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Velarde Daoiz

La ciudad de los 15 minutos. Confinamiento climático

«La tomadura de pelo de la ‘emergencia climática’ está durando demasiado tiempo, y es muy peligrosa»

Opinión
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La ciudad de los 15 minutos. Confinamiento climático

Ciudad de Madrid.

La mañana del 22 de diciembre de 2024, Mary Willows recibió la triste llamada que esperaba desde hacía tiempo. Su íntima amiga, Amy Goodbody, a la que no veía desde que esta se mudó a Londres para recibir la mejor atención médica posible, había perdido la batalla que libraba desde hace casi un año contra un cáncer de hígado. Pese a haber recibido un tratamiento experimental de quimioterapia e inmunoterapia, la detección del tumor había sido tardía y nada pudo hacerse frente a la enfermedad, que acabó adueñándose no solo de su hígado sino de varios órganos vitales hasta el fatal desenlace. 

Mary, profesora de Filosofía en la Universidad de Oxford y residente en uno de los barrios más lujosos de la histórica ciudad perteneciente al Sexto Distrito, eligió un elegante traje de chaqueta negro de su armario, disimuló con un ligero maquillaje la tristeza de sus ojos, se despidió de su marido y cogió las llaves de su Tesla Model 3 para dirigirse hacia el tanatorio de la capital inglesa donde yacían los restos mortales de la madrina de John, su hijo mayor.

Bajo un cielo gris plomizo y una ligera llovizna, conducía en modo casi automático mientras su mente recorría numerosos recuerdos de los años universitarios vividos con aquella a la que casi consideraba su hermana. El silencio del motor de su coche le permitía escuchar los engranajes de su pensamiento y el impacto de las gotas de lluvia sobre su parabrisas. Dejando a su derecha el Jardín Botánico de Oxford, y poco más de media milla tras cruzar el Puente de la Magdalena sobre el Río Cherwell, afluente del Támesis, camino de la autopista A40, Mary salió de su ensimismamiento al oír una sirena y observar por el retrovisor un vehículo de policía que le hacía obvias señas para que se detuviese. 

Mary accionó el intermitente izquierdo, fue reduciendo su velocidad y finalmente estacionó su coche en el arcén, mientras esperaba resignada a que los agentes le indicasen qué norma de tráfico había infringido, preparada para aceptar la denuncia, firmarla y continuar su marcha. «Vaya día», pensó para sí.

  • Buenos días, señora. Por favor, enséñeme su permiso de conducción y la documentación del vehículo.
  • Buenos días, agente. ¿Qué es lo que he hecho mal?, preguntó con una sonrisa nerviosa, mientras localizaba en la guantera y su cartera los papeles.
  • Tiene usted que regresar a casa, Sra. Willows.
  • ¿Cómo? Lo siento, pero eso no va a ser posible. Tengo que ir a Londres por un asunto personal urgente y no puedo posponer mi viaje. Dígame qué es lo que he hecho, aceptaré la multa correspondiente y continuaré mi camino.
  • Eso no va a ser posible, señora. Ha incumplido usted la Ley de Emergencia Climática, concretamente la norma de las 100 salidas.
  • ¡No puede ser!  Lo miré hace apenas dos semanas y no llevaba ni 85.
  • Lo siento, señora, pero el sistema de vigilancia inteligente de nuestro Centro de Datos Climáticos no comete errores. Esta es la salida número 101 de los vehículos de su hogar durante 2022. Las últimas dos semanas, además de las dos salidas semanales habituales del vehículo de su marido, se ha producido casi a diario una salida del Renault Zoe de sus hijos.
  • Dios, tiene que haber sido mi hijo John. Quizá haya ido a ver a su nueva novia a Abingdon. Ha diluviado estos días y en vez de desplazarse en bicicleta como acostumbra habrá ido en coche.
  • Quizá sea eso, señora. Si desea ver el registro horario, no tenemos problema en mostrárselo. En cualquier caso, ha sobrepasado usted las 100 salidas. Hasta el 1 de enero no puede usted abandonar el Sexto Distrito.
  • Lo siento, pero es absolutamente preciso que continúe mi viaje, señor agente. Tengo que asistir a un funeral en Londres.
  • Haberlo dicho antes. En estos casos se aplica la excepción H3, y podrá usted continuar su viaje. ¿Qué familiar ha fallecido?
  • Mi mejor amiga, casi una hermana.
  • En ese caso lo lamento, señora, pero tiene usted que regresar a su distrito. La normativa H3 solo es aplicable para fallecimientos de familiares en primer grado de consanguineidad.

En 2016, la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, hizo popular el término «la ciudad de los 15 minutos».  Con este nombre, acuñado por el científico y urbanista francocolombiano Carlos Moreno, se hace referencia a un concepto residencial urbano según el cual todos los ciudadanos pueden tener, a una distancia máxima de 15 minutos caminando o en bici, todas o la mayor parte de sus necesidades cubiertas: atención médica, peluquería, centro de trabajo, supermercados, ocio, colegios, etc.

Supuestamente, ese concepto de ciudad será mucho más atractivo para sus ciudadanos, que no tendrán que perder el tiempo en grandes desplazamientos, permitirá un mayor contacto social entre vecinos y, por supuesto, reducirá la contaminación y los gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático. En definitiva, será algo parecido al pueblo de toda la vida, pero construido al lado de otro pueblo, y este al lado de otro más, etc. Por supuesto, nadie se ha preguntado por qué, si la gente abandonó el pueblo para ir a vivir a la ciudad, va a desear volver a vivir en un pueblo, por muy completa que sea su dotación de servicios.

Este artículo comienza con una situación aparentemente distópica, ambientada en un futuro muy cercano. Ya les gustaría a algunos ciudadanos del condado de Oxfordshire (los que aún conserven la sensatez y cierto amor por la libertad individual) que todo fuera fruto de mi imaginación. A partir de 2024, la situación descrita puede perfectamente suceder en Oxfordshire. Su gobierno laborista ha acordado dividir el condado en seis distritos que tendrán todas o la mayor parte de las necesidades cubiertas en un radio de 15 minutos andando o en bicicleta. Los ciudadanos tendrán que registrar ante las autoridades del condado todas las matrículas de los vehículos de su hogar, y podrán solicitar autorización para abandonar su distrito en su vehículo privado hasta 100 veces al año. Eso sí, no 100 veces por vehículo, sino 100 veces por hogar (si tienes tes vehículos, 100 veces entre los tres). Habrá entre esos seis distritos controles de tráfico que permitirán a la policía vigilar y obligar al cumplimiento de la norma. La idea es, como siempre, velar por la salud de los ciudadanos, que disfrutarán de un aire más limpio y una vida más sana. Lo quieran ellos o no, eso sí.

Desde que, con ocasión de la pandemia, los ciudadanos permitimos disparates tales como las restricciones de movilidad que nos impidieron desplazarnos a nuestros segundos domicilios (cuyos impuestos continuamos pagando religiosamente), que nos encerraran en nuestras casas a las 11 de la noche durante meses (supongo que porque el virus era benigno durante el día, volviéndose súper contagioso entre las 11 y las seis de la mañana), tener que llevar mascarilla en un taxi pero no en un restaurante (por supuesto, mientras comes el virus es educado y no osaría contagiarte, no como en el transporte público), y una gama de disparates dignos de figurar algún día en el Museo de Locuras Caprichosas, situaciones como la que describo al comienzo de este artículo planean peligrosamente sobre nuestro futuro, no solo sobre el presente de los ciudadanos de Oxford.

Durante la crisis de la pandemia, en julio de 2020, el Grupo de Liderazgo Climático de las ciudades C40, engendro fundado en 2005 con el ‘loable’ objetivo de ‘salvar el planeta’ reduciendo la huella climática de las ciudades miembros (actualmente 97, 40 en 2006, cuando se acuñó el nombre del ‘club’), publicó un artículo llamado «Cómo reconstruirnos mejor con la ciudad de los 15 minutos», basado en el concepto urbanístico arriba descrito.

Poco después, en 2021, ese mismo ‘club’ publicó un estudio realizado con ayuda de la Universidad de Leeds y la consultora Arup (que factura unos 2.000 millones de euros en todo el mundo) llamado «El futuro del consumo urbano en un mundo a 1,5 grados», referencia obvia al cumplimiento del objetivo más ambicioso del Acuerdo de París.

¿Y qué sugiere ese estudio como medidas de aquí a 2030 para ese selecto grupo de ciudades al que pertenecen Madrid y Barcelona?

Pues en construcción, cosas como una reducción de consumo de cemento y acero de entre el 20 y el 56% en 2030, y que entre el 75 y el 90% de las nuevas viviendas y entre el 50 y el 70% de los edificios comerciales sean de madera, o que entre el 50 y el 61% del consumo de cemento se sustituya por «alternativas bajas en carbono» (spoiler: no existen hoy esas alternativas a nivel industrial, ni siquiera a costes mucho más caros que el cemento).

«Confieso que tengo miedo. Miedo de que cualquier día, como ciudadano de Madrid, me despierte un día y no pueda salir de mi barrio sin pedir autorización»

En cuanto a hábito alimenticios, reducir la ingesta de carne a como máximo 16 kg por persona y año, con un objetivo ideal de 0 kg por persona y año, y la de productos lácteos a un máximo de 90 kg por persona y año (un vaso de leche), con un objetivo ideal de 0 kg por persona y año. Como guinda del pastel, y para cuidar más de nuestra salud, proponen un máximo de 2.500 calorías por persona y día. No solo evitaríamos emisiones, sino que estaríamos guapísimos.

Para nuestro vestuario, el estudio del club de las ciudades C40 sugiere que debemos comprar un máximo de ocho prendas por persona y año en 2030, con un ambicioso objetivo de tres. Cuanto menos compremos, mejor para el planeta.

¿Vehículo privado? El objetivo es que tengamos en 2030 menos de la mitad de vehículo de los que tenemos hoy, con un objetivo óptimo de que nadie tenga un vehículo propio. Eso sí, en el caso de no cumplirse este último objetivo, la duración mínima de ese vehículo privado debería ser de 20 años, con un ideal de 50.

Pero no todo son cosas malas. Por ejemplo, proponen dejarnos volar en avión. Eso sí, una vez cada dos o tres años por persona, en vuelos de menos de 1.500 km. Olvídense de ir a Londres, Milán o Budapest. Para eso habilitarán unos estupendos carriles bicicleta, imagino.

¿Los móviles y dispositivos en general? En un alarde de generosidad, nos permitirán sustituirlos cada siete años.

Confieso que tengo miedo. Miedo de que cualquier día, como ciudadano de Madrid, me despierte un día y no pueda salir de mi barrio sin pedir autorización. De que no me dejen comprar la ropa que desee por haber excedido mi cupo anual. O de que me prohiban adquirir un nuevo coche, pues ya el Ayuntamiento me proporcionará vehículos de uso compartido para mis escasas necesidades. Al fin y al cabo, tendré todo lo que necesito a menos de 15 minutos andando.

La tomadura de pelo de la «emergencia climática» está durando demasiado tiempo, y es muy peligrosa. Ya nos estamos tragando Madrid Central con el argumento de que hay una directiva de la UE para ciudades de más de 50.000 habitantes estableciendo que debe haber una zona de bajas emisiones y tráfico restringido. Y es evidente que no le puedo pedir al alcalde de Madrid que saque a mi ciudad de la Unión Europea, o que incumpla sus normativas (aunque me gustaría enormemente que hiciera esto último).

Sin embargo, y hasta donde yo conozco, no existe ninguna obligación por parte de las 97 ciudades pertenecientes al club C40 de ser miembros eternamente. Quiero que mi ciudad sea una abanderada de la libertad. Quiero que abandone la pesadilla distópica que supone la existencia de ese grupo y sus recetas autoritarias y demenciales.

Por favor, Excelentísimo Sr Martínez-Almeida, estimado José Luis: devuelva a Madrid su papel como entorchada en la defensa de la libertad. Anuncie, mañana mismo si es posible, la salida de Madrid de ese club de socialistas enloquecidos, antes de que sea demasiado tarde.

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