Colette, de visita
«El mundo, aunque lo crean tantos ahora, no ha empezado en el siglo XXI, ni empieza con cada uno de nosotros cuando somos conscientes de habitarlo»
En los años 80 la televisión en España podía verse sin perder un ápice de dignidad. Recuerdo que después del telediario de la tarde, TVE emitió una serie muy literaria y nadie protestó o pidió un culebrón latino que la sustituyera. Entre aquellas adaptaciones no he de olvidar la de Amor en clima frío, de Nancy Mitford, Los Thibault, –más floja– de Roger Martin du Gard, o una biografía de Colette que narraba los años en que estuvo casada con Willy y escribía las obras que firmaba él llevándose la admiración –y el dinero– que le correspondían a ella. La serie transmitía muy bien la mezcla de fascinación por su marido y por la literatura, y la extrañeza y el dolor causados por la impostura compartida.
Colette en ese momento se hizo, para quien no la conociera con anterioridad, una escritora muy visible en España y escribo visible a conciencia porque parece que hoy día se trata de visibilizar lo que no era invisible y nos dicen que sí. En la formación literaria de Llorenç Villalonga, por ejemplo, estuvo Colette –autora a la que admiraba–, como estuvo Anatole France: a la misma altura y por debajo de Marcel Proust. Hablo de los años veinte, contemporáneos de sonados éxitos de la escritora francesa cuando ya firmaba sus libros y Willy había quedado atrás.
Pero si Villalonga la había leído en francés, Colette fue traducida en España durante los 50, 60 y 70. Y a partir de aquella serie sobre su vida emitida en los 80, se reeditaron sus libros de Claudine y otros personajes (también en Círculo de Lectores) y aún se encuentran –si se buscan– por ahí. Argos Vergara y Anagrama editaron varios, fueron reseñados en revistas y suplementos literarios y una editorial que decían próxima a la extrema derecha europea y que publicó a Céline, Romain Rolland y D.H. Lawrence –Thor es su nombre, si mal no recuerdo– publicó también alguna obra de Colette. En aquellos años –sigo en los primeros 80– la obra de Colette acababa de entrar en La Pléiade y pueden decirse muchas cosas de ella –su vida dio mucho juego y ella supo sacarle todo el jugo– pero no que no fuera conocida. Ya no digo en Francia, por supuesto; hablo de España, donde siempre estuvo. Otra cosa es la curiosidad intelectual, que depende del radar de cada persona para llegar a los puertos donde ser feliz.
«Tengo para mí que adanismo y creación literaria son bastante incompatibles»
La semana pasada leí una entrevista con una poeta española que afirmaba que una escritora como Colette se desconocía completamente. Así en abstracto: se desconoce. Hoy en día esta fórmula –como otras más fatuas e impertinentes: «no me consta», por ejemplo– es de uso habitual. Se ha sustituido el «no conozco» por el «se desconoce» o por el «no se conoce»: debe de ser en lo poco que el ego desaparece y se esconde tras un sentimiento neutro y generalizado. Para ir culpando a la sociedad de lo que no es más que falta o descuido de uno mismo. Pero el mundo, aunque lo crean tantos ahora, no ha empezado en el siglo XXI, ni empieza con cada uno de nosotros cuando somos conscientes de habitarlo y de disfrutar de sus dones. El mundo ya estaba ahí, como estaba la literatura y tengo para mí que adanismo y creación literaria son bastante incompatibles.
El destino tiene sentido del humor y quiso que el mismo día que se publicaba esa entrevista en un periódico de tirada nacional, en mi programa favorito de televisión –de los poquísimos que se pueden ver sin intoxicarse: Las recetas de Julie, en la 2– se tratara la cocina de la región de La Correze y apareciera el chateau del periodista y político Henri de Jouvenel, donde vivió Colette enamorada durante diez años y diseñó un jardín que aún hoy se visita. Colette se divorció de Jouvenel al enamorarse de su hijo (Colette, además de gran escritora, fue una gran amante, tanto de hombres como de mujeres, y una gran cocinera). Justo al día siguiente, Le Monde dedicaba una página entera a Colette, Le Figaro, dos, y este año se celebra su 150 aniversario. Hace unos días una cadena de televisión francesa dedicó siete horas de programación a su vida y obra, y Le Monde le ha dedicado su monográfico Hors-Sèrie con el título Le tourbillon de la vie. 124 páginas de fotografías y artículos: un verdadero festival, pero aun así pequeño si lo comparamos con la reedición ahora del Cuaderno de L’Herne dedicado a ella. Sin olvidar la película Colette, estrenada en 2018, creo, donde Keira Knigthley interpreta a la escritora, ni dejar de añadir que uno de los libros más leídos en Francia en 2017 fue, junto a la correspondencia de Mitterand con su amante Anne Pingeot, Colette et les siennes, de la académica Dominique de Bona, o su vida con sus amigas en una casa de campo durante la Gran Guerra.
Colette, tras la mesa-camilla de su apartamento en Palais Royal –visita obligada cuando vivía– nunca ha dejado de existir o de ser, más que conocida, celebrada por todos. No, el mundo no empieza con ninguno de nosotros y lo que desconocemos existe y lo que nos pasa ya ha pasado antes. Pensar lo contrario implica perderse grandes y pequeñas cosas, aunque sea creyendo, equivocadamente, que son los demás los responsables de nuestro desconocimiento. O que todos desconocen lo que nosotros y estamos aquí para reencarnarnos en Marco Polo.