El mejor discurso del Rey
«Un discurso, como una sinfonía de Beethoven o una fuga de Johann Sebastian Bach, es una obra que nace para ser escuchada y se consume en ese único acto»
Supongo que a quienes nos ha tocado escribir discursos para líderes políticos miramos estas obras con ojos diferentes.
No solo contamos las palabras, calibramos la siempre complicada relación entre adjetivos y sustantivos y evaluamos la selección de soundbites, sino que también escuchamos su musicalidad, metemos el metrónomo para medir ritmos y cadencias, el diapasón para entender las diferentes afinaciones y contamos el número de sostenidos y bemoles de su armadura para adivinar la tonalidad en la que ha sido construído.
Y es que más allá de lo que muchos legos puedan pensar, un discurso, cualquier discurso -pero mucho más uno como el que pronunció ayer nuestro Jefe de Estado- es una compleja obra de artesanía en la que a pesar de que intervengan diferentes compositores, su musicalidad final va a depender siempre de la pericia de un solo kapellmeister, responsable no solo de que quede a gusto del solista, sino también del impacto entre el público de la obra una vez interpretado.
Un discurso, como una sinfonía de Beethoven o una fuga de Johann Sebastian Bach, es una obra que nace para ser escuchada y se consume en ese único acto, pero solo conoceremos sus secretos si somos capaces de leer y entender la partitura original en la clave en la que esta fue escrita, por eso, más allá de disfrutar del espectáculo sensorial de su primera escucha, es interesante agarrar el papel pautado y diseccionar pentagrama a pentagrama la obra en su conjunto una vez interpretada.
«El discurso del Rey, sin duda el más complicado desde 2017, asumió la estructura de una sinfonía clásica en cuatro movimientos»
Así, el discurso del Rey, sin duda el más complicado desde 2017, asumió la estructura de una sinfonía clásica en cuatro movimientos:
Arrancó con una obertura generalista en Andante stabile en la que el jefe de estado habló de cómo la sucesión de crisis concatenadas agravadas por la guerra de Ucrania está poniendo a los sectores más vulnerables de nuestro país en una situación de extrema dificultad, remarcó la solidaridad de España con nuestros socios de la OTAN y de la Unión Europea y -esto es importante- poniéndose en el lugar de quienes más están padeciendo esta situación, incidió en la responsabilidad de los poderes públicos para mitigar las consecuencias de la misma.
En el segundo movimiento, el Adagio, siempre el más grave y complicado de toda sinfonía ya que es el que imprime carácter a la obra, Felipe VI terminó de un plumazo con los debates académicos que alguna prensa había tratado de levantar poniendo el foco sobre lo evidente: En nuestro país se está produciendo un innegable deterioro de las instituciones que afecta a nuestra convivencia.
Nítido, cristalino, sin necesidad alguna de afectación ni de ser subrayado por la sección de viento-metal que tanto gusta a los pirómanos wagnerianos y sin salirse de la misión que la constitución le encomienda. No hace falta nada más.
Inmediatamente el Rey desplegó el Scherzo del tercer movimiento de su obra, una reflexión constructiva sobre los riesgos que esta situación puede acarrear a nuestra convivencia y nuestro futuro. Lo que llevó rápidamente al ya presentido y buscado final.
Y menudo final que nos dio el cuarto movimiento, un Allegro Maestoso precedido de timbales en el que su majestad realizó su esperada call to action , una llamada a la unidad y a la responsabilidad de las fuerzas políticas, contra el partidismo desmedido y sobre todo, contra la polarización.
Y el que quiera entenderlo, que lo entienda.
Sin duda, tanto en el fondo como en la forma, el mejor discurso nunca pronunciado por el Rey, un discurso que además, a mi entender, le posiciona una vez más como el más serio responsable público de su generación y sin duda el que mejor está realizando la función que la constitución le ha encomendado.