Desde la otra vuelta del jamón
«La conciencia de la finitud, de la no eternidad de la fiesta, no nos duele tanto porque sabemos que no hay tiempo que perder, y que el tiempo dado es ganado, un regalo»
Qué larga es la noche de quien no duerme. Noche de gripe, tiritonas, toses del averno y esas luchas intestinas, nunca mejor dicho, para asumir el huevo en mal estado o vomitarlo, para combatir el virus o recibirlo como el nuevo e incómodo okupa de tu organismo.
Noches sin dormir en las que, asumido el insomnio, se ven videos-resumen de los últimos cinco mundiales de fútbol y los últimos treinta títulos de Champions, como ese humillante 4-0 del Milan de Capello al Barça de Cruyff en la temporada 93-94. Y también se fantasea con publicar ensayos breves pero que se vendan como churros, en la frontera entre la autoayuda y el misticismo de andar por casa. Título provisional: Desde la otra vuelta del jamón.
Porque si Pío Baroja publicó sus memorias bajo la fórmula de Desde la última vuelta del camino (felizmente reeditadas ahora por Cátedra, con motivo de los 150 años de su nacimiento), suena oportuno ese mirar la vida desde esa perspectiva: la del segundo y definitivo tiempo, la de esos 45 minutos que decidirán el marcador. El de una vida lograda o el de una vida sobrevivida.
Esos mimbres fueron los que alimentaron mi desvelo griposo de hace unas noches. La frase cuñada («estamos en la segunda vuelta del jamón») que se aplica a los que entramos en los cuarenta hace ya un tiempo y que nos enfrentamos a esa cosa de que la vida iba en serio y tal. Hay quien dice que de los cuarenta a los sesenta se produce una especie de U, es decir, de descenso anímico vital pronunciado y panmenopáusico que reflota ya al vislumbrar la jubilación. Mala cosa enfrentarse así a los años de madurez, de templanza, de calma tras tantas tormentas.
No. Mi pequeño best-seller, mi ensayito con ínfulas, será positivo; no tanto como para caer en los excesos motivacionales más baratuelos, pero sí para compartir algunos afortunados hallazgos. Como que en la segunda parte de este juego llamado vida contamos con el bagaje de lo ensayado, de tanto error y algún acierto, para hacer una tabula rasa y empezar desde cero, pero con todas las horas de vuelo acumuladas.
La primera acometida al jamón fue estimulante por lo nuevo, la voracidad, el hambre de grasa ibérica. Pero fuimos toscos, impacientes, perdimos buenas lascas de carne por nuestra precipitación e impericia. Ahora será distinta. El pernil se muestra impoluto al margen de las infames tarascadas que dimos a su reverso. Jamón y cuenta nueva. Ahora nos sentimos ligeros, con una muda nueva, somos menos capullos y más mariposas.
Y la conciencia de la finitud, de la no eternidad de la fiesta, no nos duele tanto porque sabemos que no hay tiempo que perder, y que el tiempo dado es ganado, un regalo, ya sea en tiempo ordinario o fiesta de guardar. En esta vuelta lo aceptamos todo, como se hace del cerdo, y eso también nos aleja de las ansiedades contemporáneas. Los battiatianos, además, confiamos en que torneremo ancora, y en cada vuelta completa a la pierna de cerdo existencial seremos más perfectos: el jamón vegano, si me apuras.
«Es lo bueno de haber vivido, de haber bebido, que ahora nos podemos dedicar a dejarnos mecer por la existencia»
Decía Ignacio Peyró en su ‘Hombres de mi edad’ que ahora apetece más un colacao o un abrazo antes de dormir que un gintonic. Es cierto. Es lo bueno de haber vivido, de haber bebido, que ahora nos podemos dedicar a dejarnos mecer por la existencia. Pensaba el otro día que no hay una palabra para soñar hacia atrás, más allá de recordar, o evocar. Es ese patrimonio del melancólico justo, que en estas alturas de la película se reconcilia con el metraje anterior, es más, lo custodia como uno de esos cotizados legajos que se depositan en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.
En esta segunda vuelta se domina la enfermedad del ego herido y pueril, el deseo de epatar a unos y a otros, incluso a uno mismo. Se asume y se acepta lo que hay que hacer, lo que se puede hacer, y se hace. Y así se van exprimiendo los días, extrayendo sus vitaminas ocultas, alimentándonos de esas partículas intangibles que se esconden entre las virutillas de ese jamón fino y jugoso que, ahora sí, hemos aprendido a cortar sin cortarnos.