THE OBJECTIVE
Benito Arruñada

La lección de las clases particulares

«El creciente gasto en clases particulares sugiere que, pese a su reiterado maquillaje estadístico, aumenta el fracaso escolar»

Opinión
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La lección de las clases particulares

La lección de las clases particulares.

Entre 2006 y 2019 y según este excelente estudio de ESADE, el gasto de los hogares españoles en clases particulares se triplicó en términos nominales, lo que corresponde a un aumento del 250% en términos reales, muy superior al ligero aumento demográfico de la población en edad escolar. 

Las familias pudientes tienden a gastar más en clases particulares dirigidas a ampliar conocimientos, sobre todo de idiomas; y tanto si envían a sus hijos a colegios públicos como privados. En cambio, las familias más humildes concentran ese gasto en clases dirigidas a reforzar y recuperar el aprendizaje de materias troncales, en especial de matemáticas.

Esta diferencia es reveladora y abre una posibilidad inquietante. Sabemos que son los estudiantes más humildes los que más sufren el fracaso escolar. Es lógico que sean las familias más humildes las que más gastan en refuerzo y recuperación, puesto que son sus hijos los que más fracasan.

Pero este gran aumento en clases particulares para paliar el fracaso escolar se produce a la vez que, supuestamente, se ha reducido dicho fracaso. Por ejemplo, el Ministerio de Educación afirma que el «abandono temprano» se redujo 12,1 puntos porcentuales entre 2010 y 2020

La conducta de las familias humildes al gastar más en clases particulares paliativas desmiente ese optimismo oficial y confirma la sospecha de que esa reducción estadística del fracaso escolar es ficticia: no se ha logrado mejorando la formación, sino rebajando los estándares de exigencia y las condiciones para repartir aprobados, pasar de curso y otorgar títulos. 

Esconder el fracaso sólo lo hace menos visible; pero no lo reduce, y quizá incluso lo aumenta. Por ello, tiene todo el sentido que los padres alivien el creciente déficit formativo de sus hijos proporcionándoles más clases fuera del colegio. Los padres más conscientes saben que, aunque sus hijos pasen de curso, han aprendido poco o nada. 

Sin embargo, algunos expertos concluyen que lo que procede es, además de algo tan sensato como ampliar el horario de permanencia, aumentar la dotación de los centros públicos para que puedan proporcionar refuerzos y tutorías personalizadas a los estudiantes con dificultades; así como también regular las clases particulares, con la pretensión de que los padres sepan mejor qué servicios están adquiriendo. 

«La demanda de clases particulares es una señal de cómo funciona la enseñanza reglada»

Ambas medidas son discutibles. La demanda de clases particulares es una señal de cómo funciona la enseñanza reglada, sobre todo en cuanto a idiomas (todos los centros) y a fracaso escolar (los centros concertados y los públicos). Si estos últimos enseñan mal su núcleo estándar, no hay motivos para pensar que vayan a desempeñar ni subcontratar mejor esas labores de refuerzo y tutoría, las cuales parecen aún más difíciles de ejercer y controlar.

Por el contrario, para atender a la equidad, sí puede ser, en cambio, razonable desgravar fiscalmente ese gasto, como ya se hace en Francia y en varias autonomías, para así animar a que las familias combinen enseñanza reglada y no reglada, y para facilitar que esa libertad de elección contribuya a controlar a los proveedores. 

Por último, nada nos autoriza a creer que los padres ignoran el valor de los servicios que ellos eligen libremente y por los que pagan con su dinero de forma directa. Sucede justo al revés. Seguramente, si de algo saben menos, y de lo que sí convendría por tanto mejorar su información, es de cómo funcionan los centros de enseñanza que se ven obligados a financiar con sus impuestos, a menudo sin posibilidad alguna de elegirlos. Las dudosas estadísticas de fracaso escolar son un buen ejemplo de la desinformación imperante

Por todo ello, resulta extraño que, ante el hecho de que las familias opten por adquirir más servicios educativos privados, estos expertos recomienden restringir la provisión de esos servicios, limitando la libertad de elección. En lugar de ver esas decisiones de compra como una señal de la baja calidad de la enseñanza concertada y pública; y, por tanto, como motivo y ocasión de someterlas a más competencia, lo usan de hecho como excusa para ampliar su dotación de recursos y su poder de mercado. 

Tal vez padezcan sesgo de confirmación. El creciente gasto en clases particulares es un dato revelador porque las familias están opinando con su cartera y no de boquilla. Por eso nos apremia a reflexionar sobre la situación de la enseñanza reglada; pero, para valorar las ventajas comparativas reales de las distintas opciones, esa reflexión ha de trascender la vieja letanía idealista de prejuicios y lugares comunes. 

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