THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Entre un libro y una canción

«El resentimiento lleva tiempo instalado entre nosotros; lo único que hace es crecer y extenderse por ámbitos donde no tenía costumbre»

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Entre un libro y una canción

Erich Gordon.

Parece que el resentimiento funciona como cola de pegar y lo hace también como excelente carburante: ríanse del gas de Putin y de los fósiles acumulados en el Golfo Pérsico. Parece que el resentimiento es cíclico en la Historia y que se adormece en tiempos de bonanza y surge con fuerza en épocas de ansiedad social y agitaciones varias. Lo que no está claro es si el resentimiento se asienta en la sociedad de manera natural, o porque lo agitan y esgrimen con fines interesados. Las revoluciones, por ejemplo, cuando sus promotores no han alcanzado aún el poder, lo incuban con gran maestría, en la confianza de que las bajas pasiones tienen siempre más éxito entre los humanos que las otras: no suelen equivocarse. Es más, cuando alcanzan el poder, lo mantienen vivo como fundamento de las doctrinas que aplican a la sociedad y palo al disidente (en lo que llevan años entrenados petit comité).

En fin, que una sociedad está enferma y a punto de sufrir un gran batacazo que la purgue –y no hay purga buena– cuando el triunfo del resentimiento se desarrolla a ojos vista día tras día y el éxito de los incendiarios en la plaza pública es festejado por aquellos que serán los primeros en caer purgados. Siempre se habla de que los revolucionarios acaban siendo víctimas de su propia revolución –no importa remontarse a Robespierre o a Bujarin, miren lo que ocurre en Nicaragua, por ejemplo–, pero antes cayeron los que no eran revolucionarios y los habían aplaudido, reído con sus ocurrencias, por crueles que fueran –siempre con otros, claro–, y considerado gran inteligencia lo que no era sino maldad, o extensa cultura lo que no era sino astucia zorruna y saqueo en las despensas de los demás. El resentimiento funciona mejor incluso que la envidia igualitaria, que sólo es uno de sus afluentes.

«Lo que ha pasado con la autobiografía de Harry y la canción de Shakira no va con ellos sino con la época»

En estos tiempos nuestros el resentimiento goza de excelente salud multidisciplinar. Una demostración en plan Great Hit ha sido el eco entusiasta y multitudinario de dos fenómenos llamémosles culturales –hablo de cultura popular– por aquello de que hay que adjetivar. Me refiero al extraordinario éxito del libro del príncipe Harry –que pulula por USA disfrazado del príncipe Juan sin Tierra– y la fulgurante acogida de la canción de Shakira y no es necesario decir de qué canción se trata. Voy a intentar ser imparcial: me importa un bledo Harry –que vende más que el Harry Potter de JK Rowling, por cierto–, siempre me ha hecho gracia Shakira –que vendió en un solo día lo que nadie– y no me gusta Piqué, un vivales sobrao. Pero lo que ha pasado con la autobiografía del primero y la canción de la segunda dedicada al tercero excede a su voluntad, no va con ellos sino con la época. No porque uno u otra sean especialistas en ponerle el termómetro a su tiempo, que va. La cosa se escapa de las personas y pasa a ser una jugada más del destino. De un destino, hoy día, donde no son los dioses los que juegan con los hombres sino los titanes del inframundo. Muy mal asunto, tratándose de titanes y de inframundo.

Un país que lo deja todo por una canción de amor despechado no sé si es un país por el que conviene preocuparse mucho o su contrario: nada debe preocuparnos de ese país. Una sociedad, la occidental, que bebe los vientos por conocer las intimidades y cotilleos de un niño mimado y autocompasivo criticando a su propia familia mientras pasa por caja, tampoco habla de un desarrollado sentido de la higiene social. Entre otras cosas porque el príncipe Harry no es, precisamente, Marcel Proust; ni siquiera el duque de Windsor. Pero la razón no está en una pareja que se rompe y la parte, digamos artística, se lame la herida componiendo canciones –algo que viene ocurriendo desde los tiempos de Catulo–; ni en ese chico pelirrojo que quiere pasar por el bueno de la película, costumbre de la que todos los miembros de una familia en crisis participan, convencidos de que eso que llaman ahora ganar el relato es ganar. No. Ni siquiera los que escuchan y aplauden el hit, o compran el libro, tienen mucha responsabilidad en el aumento de las causas resentidas. El mal es previo y lleva tiempo instalado entre nosotros; lo único que hace es crecer y extenderse por ámbitos donde no tenía costumbre. Y la nueva política y el periodismo, encantados: la primera tiene otra clave para aumentar el número de cómplices –por ejemplo, en el alejamiento físico y metafísico entre hombres y mujeres– y el periodismo un tema de rabiosa actualidad, a explotar por si vendemos algo. Mientras tanto el resentimiento continúa alimentando el motor de este vehículo descacharrado que no nos lleva a ninguna parte. Buena, quiero decir. Aunque, como ahora, sea entre risas, melodías, zascas y cotilleos. Todo suma y es alimento para los titanes.

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