Premonición poética
«Este invierno es la antesala del verdadero invierno, del deseado, aquel que llegará el próximo año y renovará la sangre democrática del reino»
Por fin ha llegado el frío, las canas del invierno. Las bajas temperaturas aprietan las carnes y estimulan la circulación, avivan los espíritus y elevan las almas de los sacrificados. El esfuerzo por combatir los escalofríos nos mantiene alerta y consume energía. Es un estado de embriaguez estimulante, como vivir en el esplendor de la vida, pero que tiene mala prensa. Es el hijo bastardo del clima. Winter is coming, decían. ¿Que venga y se instale entre nosotros, quizás para siempre?
Ahora florece la creatividad que yacía adormecida por la cálida humedad del vapor estival. Los animalillos estimulan sus instintos para sobrevivir, porque cruzar el desierto nevado y no morir en la última duna es un grado.
Pero este invierno es la antesala del verdadero invierno, del deseado, aquel que llegará el próximo año y renovará la sangre democrática del reino. Confluencia climática, éxtasis popular. Frío, divina juventud conservada, donde nuestro cacique, Schz El Resiliente, encontrará la crónica de su desvanecimiento anunciado. ¿El cementerio de su próximo ocaso?
La embarcación del Resiliente cruza un océano helado, yermo, pero él no está al timón. Él observa a través de la ventana reconociendo a sus adversarios que le acompañan como una hambrienta flotilla de tiburones. Intentan enderezar su rumbo desquiciado golpeando la embarcación. Unos tiran a diestra y otros a siniestra. Adelante, en lo que le resta de camino oceánico, irá encallando en cada una de las tormentas que él ha ido alentando.
Sorprende su cabezonería, su sinrazón, sus apetitos suicidas. Asustan sus ganas de morir ahogado. Nos aterroriza su interés en arrastrarnos a todos al fondo del mar, en una riada resistente y tóxica de problemas auto-infligidos. Creó un problema y lo solucionó dando a luz a otro peor. Uno tras otro.
Él solo observa complacido su reflejo en el cristal del ojo de buey. Sonríe satisfecho de su altanero porte. Se ve fuerte, se ve bello, se ve poderoso. Ve brotes verdes donde solo emerge la crisis.
Su discurso vaga por el distanciamiento de la realidad. Subido en su torre de Babel no se entiende ni él mismo. Esa atalaya construida sobre la nada es alta, amplia e incompresible. Sus jardines inexistentes son letales. La torre ya es demasiado alta y no se ve ni el mar sobre el que reposa. Solo las nubes ensoñadas flotan a su alrededor. Pero son sólidos algodoncitos que acogen en su seno agujeros negros que le conducen al infierno. Le acompañan en su ensueño las de Zugarramurdi, brujes agarradas a los remos de la embarcación, pretendiendo remar en la misma dirección. Pero la nave esta propulsada a vela, y ellas no son conscientes. Las simples arpías lanzan sus hilos de pescar insignificantes que se enredan en las paletas propulsoras que carecen de función. Crean una tela de araña viscosa que las atrapa a ellas mismas. Falsas luciérnagas parece que lucen, pero son un mirage, un destello previo a su desaparición. Están condenadas a la nada, sin alma, destino, ni función real. Sobre la cubierta del barco, Beatriz Lestrange quiere ser la heredera del cacique. Divisa dentro de su espejo buscando sumar, cree que es Maléfica, la próxima jefa. Pero es el deja vu fruto del engaño del gran urdidor, el gran destructor de la convivencia, el dinamitador de los pilares del reino ¿Y ella qué? Ella es la zombi de la rive gauche.
El barco del líder desnudo navega aparentemente firme entre la desgana de sus súbditos rumbo a su autodestrucción. Naufragará entre los icebergs que él mismo ha ido diseminando en su periplo. Nos recuerda la premonición de la muerte del genio granaíno Federico García Lorca:
«Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, /y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados».
Pero nadie recordará el suyo. Dejará de ser el oligarca el próximo invierno y pasará a ser un incomprensible hueco en el calendario. Se consumirá sin haber sido nadie, sin haber creado nada, sin saber respirar el mismo aire de tus paisanos. Será el borrón en la historia del Reino. No tendrá corona fúnebre, solo un gran yunque de hierro anudado al cuello por sus propios marineros, que le enviarán al fondo abisal, donde será devorado por sus propias sirenas. Don Nadie.
El caudillo no será derrocado, sino que su suicidio llevará en volandas al heredero galaico. Mientras, el sucesor tiembla, palpita de deseo, duda. Pero su destino está escrito.
El cacique Schz ¿Y quién era él?