Serrat: no y sí
«Llevo más de 30 años metiéndome con Serrat, pero he visto un vídeo de su adiós en Madrid y había dignidad y homenaje a la vida, y se me han saltado las lágrimas»
Los cantantes, en sus giras de despedida, suscitan artículos que son como necrológicas. Eso les permite acceder (una curiosidad que compartimos todos) a lo que se dice de ellos después de muertos. Ahora le toca a Joan Manuel Serrat, que dará su último concierto el 23 de diciembre en Barcelona. Se retira con 79 años. Los artículos de estos meses que he alcanzado a leer (los penúltimos han sido los de Madrid de la semana pasada) tenían ese perfecto aire necrólogo, aunque sin la parte amarga de la muerte. Yo quiero aprovechar que vive para no rendirme al género.
No puedo ser hagiográfico porque llevo más de treinta años metiéndome con Serrat. En concreto desde su disco con Benedetti El sur también existe, a los que siguieron otros dos que detesté aún más, Bienaventurados y Utopía. Sobre todo este último, de 1992, en que me estomagaba aquella «utopía» perseguida por unos «lebreles» que prefiguraban los doberman del anuncio electoral del PSOE. Aquella quejumbrosa llamada a una utopía de cartón piedra concentraba los males del estilo cantautoril, para mí a la par que la tuna en mis detestaciones musicales. Con la diferencia, en favor de la tuna, de que los «clavelitos» no son susceptibles de convertirse en un infierno político.
Puesto ya Serrat en mi punto de mira, no he dejado de ejercitarme en su contra. Lo he llamado pancista político, porque tiene esa cosa de los cantautores de que solo atacan el fascismo cuando este lleva el envoltorio adecuado: con aspecto de Franco, Pinochet o cualquiera de los dictadores argentinos. Ahí el cantautor se motiva y lo da todo. Un compromiso sin duda arriesgado, por peligroso, pero fácil. En cambio, cuando el dictador no se atiene del todo a las instrucciones, como Fidel, el cantautor se calla en el mejor de los casos. En cuanto a la democracia, con Serrat también se ha dado eso de no chistar, salvo para apoyar, cuando han gobernado los suyos. Lo mismo con los nacionalistas. Naturalmente, siempre se ha celebrado su espíritu crítico.
«Mi mayor acusación contra Serrat es la de haber asesinado a Machado. No al poeta, sino a su poesía»
Algunos de nuestros males se los he atribuido a Serrat como precursor. Además de los mencionados lebreles, está Esos locos bajitos, de 1981, que contiene ya el programa entero de la LOGSE y su desastre educativo de años después. Esa canción ha fabricado generaciones de pequeños nerones. Hasta los recientes episodios de ecologistas despreciando los cuadros de los museos tienen un precedente serratiano: aquella preferencia por el «lunar de tu cara» sobre «la pinacoteca nacional». Pero mi mayor acusación contra Serrat es la de haber asesinado a Machado. No al poeta, sino a su poesía: los poemas que musicó son inservibles, porque están corroídos por la musiquilla que les puso. No hay manera de volverlos a leer sin ella. Por eso he repetido que fue de justicia poética que el asesino de Machado fuera asesinado a su vez por otro poeta, Benedetti, en aquella colaboración letal…
¡Pero! Yo fui serratiano. Supongo que al final lo único que hace uno es combatirse a sí mismo, y todas mis bromitas y andanadas son para tirar de la bicicleta al Montano de 15 años que canturreaba por el paseo marítimo Hoy puede ser un gran día. Nada me gustaba más que Serrat: el disco En tránsito y el siguiente, Cada loco con su tema, que son los que salieron cuando me aficioné. Y las canciones que llegaban de antes: Mediterráneo, por supuesto, Tu nombre me sabe a yerba, Penélope o Balada de otoño. Y, qué le voy a hacer, me encantaba Cantares, de (y sobre) Machado, la primera canción en cuya letra me fijé; y las versiones de Miguel Hernández, como Para la libertad, que me sigue encantando.
¡Mi favorito era Serrat! ¡Hubiera querido ser Serrat! Ahora, en realidad, al leer los artículos necrológico-hagiográficos me he emocionado. Y me he puesto un vídeo de su adiós en Madrid y había dignidad y homenaje a la vida, y se me han saltado las lágrimas. Así no hay manera. ¡Maldita sea!