THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Confinamientos: el fracaso chino y el nuestro

«España es quien más asumió la política china de controlar los movimientos de sus ciudadanos: solo nos sirvió para acumular una incidencia atroz»

Opinión
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Confinamientos: el fracaso chino y el nuestro

Jóvenes chinos con mascarilla y banderas de su país.

Los servicios funerarios prestados por la compañía Fu Shou Yuan International Group Ltd. en China han subido su precio en más de un 80%. La empresa no tiene medios suficientes para atender la oleada de muertes que se produce en el país. El aumento de los precios es posible por la apertura económica. Es una respuesta adecuada ante un importante aumento de sus servicios: por un lado, puede atender las necesidades más urgentes; y por otro, aumenta su renta y, con ella, los medios con los que puede prestar más servicio a la sociedad, justo cuando se necesita.

Pero este nuevo reencuentro de la vieja China con la muerte no se debe a ninguna apertura, precisamente. El régimen comunista ha impuesto una política de «covid cero». Esto supone adoptar una estricta intolerancia hacia la transmisión del virus; como si el virus fuera un soplo de libertad, y no el desencadenante de la enfermedad. 

De modo que el Estado chino, un ogro tecnológico, un panopticón totalitario y despiadado, ha puesto todos sus medios a aplicar la ciencia del socialismo al control de la pandemia. El resultado es uno de esos que sólo cabe esperar del socialismo: un fracaso colosal, que anula cualquier anestesia frente al asombro. Si Argentina ha tenido que importar carne, Venezuela petróleo y Chile cobre, China, que ha puesto todos sus medios para controlar al virus haciendo lo mismo con la población, ve extenderse al virus como nunca. Ni que decir tiene que la mascarilla es obligatoria en la calle, y que su efectividad ha sido allí la misma que donde se ha aplicado: ninguna. 

Sólo durante las tres primeras semanas de diciembre, se contagiaron con la última variante del covid 250 millones de chinos. Si ampliamos el período de observación a los 90 días, hablamos de 800 millones de personas contagiadas. Se calcula que mueren al día unas 9.000 personas; como si muriera Gijón todos los meses. Los crematorios tienen que trabajar día y noche. Eric Feigl-Ding, epidemiólogo, ha comparado la situación con el estallido de bombas termonucleares. 

El régimen no distingue entre súbditos. Ha provocado su muerte por millones, por decenas de millones, en sucesivas oleadas de socialismo. Así las cosas, estas estadísticas de contagio y muerte alimentan los departamentos de planificación económica, y no son un problema moral o político para el régimen. Pero las figuras públicas sí son reconocibles, y desaparecen del escenario de la opinión pública sin modo de esconder su ausencia. 

«Nosotros, como sociedad, debemos empezar a entender hasta qué punto los confinamientos han sido un estrepitoso fracaso»

Occidente está impregnado del espíritu chino. No es casual que Global Times, un periódico controlado por el PCCh, diga que China siempre ha estado en sintonía con el espíritu de Davos, y que llame al resto de gobiernos «compañeros de viaje» dentro de una visión de cooperación global. Más allá que ningún otro país, con la excepción de Nueva Zelanda, España es quien más asumió la política china de controlar los movimientos de sus ciudadanos. A nosotros nos sirvió para acumular una incidencia atroz de la enfermedad cuando más mortal era, y para sumir al país en una grave crisis económica: estamos a la cola en crecimiento en estos años, con muy pocas excepciones entre las economías desarrolladas. 

El fracaso de los confinamientos se puede observar a simple vista. Pero hay que mirar más allá para apreciar hasta qué punto su aplicación ha dañado gravemente la salud pública. Rob Arnott y Casey B. Mulligan han publicado un artículo en The Wall Street Journal que resume el fruto de sus investigaciones sobre los efectos totales de los encierros. 

Como advertí en un artículo en THE OBJECTIVE ya en octubre de 2020, interrumpir el ritmo normal de la vida en común tiene graves implicaciones para la salud pública. Estos dos estudiosos han podido medir hasta dónde han llegado esos efectos en los Estados Unidos: «En un artículo que acabamos de publicar en Inquiry, basado en datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, descubrimos que el exceso de muertes no-covid ascendía a casi 100.000 al año en 2020 y 2021 (…) ¿Qué es el exceso de muertes no causadas por la covid? Durante la pandemia, las muertes por accidentes, sobredosis, alcoholismo y homicidio se dispararon, al igual que las muertes por hipertensión, cardiopatías y diabetes».

Incluso estas estimaciones son pacatas, porque también allí se practicaban test a quienes ingresaban en los hoteles, y se contabilizaban como muertes asociadas a la pandemia, aunque la causa última de la muerte fuera otra. 

No es descartable que llegue una nueva pandemia global, y lo es aún menos que, si se produce, los políticos se aferren a sus políticas, ya fracasadas. Ahí está el keynesianismo para atestiguarlo. Pero nosotros, como sociedad, debemos empezar a entender hasta qué punto los confinamientos han sido un estrepitoso fracaso.

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