Feijóo y la trampa de Colón
«Estamos en un momento en que los ejercicios de autoafirmación tendrán el efecto contrario al buscado. Las elecciones se ganan en las urnas, no en las calles»
No hay nada peor en política -ni en muchos otros aspectos de la vida- que jugar al autoengaño, básicamente porque estar jugando en tus propias sombras solo sirve para no lograr nada de lo que crees que estás buscando. Interpretar mal el escenario, no tener claros los objetivos y no hacerse una pregunta fundamental como son los «para qué» solo nos puede llevar a un ejercicio de exaltación del café para los muy cafeteros. El problema es que esto, como decía, en lides que no sean estrictamente políticas puede servir de consuelo o motivación grupal, pero sin embargo, cuando entra el juego político, en verdad, podríamos estar haciendo el caldo gordo a quien crees que estás combatiendo.
Ciertamente, este tipo de comportamientos, que también podríamos denominarlos como de ingenuidad estratégica, casi siempre viene aderezado con unas gotas de interés y algo de vanidad. Bajo mi experiencia personal, resulta chocante la metamorfosis de aquellos actores que, bajo el influjo de una especie de hybris, el personaje se come a la persona y se creen ungidos por la verdad divina o que tienen una misión trascendental en la vida. Reunir (solo) a todos los muy tuyos en un espacio público tiene esa doble vertiente: calmas la ansiedad del juego político, pero a su vez, creas una imagen y una delimitación entre unos y otros, entre los que están y los que no están, entro los míos y los suyos. Esta es una muy mala estrategia para los que pretenden acabar con el populismo que tan bien ha arraigado en la Moncloa.
A pesar de que sé que con este artículo me haré muchos más amigos, no puedo no alertar de la inoportunidad de hacer ahora una manifestación del tono, estilo y forma como la que se ha convocado en Madrid el día 21 de enero. Me explicaré empezando por el diagnóstico de la situación, condición necesaria pero no suficiente para combatir eficientemente al populismo.
«El principal obstáculo para el ‘Frankenstein 2.0’ lo encontramos en la desmovilización de lo que era la izquierda»
Primera cuestión básica: el populismo, para lograr sus fines, necesita polarización. Es una cuestión fundamental, crear una alteridad, la división de la sociedad en dos bloques tiene como objetivo acabar con un debate plural y lleno de matices y lograr así un agrupamiento entre negros y blancos. Segunda cuestión: el actual Gobierno necesita momentum, necesita visualizar que existe una amenaza para activar un relato que genere una situación de emergencia social y política. Tercero: las elecciones se ganan o pierden por dos cuestiones, por movilización propia y desmovilización contraria. De hecho, el principal obstáculo para el Frankenstein 2.0 lo encontramos en la desmovilización de lo que era la izquierda después de todas las veleidades de Sánchez con el separatismo y sus posturas autoritarias demostradas durante el periodo navideño y prenavideño.
Estamos ante un escenario en el que el Gobierno está en posición defensiva, sin capacidad de tracción, con sus votantes y bases tan desmovilizadas como desconcertadas, buscando una excusa polarizadora con la que tensionar a su base de potenciales votantes y que tapone la enorme vía de agua que le está haciendo Feijóo en modo de fuga de votos del PSOE al PP. Pero, ¿cómo crear este tipo de tensión social polarizadora? Pocas opciones le quedan a Sánchez, el tema de Franco/franquismo/fascismo ya está más que quemado, su entrega, dependencia y claudicación ante los postulados separatistas y los valedores del «neocomunismo» le dejan poco espacio de maniobra. La respuesta podría ser tan fácil como evidente: como en el tenis, aprovechar el fallo del contrario, en este caso una respuesta esencialista y reactiva como la de la convocatoria de la manifestación del próximo día 21 de enero.
Tenemos una pista muy clara de la más que probable utilización e instrumentalización de esta convocatoria por parte de la Moncloa: la pista la encontramos en la prohibición por parte de la Delegación del Gobierno de que se celebrase en la plaza de Colón. Sé que muchos, desde la ingenuidad estratégica, verán el veto como el miedo ante una manifestación desbordante (que no será), cuando en verdad, según los cínicos cálculos monclovitas, saben que este tipo de prohibiciones solo estimulará a los más cafeteros y que, además, necesitan cierto éxito de convocatoria para visualizar las «dos Españas», la «derecha (inmoral) versus a la izquierda (moral)», de hecho mucho me temo que el entramado mediático del gobierno ya tendrá los titulares preparados, solo faltan las fotos, la imagen con la que salir en tromba, asustar con la venida del dóberman y la creación de una falsa sensación de emergencia social y política.
«El fuego amigo está creando un dilema a Feijóo: si no va, malo; si va, peor»
Naturalmente, otro de los motivos de satisfacción para los muñidores de ideas de Sánchez lo vemos en que el fuego amigo está creando un dilema a Feijóo: si no va, malo; si va, peor. Solo buscarán dañar a quien puede ser el verdadero competidor de Sánchez, el resto será utilizado aprovechando los intereses partidistas y particulares de cada uno de ellos. ¿Pero en qué beneficia al PSOE que Feijóo asista a la manifestación? Lo decía antes, para situarlo en compañía con lo que quieren hacer pasar por ultraderecha, reeditar la foto de Colón y taponar así el trasvase de votos socialistas al PP, única vía para lograr una mayoría suficiente para lograr un cambio de gobierno. Por lo que, si yo fuese Feijóo, no asistiría y dejaría muy claro que lo que su partido defiende es la libertad, la regeneración democrática y reforzar nuestras instituciones.
Finalmente, cabría preguntarse los «para qué» de esta manifestación, aunque mucho me temo que solo se haya convocado basándose en los «por qué», esto nos lleva a un escenario de reacción y no de construcción, de creación de una tensión que solo beneficia a los que no están movilizados. Si el «para qué» es lograr desalojar democráticamente a Sánchez del poder, está profundamente equivocada, si solo está pensada como un desahogo social de aquellos que vivimos el estrés y la ansiedad de seguir el día a día de la política, nos olvidaremos de que las elecciones se ganan o pierden con aquellos no ideologizados (es la famosa parte cóncava de la campana de Gauss). Estamos en un momento en que los ejercicios de autoafirmación tendrán el efecto contrario al buscado. Vayamos con cuidado, nos enfrentamos a un juego estratégico en el que los relatos y la ideología solo son la justificación de un juego de poder y, recordar que las elecciones se ganan en las urnas, no en las calles.