THE OBJECTIVE
Carlos Granés

La 'ley del s0lo sí es sí': cuando se confunden el eslogan y la ley

«La ministra Irene Montero, la salvadora de las mujeres, ha acabado demostrando que lo suyo eran la propaganda, las manifestaciones y el melodrama»

Opinión
4 comentarios
La ‘ley del s0lo sí es sí’: cuando se confunden el eslogan y la ley

Irene Montero, ministra de Igualdad. | EP

Uno de los grandes vicios del populismo es que entiende la política como una gesta estética. Lo importante, piensan los caudillos, es la emoción, conmover a las masas para que el sentimiento unifique a los individuos. Por eso pueden llegar a ser muy eficaces emprendiendo campañas políticas. Saben jugar con los símbolos, los eslóganes, el melodrama victimista, la performance; convierten la militancia en una fiesta o en un activismo lúdico y estetizante, y no es raro, incluso, que el detritus de todas sus marchas, denuncias, revueltas, escraches o reivindicaciones acabe convertido en arte. Para comprobarlo basta con pasearse por las salas del museo Reina Sofía, en donde cuelgan los ingeniosos carteles del 15-M y de algún otro colectivo de activistas.  

Dije que todo este detritus acababa convertido en arte y me corrijo: tal vez desde un comienzo era arte, porque no tenía más pretensión que impactar la sensibilidad y agitar conciencias. Hoy no hay diferencia entre una cosa y otra, entre el activismo y el arte. Es la deriva lógica de la vanguardia del siglo XX: la ambición desmesurada de los artistas no sólo demandó talento, también activismo performático. Los vanguardistas de hace un siglo querían crear hombres nuevos, transformar las sociedades, cambiar la vida. Con menos no se conformaban, y algo de esa visión ampulosa de sí mismos la conservan los activista de hoy, más si están ungidos por el designio chamánico del populista. Su gesta no se mide por lo racional y factible de sus promesas, sino por la belleza moral que las inspira. 

El problema, o más bien la tragedia, viene cuando el populista que ha seducido con la hipérbole y el gesto llega a las instituciones. Entonces tiene que enfrentarse a lo que más teme, a eso que tanto esquiva refugiándose en el maximalismo y en el adanismo utópico: la miserable y jodida realidad. Puede que desde sus despachos intente seguir operando como artista y se empeñe en el eslogan y en la propaganda, pero tarde o temprano tendrá que convertirse funcionario y redactar leyes. Es decir, en alguien que deja de intervenir en el universo de los símbolos para meter las manos en la realidad. Las consecuencias de este giro pueden ser desastrosas, y para verlas ya no hay que pasarse por el Reina Sofía sino por el Ministerio de Igualdad. 

«Por no haber diferenciado una cosa de la otra, el eslogan de la ley, la ministra se ha metido en un problema del que difícilmente se librará»

La ministra Irene Montero, la salvadora de las mujeres, la encarnación de las esencias feministas que iba a transformar, con su acción redentora, una historia infame de abusos y maltratos, ha acabado demostrando que lo suyo eran la propaganda, las manifestaciones y el melodrama, todo aquello que afecta ese mundo subjetivo de ilusiones y deseos, pero desde luego no las leyes, la herramienta más eficaz que tenemos para transformar de forma expedita la realidad.

Por no haber diferenciado una cosa de la otra, el eslogan de la ley, la ministra se ha metido en un problema del que difícilmente se librará. Lo sabe ya todo Occidente: por desatender a los asesores legales que le advirtieron de la chapuza que hacía, la ‘ley del sólo sí es sí’ ha logrado rebajar la condena de hasta cuatrocientos presos acusados de agresión sexual, y al día de hoy ya son más de treinta los excarcelados. Queriendo transformar España, ese infierno machista que inventó para justificar su ministerio, en un paraíso feminista, acabó creando la mayor alarma social imaginable. La jodida realidad no acabó respondiendo a la ficción populista, sino al estropicio jurídico. 

Y a todo esto, ¿qué ha hecho Irene Montero?¿Enmendar la ley? ¿Reconocer el error? ¿Renunciar? Desde luego que no. Todo lo contrario. Se ha instalado en la ficción y el relato, y desde ese reino aéreo ha recurrido a la táctica populista por excelencia: echarle la culpa a otro. La falla no está en la ley, dicen ella y sus asesoras, sino en los jueces machistas que la aplican. El problema es que sus socios de Gobierno, el PSOE, que sí están en contacto con la realidad, sobre todo con la realidad electoral, sí o sí la van a cambiar.

¿Qué será entonces de la ley de Montero? Quizás quede como el detritus de un vendaval populista que pasó por España, aunque dudo que tenga la suerte de acabar colgando en las paredes de un museo. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D