De la imposible defenestración de Sánchez
«No imaginaba que un autócrata narcisista pudiese disfrutar de tanta impunidad entre los suyos. Su defenestración solo pueden llevarla a cabo los electores»
Por fin salió alguien en activo del PSOE, Page, a criticar abiertamente lo que Lambán criticó y luego se medio retractó para volverse ahora a medio pronunciar (y se rumorea que si Barbón). Han pasado veinticuatro horas cuando escribo y Page aún no se ha retractado. Los teléfonos desde Moncloa deben de estar zumbando. No sé si para cuando ustedes lean esta columna habrá habido alguna novedad. La actualidad española se mueve a ritmo de sismógrafo en pleno terremoto.
El problema de los críticos del PSOE es que no se podrán cargar a Sánchez. Por la razón que apunté una vez: ya se lo cargaron. Y volvió el tío y ahí sigue. Hubo un PSOE que olió el peligro de Sánchez. Y se lo cargó sin contemplaciones. Entonces pareció brutal cómo actuó contra él. Lo que hicieron entonces se corresponde con lo que después hemos venido viendo que era el personaje. Pero aquel PSOE desapareció. Fue Sánchez el que se lo cargó a su vez, tras su regreso triunfal empujado por la militancia. Los críticos o semicríticos como Page y Lambán (y puede que Barbón) no tienen nada que hacer.
La militancia se ha soldado a Sánchez, así como lo que queda del partido (o el partido que queda), salvo los pocos críticos y semicríticos (y los que se lo piensan), y va dando los bandazos de Sánchez y cruzando sus líneas rojas, que son ya una pasarela. Un elemento importante es que con Sánchez hay poder y con el PSOE que lo defenestró no lo había ya: era un partido en declive. Es un puro asunto de poder, alimentado con la gasolina del partidismo. Solo cambiará algo cuando Sánchez pierda el poder. Su defenestración efectiva solo pueden llevarla a cabo los electores.
«Lo que no sabía es que los partidistas no contasen con ningún otro principio superior al de su partidismo»
El problema ya no es Sánchez, sino quienes lo apoyan: por acción o por omisión. Entre estos últimos me son particularmente entrañables los articulistas del primer diario del país. También aquí hay tres críticos, como en el PSOE: hasta este punto llega la correspondencia entre este partido y su periódico. Salvo esas excepciones, los que no son abiertamente sanchistas, es decir, los que conservan un poco de vergüenza, hacen malabares para escoger cada semana un tema del que escribir que no sea el tema del que hay que escribir. Resulta de ello amenísimas misceláneas. Llama particularmente la atención el silencio (¡alcanza ya dimensiones argullolianas!) de un histórico colaborador que en otros tiempos se mostró muy preocupado por la desdichada suerte de la república de Weimar y ahora siempre encuentra otras cosas de las que escribir que no son la deriva española, que apunta a otra Weimar.
En cuanto a los cómplices por acción, son propiamente las termitas de Weimar. Un Sánchez solo no basta. Para llevar a cabo el deterioro a que está sometiendo al Estado de derecho, con su utilización partidista del código penal, con su abaratamiento de la malversación, con su asalto a las instituciones, con su degradación de la democracia y con sus concesiones al populismo y al independentismo, hacen falta muchos. Yo no me imaginaba que un autócrata narcisista pudiese contar con tantos en la España constitucional, que pudiese disfrutar de tanta impunidad entre los suyos.
Que el partidismo obcecado era un mal de este país (tal vez la más soez muestra de franquismo sociológico; muy conectado, por otra parte, con la tradición española) ya lo sabía. Lo que no sabía es que los partidistas no contasen con ningún otro principio superior al de su partidismo. Con Sánchez lo estamos viendo. Como lo vieron en su día los que lo defenestraron para nada.