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'Solo sí es sí': 338 razones para dimitir

«La ley estrella del Gobierno más feminista de la historia es una inmensa estafa a la sociedad española, a las mujeres, al movimiento feminista y a las víctimas»

Opinión

Irene Montero.

  • Soy licenciada en Derecho, abogada en ejercicio y gerente del bufete NOVALEX SPAIN. Autora del libro ‘Populismo punitivo’ (2020 Ed. Deusto)
    Antes, columnista en Disidentia y Vozpópuli y colaboro en la tertulia del programa Herrera en Cope. Mis críticos me acusan de ser una extremista de la presunción de inocencia, algo de lo que yo me congratulo.

La ley del solo sí es sí se cimentó sobre eslóganes mentirosos. Las consecuencias de trasladar las consignas de un puñado de activistas al Código Penal están siendo nefastas. Más de 300 agresores sexuales se han beneficiado de las rebajas de condena como consecuencia de la aplicación de la ley. Algo que era totalmente previsible y sobre lo que fueron debidamente advertidos.

Pero de la misma forma en la que impusieron un relato falaz para justificar la reforma de los delitos sexuales en el Código Penal, ahora se afanan en construir otro para derivar responsabilidades: mientras que desde Podemos insisten en culpar al poder judicial por aplicarla mal y lamentan que nadie les avisara sobre sus efectos, desde el PSOE asumen que habrá que retocarla, pero «manteniendo el consentimiento como elemento nuclear».

Hay quienes ven en los socialistas cierto propósito de enmienda, pero lo cierto es que lo único que subyace es tacticismo electoralista: como dijo Ayuso, no van a cambiar la ley del solo sí es sí por nosotras, sino por Tezanos. Para el PSOE la ley constituye un lastre insoportable con repercusiones tanto nacionales como internacionales

Efectivamente, los titulares en periódicos como el Financial Times o el Telegraph vinculando la imagen de Sánchez con la liberación de violadores son más de lo que nuestro narciso presidencial puede soportar. Él, obsesionado con pasar a la historia como aquel que reivindicó el vínculo luminoso de la II República, será recordado como el presidente que puso a agresores sexuales en la calle. Así que la nueva consigna socialista es que el estigma de la aprobación de la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual recaiga exclusivamente en Podemos.

«El sexo no consentido, aun sin mediar violencia o intimidación, ya era delito tanto en el Código Penal de 1995 como en el de 1973»

Desde la formación morada intentan zafarse recurriendo a los mantras acostumbrados. Les confieso que, cuando escucho o leo a la izquierda política, mediática y académica recurrir a ellos, me invade la sensación de que, o habitamos en planos de realidad distintos, o nos están tomando el pelo. Porque para refutar sus pobres argumentos basta la mera comprobación y lectura de los textos que citan, así como la reproducción de su propia hemeroteca.

Primero: no es cierto que la ley del solo sí es sí sea la primera que ha puesto el consentimiento de las mujeres «en el centro». El sexo no consentido, aun sin mediar violencia o intimidación, ya era delito antes, tanto en el Código Penal de 1995 como en el de 1973. Prueba de ello es la anterior redacción del art. 181: «El que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, será castigado, como responsable de abuso sexual, con la pena de prisión de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses».

Por supuesto, tanto antes como ahora, el consentimiento es una cuestión de prueba que recae sobre la acusación, pues lo contrario atentaría contra la presunción de inocencia consagrada en el art. 24 de la Constitución y en el art. 11 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (entre otros muchos tratados ratificados por España). Cierto es que en el Anteproyecto de esta ley sobre garantía de la libertad sexual se intentó subvertir la carga de la prueba mediante la exigencia del consentimiento explícito, si bien se descartó tras un demoledor informe del CGPJ que advertía de su inconstitucionalidad. Sobre esto hablaré más adelante.

Segundo: es falso que el Convenio de Estambul nos conminase a unificar los delitos de abuso y agresión para que cualquier delito contra la libertad sexual se identifique como agresión. La distinción obedece a que, mientras que la agresión penaba el sexo no consentido cuando concurre violencia o intimidación, en el abuso se castigaba el acto en ausencia de consentimiento sexual sin necesidad de mediar intimidación o violencia. Esta distinción se ajustaba perfectamente al Convenio, que sólo obliga a que se tipifiquen como delitos determinadas conductas, sin imponer nomenclaturas ni penas. Si quieren comprobarlo, consulten el art. 36 del Convenio, relativo a la violencia sexual.

Tercero: faltan a la verdad cuando sostienen que nadie advirtió al Ministerio de Igualdad sobre la posibilidad de rebajas de condenas a los agresores sexuales. Les avisó el Consejo General del Poder Judicial en el informe que emitieron durante la tramitación parlamentaria de la ley. También los previno la oposición, a la que la ministra Irene Montero despachó afirmando, en una comisión de Justicia, que no se iba a producir ni una sola revisión de condena, que todo era propaganda machista. Y no fuimos pocos los juristas que informamos en prensa y redes sociales sobre esta posibilidad, siendo menospreciados por la secretaria de estado de Igualdad, que nos tildó de «abogados de violadores».

Cuarto: también es mentira que las rebajas de penas y puesta en libertad de agresores sexuales se deban a una incorrecta aplicación de la ley por parte de la justicia patriarcal. Es nuestro Código Penal, en su artículo 2.2, el que obliga a aplicar retroactivamente al reo la pena más favorable. Si el legislador reforma la ley penal y estipula una condena menor para un mismo delito, de la reducción punitiva se podrán beneficiar también quienes ya habían sido condenados por esa misma conducta.

«Sánchez presumió de que la ley era una gran conquista del movimiento feminista, una ley de vanguardia que inspiraría a otras naciones»

Quinto: tampoco es cierto que la finalidad de la ley del solo sí es sí fuese corregir los excesos punitivistas de la anterior regulación. Este es un debate tramposo en el que intenta embarcarnos un sector de la academia cooptado por la izquierda. Al margen de lo que uno pueda pensar sobre esta cuestión, lo cierto es que Pedro Sánchez avaló la reforma asegurando que, gracias a ella, «se identificaba cualquier tipo de delito sexual como una agresión sexual para que hubiese condenas más agravadas». Es más, presumió de que la ley era una gran conquista del movimiento feminista, una ley de vanguardia que inspiraría a otras naciones. Las propias palabras de la ministra Montero en la comisión de Igualdad que he mencionado antes ratifican estas afirmaciones.

En fin, que la que estaba llamada a ser la ley estrella del Gobierno más feminista de la historia de la democracia se ha acabado estrellando contra la realidad. Es una inmensa estafa a la sociedad española, a las mujeres, al movimiento feminista y a las víctimas. El daño es, además, irreparable porque, aunque se modifique la ley para volver a elevar las penas, esta sólo será aplicable a los delitos que se cometan a partir de su entrada en vigor: lo hecho, hecho está. 

Lo más denigrante de todo esto es que los motivos que les han llevado a reconocer la chapuza y plantear su subsanación son sólo dos: los votos y su imagen pública. Ni siquiera podemos encontrar alivio en el pensamiento de que cargarán de por vida con el peso de su conciencia, porque dudo que la tengan. Cada agresor sexual beneficiado por la ley del solo sí es sí testimonia una razón para que dimitan todos los que participaron de la aprobación de esa infamia normativa: ya son 338.

15 comentarios
  1. jorgeplaza

    Como he dicho un comentario a otro artículo, esta ley tiene el problema fundamental de que puede ir contra la presunción de inocencia y ser, por ende, inconstitucional. Pero de eso no habla (no grita, más bien) nadie en este momento. En cambio, lo de la reducción de las penas me parece más bien un engañabobos, un escándalo forzado desde la derecha y su prensa al que Irene Montero ha respondido, como estaba cantado, de la manera más torpe posible. Es un engañabobos porque la aplicación de la ley solo reduce las condenas en algunos casos y por poco tiempo: quiere decir que los beneficiados ahora habrían salido igualmente libres en breve también con la ley anterior. Si son un peligro hoy por quedar libres, igualmente lo habrían sido dentro de algún tiempo, no mucho, con la ley antigua y nadie, ni a derecha ni a izquierda, habría dicho ni pío en ese caso. Montero lo habría tenido bastante fácil si desde el principio hubiera reconocido la posibilidad de la reducción de algunas penas y declarado lo que yo acabo de decir y alguna propaganda más: que los reos habrían salido libres de todas formas en poco tiempo, que la nueva ley era maravillosa y que las feministas avanzadas no pretenden castigar más sino proteger mejor. Como es muy fanática y está mal aconsejada (esa Rosell es estricnina pura) se ha labrado su propia ruina, pero la razón de fondo de la escandalera (las reducciones de condena) me parece, como he explicado, bastante fútil. Eso sí, la ciudadanía se lo ha tragado y puesto que eso se refleja en las encuestas, la trifulca interna en la coalición de Gobierno está servida. El electorado no es muy listo que digamos, pero eso, como la reducción de condenas, tendría que haberse previsto de antemano.

  2. Mesetario

    Ojo, que lo peor junto con el otro bodrio feminazi está por llegar. Los hombres ya pueden atarse la p…no sea que luego te denuncien si te has tirado a una roja, si eres un facha

  3. 23xtc

    No solo le acusan de haberse infiltrado en esos movimientos haciéndose pasar por un anarquista partidario de la independencia de Cataluña, sino también de abusos sexuales continuados, y los delitos de tortura y contra la integridad moral, revelación de secretos y vulneración del ejercicio de los derechos cívicos.
    EH Bildu y el BNG, así como Unidas Podemos exigen explicaciones al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, después de que un medio digital afecto a okupas e independentistas asegurase que Interior había infiltrado a un agente de la Policía Nacional en grupos radicales del barrio barcelonés de Sant Andreu haciéndose pasar por un anarquista de Mallorca. El joven habría utilizado el nombre de Daniel Hernández Pons para sus supuestas tareas de espionaje. Se trata de los mismos apellidos que habría utilizado otro policía también infiltrado, siempre según la versión del antedicho digital, «directa.cat».
    Daniel, Dani para sus examigos de «lucha», mantuvo relaciones con hasta ocho mujeres llegando a ejercer de pareja de un par de ellas hasta que desapareció del mapa aduciendo que le había salido un trabajo en Dinamarca. Con una de ellas llegó a intimar durante un año y hasta el punto de que le fue presentada su familia. Tras la denuncia de la presunta infiltración están el colectivo Irídia, que también se ocupa de la acusación contra los policías que frenaron el golpe de Estado de otoño de 2017, y el sindicato CGT, al que pertenece una de las denunciantes. La querella se dirige también contra el superior del policía y el ministerio del Interior, al que acusan como responsable civil subsidiario por haber ordenado la operación de infiltración en los movimientos sociales y separatistas catalanes.
    Al respecto, la abogada Laia Serra ha asegurado tras formalizar la denuncia que «la práctica se produjo durante dos años y, por tanto, ha contado con el aval del Estado».
    la letrada sostiene que «nunca puede haber consentimiento si no es un consentimiento que parta de la información previa y de la posibilidad de acceder o no. Además, en este caso, se trata de unas interacciones personales y sexuales que van más allá porque son con mujeres políticas, con mujeres politizadas que precisamente tienen un compromiso específico con los derechos de las mujeres, son militantes de los derechos de las mujeres y por tanto hay una transgresión más allá de la indemnidad física y sexual».
    Sònia Olivella, ha manifestado a las puertas de los juzgados que «constatamos que este agente y por tanto el Cuerpo Nacional de Policía y sus responsables jerárquicos y políticos han atentado directamente contra la integridad física, la integridad moral, la libertad sexual y la vida privada de estas querellantes y puede que de otras mujeres y activistas y lo han hecho precisamente por el hecho de ser mujeres, militantes y defensoras de los derechos humanos. Se han cruzado todas las líneas rojas.»
    a querella abunda también en que las operaciones de infiltración policial sólo están justificadas en casos de narcotráfico, crimen organizado y terrorismo. También se defiende la tesis de que el consentimiento sexual puede ser revocado en cualquier momento y depende de la información de que se disponga y de las circunstancias de la interacción sexual. «La información sobre la persona y sobre el tipo de práctica sexual son indiscernibles del consentimiento», señala el texto de la denuncia.
    Las abogadas del colectivo Irídia y el sindicato CGT exigen que Interior informe sobre qué juzgado, por qué investigación y durante cuánto tiempo se autorizó la creación de una «identidad encubierta» y si dentro de las tareas del supuesto agente y la presunta infiltración «estaba previsto el mantenimiento de relaciones sexuales y afectivas».

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