THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

El ambiguo paraguas del lujo

«El dinero lo es todo, y se engaña vilmente al proletario -pues el rico lo sabe- cuando se le dice mintiendo que el dinero no es fundamental»

Opinión
4 comentarios
El ambiguo paraguas del lujo

Los asientos de un avión. | Unsplash

El lujo (no es difícil entenderlo, justo o no) siempre ha sido algo minoritario, probablemente exclusivo. ¿Por qué me refiero al lujo como a una peculiar protección? ¿Se ha vuelto más económico? No. Sería además una contradicción en los términos. Hace pocas semanas hice un vuelo nacional en avión. Fui con mi amiga Soledad Puértolas a San Sebastián a hablar, en su ciudad natal, del incordio y atractivo Baroja. Confieso que hacía bastante -la excepción Canarias- que no hacía un viaje aéreo dentro de España. Encuentro que los trenes, y singularmente los AVE, han dejado obsoleto el avión, mucho más incómodo y masificado como se verá. Pero me mandaron billetes y los acepté. El aeropuerto de Donostia no es grande, y sólo admite aviones medianos.

También debo confesar que mis viajes exteriores -México y Colombia con frecuencia, últimamente- los hago en preferente, clase ejecutiva o business. A mi edad no sé cómo llegaría (tras diez horas largas de vuelo) en la apretujada y porqué no decirlo, un tanto inhumana clase turista. Pero, obvio es, a San Sebastián fui en turista. Los equipajes apenas caben en los compartimentos superiores, los pasajeros se incomodan, pero aguantan (incluso equipajes de mano se van a bodega) y la tripulación se limita con una sonrisa a hacer que se obedezcan órdenes. Entre fila y fila de sillones el espacio es estrecho, mínimo, alguien alto irá sin duda incómodo. Todo es masivo, inclemente, aborregado. ¿Siempre fue así? Juro que no. Viajé con mi madre a México, siendo poco más que adolescente, y la clase turista, irreprochable, era como mínimo igual a la actual preferente. Pero es cierto que la pesadilla -fruto de la masificación- comienza en el dramático control de seguridad de Barajas, abarrotado de público y con guardias o guardesas a menudo (tal vez por el agobio de su propio trabajo) rigoristas y poco simpáticos, como si el viajero fuese casi siempre un delincuente presunto. Jamás me habían hecho quitar los tirantes (que pitan por las breves trabillas metálicas) y esta vez me los tuve que quitar, sujetando a mano los pantalones, porque el guarda o policía -que dios abomine- se negó a usar un detector manual que tenía a su lado. Pero es verdad, éramos miles en el hórrido tropel.

¿Se puede uno librar de todas estas obscenidades que deterioran lo humano? Sí, con el lujo. Si uno viaja en preferente (business) es tratado con infinita mayor amabilidad e incluso pasa la seguridad por un camino minoritario y amable llamado fast track, algo así como pista o sendero rápido. Lo es, en efecto, por la sola magia del dinero. Si pagas más -lujo o similar- todo es comodidad, si vas con la gregaria masa, sólo has de esperar agobio de hirsutos pastores. Las butacas del avión son anchas o extensibles (casi cama) en preferente porque lo pagas, y son estrechas e incómodas hasta lo indecible en turista -pasajeros hacinados- porque van de barato. ¿El viaje en turista, lo que dicen maleta democrática, es un logro social, igualitario, o un desastre del capitalismo salvaje? Es un horror que el público medio tolera porque la sociedad actual, encabezada por la mediocre clase política, masculina o femenina, empuja a lo bajo, a lo vulgar, a la falta de educación, al gregarismo tosco, a la negación del pensar y de la inteligencia. Y así, en este feo mundo de hoy (da igual Podemos o Vox) tanto tienes, tanto vales, poderoso caballero es don dinero, y sólo hay dos dioses de billetes y moneda, Moloch o Baal. El dinero lo es todo, y se engaña vilmente al proletario -pues el rico lo sabe- cuando se le dice mintiendo que el dinero no es fundamental. Por triste que sea.

«De la vulgaridad, de la mesocracia, de lo chabacano, del agobio, hoy, sólo te libra el dinero»

He hablado del viaje en avión (horror de masas) pero igual ocurre en todo. Los restaurantes llenos, chillones o vulgares en estos bobos días navideños, resultan un ataque al sosiego o a la intimidad, pero sólo se trata de buscar el lleno -el dinero- lo demás no importa. Mas, si reservas en un cinco estrellas, lujo, aunque esté lleno, habrá menos clamor y un trato mucho más considerado y humano, sí, humano. Es curioso, pero hasta la calidad, el respeto, lo educado, dependen del dinero. De la vulgaridad, de la mesocracia, de lo chabacano, del agobio, hoy, sólo te libra el dinero, si lo queréis mejor dicho, el lujo, dorado y bendito, mirado bajo este sesgo. Derecha e izquierda son sordas e injustas en este mundo de la oclocracia, donde todo propende al rebaño vulgar. Terrible, sin duda, pero exacto. Machado otra vez: «Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también».    

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D