THE OBJECTIVE
David Mejía

2666 mujeres

«Considerar que el machismo explica ‘per se’ todos los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas es un mantra políticamente rentable, pero falaz»

Opinión
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2666 mujeres

Ilustración. | Erich Gordon.

2666, la majestuosa novela de Roberto Bolaño, se compone de cinco historias -cinco pequeñas novelas- hiladas por la misteriosa relación entre el escritor alemán Benno von Archimboldi y la ciudad de Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, capital mundial del feminicidio. El título – 2666– sigue siendo un misterio. A las reminiscencias satánicas se suma una cita de Amuleto, novela anterior de Bolaño, donde la narradora compara una avenida del DF con «un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo». Palabras crípticas que lejos de esclarecer el misterio le añaden otra capa de oscuridad. Pero la respuesta no está en lo que dice, sino en lo que evoca. Porque esa verdad encriptada -qué espíritus malignos andan detrás de los crímenes de Santa Teresa- es el agujero negro por el que respira la novela. El terror lo provoca no saber, no entender y, por tanto, ser incapaz de prevenir que las cunetas de Santa Teresa se siembren cada noche de cadáveres.

Haríamos mal en confundir España con Juárez, siquiera en considerar que nuestro país es peligroso para las mujeres cuando todos los indicadores reflejan lo contrario. Pero cuando se confirma que este diciembre que hoy termina es el peor en cifras de violencia de género desde que hay registros, urge que asumamos el fracaso de veinte años de políticas públicas impulsadas para mitigarla. La realidad es que desconocemos qué espíritus malignos mueven estos hilos, y que el tiempo ha demostrado que la teoría de la causa única -el machismo- en torno a la cual pivota el discurso oficialista es insuficiente, y en ocasiones tan absurdo como considerar que la causa última de los asesinatos entre hombres es la misantropía. Que el machismo existe es un hecho, pero considerar que el machismo explica per se todos los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas es un mantra políticamente rentable, pero falaz, y en consecuencia, ineficiente para combatir el mal que aspira a remediar.

«El mejor modo de prevenir que se reproduzca la tragedia es asumiendo su complejidad»

Solo este mes: una mujer de 80 años asesinada en Zaragoza. Una mujer de 34 años asesinada en Lleida. Una mujer de 88 años asesinada en Santa Perpètua de Mogoda. Una mujer de 44 años asesinada en Matamala de Almazán. Una mujer británica de 52 años asesinada en Mazarrón. En Madrid, asesinada una mujer de 67 años con esclerosis múltiple a la que su marido dejó morir tras una caída. Cualquiera capaz de pensar fuera del marco dogmático puede intuir que difícilmente estos asesinatos comparten una causa única, y que el mejor modo de prevenir que se reproduzca la tragedia es asumiendo su complejidad.

En el verano de 1990 murieron 1.231 personas en accidentes de tráfico. El pasado verano, 225. La cifra es el resultado de políticas públicas acertadas para paliar la inseguridad vial. Basta de soluciones homeopáticas. Lo primero que les debemos a las víctimas no es un tuit, un hashtag ni una foto de un gabinete de crisis con gesto grave, sino un proceso de introspección y autocrítica, y un debate honesto y plural.

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