuando hace el gallito– y Xi Jinping se lo dijo muy claro y frente a las cámaras, para que lo entendiera él y lo entendiera también Occidente entero: con la confianza no se juega, no se puede hablar en privado y luego irse de la lengua en casa. La bronca le cayó a Justin Trudeau pero podría haberle caído a alguno más. El recriminado balbuceó sobre la libertad –qué diferencia con la talla de estadista de su padre– e hizo mutis por el foro, muy descolocado y encogiéndose de hombros. Casi daban ganas de pasarle el pañuelo.

Poco después pensé en Wuhan, en el murciélago y el pangolín. Pensé en la nueva oleada covid en China y en las medidas, más tiránicas que estrictas, aplicadas a la población. Recordé la posibilidad de que fuera un virus de laboratorio –uno de esos laboratorios de guerra bacteriológica situados en la zona– y me castigué con una máscara antigás de la Gran Guerra durante unos minutos por si me había dejado llevar por alguna tesis conspiranoica, Bosé style. Pero… Siempre hay un pero y esta vez estaba en las secuelas de la enfermedad infligidas a un amigo cercano.

Este amigo y yo charlamos a menudo y el otro día, mosqueado, me enumeró sus males: fatigas súbitas; neblinas ocasionales en la mente; subidón rápido del efecto de las bebidas alcohólicas; y algunos pequeños detalles más que callo por no alargar la lista e ir al grano. Lo peor –añadió– son los sueños.

«Tantos años de marxismo aplicado a la literatura, tantos años de realismo socialista, han neutralizado a Tu-Fu, Li-Po y compañía»

–¿Qué te ocurre con los sueños?, le pregunté.

–Un misterio, dijo. Hay un intruso que sueña por mí.

–Tiene su lógica, le dije, si creemos que el virus es chino y pensamos que lo que me dices del intruso guarda relación con el sabio chino que soñaba ser una mariposa durante el día y la mariposa que soñaba ser aquel sabio durante la noche y se pasó la vida sin dilucidar si era una cosa o la otra.

–Lo mío es peor, contestó. Yo soñaba en relatos, a veces absurdos, otras placenteros, plagados de imágenes y símbolos, de metáforas y figuras, de cosas relacionadas con mi vida y vidas ajenas, o no… Siempre lo pasé bien soñando, como les pasa a otros. Sueños dignos de Frazer, de Jung, de Cirlot… Es cierto que con la edad soñaba menos y desde que tuve la covid sueño mucho más, pero… (ya dije que siempre hay un pero) siendo yo escritor, ya no sueño como el escritor que soy; se ha colado otro en mi lugar. Ahora sueño como un escritor realista, un descendiente de Zola, un desastre.

–¿Qué quieres decir?

–Que mis sueños son planos, que parecen ideados por Pereda, el de Peñas arriba, o por Isaac Montero, un suponer, y no diré contemporáneos nuestros –tengo una lista– por no ofender, pero sí, también por ellos. Un aburrimiento.

–O sea y salvando las distancias: como si Borges, al soñar, se convirtiera, yo qué sé, en Cambaceres.

–Exactamente. Imagina el drama de doña Leonor primero y de Kodama después.

–Pues ya no me quedan dudas: el virus es chino y de laboratorio. Tantos años de marxismo aplicado a la literatura, tantos años de realismo socialista, han neutralizado a Tu-Fu, Li-Po y compañía. Un desastre, como dices. Espero que al menos esta secuela, se te pase pronto, amigo mío: ser un discípulo de Lukács a estas alturas, aunque sea en sueños, debe de ser una verdadera pesadilla.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D