THE OBJECTIVE
Carlos Granés

El apaciguamiento del independentismo catalán

«Como los caudillos latinoamericanos, incluso como el mismo Chávez, Sánchez no tiene más remedio que venderse como la única alternativa a la antipatria fascista y golpista»

Opinión
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El apaciguamiento del independentismo catalán

El apaciguamiento del independentismo catalán.

Como nunca podemos saber con certeza cómo empieza lo malo en nuestra propia casa, es bueno saber cómo empezó lo malo en la casa del vecino. Por eso, en estos días de tormenta política española he estado leyendo Apaciguamiento, un libro del venezolano Miguel Ángel Martínez Meucci que sigue minuciosamente, semana a semana, el inverosímil proceso por el cual una de las democracias liberales más sólidas de América Latina se transformó entre 2001 y 2005 en una democracia radical o populista, y no mediante un golpe de Estado o un asalto violento a las instituciones, sino a través de procedimientos democráticos.

En Venezuela lo malo no empezó con el intento de golpe de Hugo Chávez en 1992, que fue repelido por las instituciones, sino con el sobreseimiento de 1994 que le otorgó Rafael Caldera. El perdón oficial le permitió a un militar sedicioso participar en unas elecciones democráticas y ganarlas legítimamente. Su llegada al poder, sin embargo, no lo transformó en un demócrata liberal. El Chávez que llegó a la presidencia seguía siendo el mismo espadón que había intentado subvertir el orden constitucional, algo que no tardaría en reconocer y en demostrar lanzando una revolución del sistema desde dentro. 

Caldera no ha sido el único político hispano que ha acabado sepultado por el error de juicio y por su benevolencia. El peruano Augusto B. Leguía indultó a otro golpista, Miguel Sánchez Cerro, solo para que el militar insurrecto repitiera la gesta, esta vez con éxito, y enviara a su benefactor a morir a una cárcel limeña. Pedro Sánchez, que se suma a la lista de presidentes que indultan a sediciosos que atentan contra el orden constitucional para apaciguarlos, bien haría en estudiar los casos de Chávez y Sánchez Cerro y los riesgos que se corren creyendo que al faccioso, sólo por tenerlo al lado y mimarlo, se le puede controlar. 

 Una vez en el poder, Chávez cambió la Constitución y empezó a gobernar por decreto. Una Ley Habilitante le permitió firmar en 12 meses 49 decretos leyes que afectaban la vida productiva, el sistema bancario y hasta el régimen de libertades. El siguiente paso fue cobrarse dos piezas jugosas: la empresa estatal petrolera PDVSA y el poder judicial. Todo esto en medio de la grandilocuencia y una polarización que condujo a un intento de golpe en su contra, a protestas con muertos y finalmente a la búsqueda de una salida a la crisis supervisada por la OEA y el Centro Carter. Es decir, al apaciguamiento, y de ahí el titulo del libro de Martínez Meucci. El problema es que, bajo el manto de la negociación, lo que en realidad hubo fue una cesión de principios. Los organismos internacionales protegieron la paz, sin darse cuenta o sin querer ver que el precio a pagar era la democracia liberal. 

«El apaciguamiento del independentismo ha supuesto la derogación del delito de sedición y el abaratamiento del de malversación, y  lo más grave, el alejamiento del PSOE de sus principios originales»

Las democracias liberales, dice el autor, están claudicando ante los desafíos impuestos por fuerzas políticas iliberales, bien por la «perplejidad, la inconsciencia o la satisfacción de intereses inmediatos».  No es difícil ver que alguna de estas tres explicaciones se ajusta al caso español, en donde el PSOE ha avanzado una serie de medidas y jugadas legales de un riesgo incomprensible, todas en nombre de la paz social para Cataluña. El apaciguamiento del independentismo ha supuesto la derogación del delito de sedición y el abaratamiento del de malversación, y  lo más grave, el alejamiento del PSOE de sus principios originales. No han sido sus nuevos socios los que se han moderado para adaptarse a la democracia liberal, sino el sanchismo el que ha somatizado la lógica plebiscitaria de la democracia radical. 

¿Qué defiende o qué representa el PSOE hoy en día? ¿Qué compromisos electorales podría establecer con la ciudadanía después de haber traicionado las ideas que el mismo Sánchez pregonaba hace solo un par de años? La afiliación con fuerzas políticas que nada tienen que ver con la socialdemocracia ha convertido al partido en un cascarón hueco, en un significante vacío que hoy dice una cosa y mañana la contraria y da lo mismo. Y por eso la única salida es ir hacia delante, buscar más confrontación y más polarización que sirva para demonizar a su rival político y construir un enemigo. Como los caudillos latinoamericanos, incluso como el mismo Chávez, Sánchez no tiene más remedio que venderse como la única alternativa a la antipatria fascista y golpista. Sólo puede ofrecer eso, una permanente gesta electoral. Y así también empieza lo malo, cuando el poder se convierte en un fin en sí mismo que lo justifica todo.

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