THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Pedro Sánchez, el hombre 10

«Tras la cumbre fallida de Rabat, debiera saber que su ejercicio de manipulación permanente solo puede ser aplicado sobre quienes están sometidos a su dominio»

Opinión
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Pedro Sánchez, el hombre 10

Erich Gordon

Las críticas dirigidas contra la gestión de Pedro Sánchez, tanto las razonables como las acaloradas, suelen dejar en el olvido un aspecto de su personalidad política que va subiendo de nivel hasta rozar la perfección. Este mérito pudo imputarse en su día a la habilidad de Iván Redondo como consejero en la sombra, pero hoy el comunicador donostiarra ha desaparecido, sin que su lección haya sido olvidada. Es más, los últimos episodios de la serie suben grado a grado en calidad.

Puede servir de ejemplo la cortina de humo con que ha logrado desviar la atención del atentado islamista de Algeciras. Ha sido una actuación magistral. En Francia, el asesinato de un profesor de Liceo por un lobo solitario, según se califica técnicamente a tales asesinos yihadistas, ha generado una polémica que dura ya más de dos años. En España, la intervención rápida de los medios de comunicación al servicio del presidente logró que la atención al tema no llegase apenas a aparecer. Desde el cuidado a la atención global propio del medio en cuestión, en la misma front page online solo aparecía un lobo solitario, un tipo yanqui que ejecutó varios asesinatos en cadena. Para el yihadista de Algeciras, información escueta de las muertes, y muy pronto, la sospecha de que era un enajenado mental, apoyándose en quienes compartían su condición de okupa. El Gobierno incidió a fondo en la desviación, frente a la postura clara del juez, con Marlaska al frente: «El caso está abierto».

La deplorable ocultación culminó en el pésame de Sánchez, quien hizo llegar a los familiares del sacristán asesinado su pesar por «el fallecimiento», como si hubiese sido causado por un accidente de tráfico. Involuntariamente, un gran especialista en terrorismo, el profesor Fernando Reinares, añadió leña al fuego subrayando la posibilidad de la enajenación mental. Y claro, si se trataba de un loco, al psiquiátrico y basta: no hay problema de yihadismo, a pesar de la barbarie y de la clara identificación por el autor de sus motivos: la voluntad de aniquilar a los creyentes católicos en una Iglesia al grito de «¡Allah-u Akhbar!». Naturalmente, en todos los atentados yihadistas fuera de España, obra de lobos solitarios, la situación mental del asesino es cuidadosamente analizada. Pero nunca se emite el diagnóstico exculpatorio antes de entrar a fondo en el estudio del crimen.

«La primera cuestión a la que se aplicó una cortina de humo fue la de la responsabilidad gubernamental en el estallido de la covid»

La matanza de Algeciras constituía un problema molesto para Sánchez, con los fallos en la expulsión del inmigrante, la entrada en un nuevo problema con Marruecos y el regreso de un tema muy conflictivo: los atentados islamistas. Sánchez no está para esas cosas, como no estuvo en su visita a Estados Unidos para valorar el primer asesinato de los ayatolás contra la mujer que llevaba mal puesto el velo. Ni para afrontar cualquier cuestión compleja que pueda dañar a su imagen de gobernante perfecto. Eliminada y a otra cosa.

La primera cuestión de envergadura a que se aplicó una efectiva cortina de humo, y con toda intensidad, fue la de la posible responsabilidad gubernamental en el estallido de la covid. La manifestación del 8 de marzo era un hueso duro de roer: haberla prohibido, o reconocer luego el error, era tanto como admitir dicha responsabilidad y enfrentarse con un feminismo militante que servía ya de broche de oro al gobierno de coalición.

Los vídeos de las declaraciones de Fernando Simón en los primeros días de marzo, minimizando el riesgo, fueron sacados de la red, y el mismo epidemiólogo, calificado incluso de sex symbol desde medios oficiosos, ofreció luego un recital de mensajes, tranquilizantes unas veces y otras engañosos (mascarillas, adquisición fraudulenta de materiales sanitarios). Los vaivenes entre la gestión centralizada y la comunitaria fueron salvados a favor del trágico imperio de contagios y muertes, sin balances intermedios, incluso como dato a favor de la «cogobernanza» que al parecer practica Sánchez. Y al igual que en el conocido misterio, la covid pasó a través suyo sin romperlo ni mancharlo: bien se cuidó de que nunca su imagen se asociara con la muerte concreta, salvo para emerger por encima de todo en la ceremonia de la plaza de la Armería.

Ciertamente, algunos opositores a Sánchez jugaron a fondo para el caso con fake news, que permitieron lucirse a Pablo Iglesias y a unos guardias civiles al parecer encargados por el Gobierno de perseguir a los falsos acusadores. Pero cuando se trató de instancias con competencia jurisdiccional, una jueza y el coronel de la Guardia Civil en la investigación de las posibles responsabilidades, se acabó la broma: la respuesta de arriba fue brutal, con destrucción desde los medios serviles de las imágenes de ambos personajes, así como de los dictámenes de jueza y coronel, y presión del Gobierno sobre la primera hasta eliminar la indagación. El juez de Algeciras puede írselo pensando.

La supuesta perfección de Pedro Sánchez queda protegida últimamente gracias a medios más sofisticados. Tenemos próxima otra intervención magistral: la cortina de humo forjada para evitar que las sentencias sobre los junteros socialistas de Andalucía dieran lugar a un movimiento de opinión que les aproximase a los populares del caso Gürtel. Sánchez dictó de inmediato lo que había que hacer: «Aquí pagarán justos por pecadores». Un segundo más, y el tema se desplazaba de la corrupción socialista al problema humanitario del injusto encarcelamiento de Griñán. Dicho y hecho. Luego podrán o no salvar a Griñán. Pero el efecto de encubrimiento quedó plenamente logrado.

El desplazamiento sistemático, ejercido sobre el significado, en temas y palabras, constituye la clave para que la realidad se convierta en un instrumento de propia afirmación, manejado a su gusto por Pedro Sánchez. ¿Mentira siempre? Sobre todo engaño continuado e irreversible. Ahí está la muestra del diálogo sobre Cataluña, un verdadero mantra que tapó lo que era en sentido estricto una negociación donde entraba en juego el orden constitucional.

«Una vez adquirida la preeminencia, el rey marroquí no puede abandonarla sin sufrir el descrédito de su pueblo»

En una excepción, el método no funciona cuando la relación de alteridad es establecida por Sánchez con quien detenta un poder superior y además es conocedor de su juego. La victoria del segundo en este caso puede acarrear la humillación, tal y como ha sucedido en las idas y venidas con Mohamed VI. El rey es un duro de verdad que practica la forma de respeto y poder de que habló Raphaël Patai en The Arab Mind. Sánchez y los suyos desconocen el significado de la expresión wajh, cara, salvar la cara, imponer siempre el respeto del otro. Perder el honor es «ennegrecer la cara». Claro que si el otro se humilla gratuitamente, dando signos de que está siempre dispuesto a ceder, le espera un tratamiento de superior a inferior, como el que está infligiendo Mohamed VI a Pedro Sánchez. 

Una vez adquirida la preeminencia, el rey marroquí no puede abandonarla sin sufrir el descrédito de su pueblo. Las concesiones no sirven, incluso si alcanzan el nivel de indignidad que vimos en el voto español a favor de Rabat en la UE sobre el estado de los derechos humanos en Marruecos.

Después de la conferencia fallida de Rabat, con la inasistencia del Rey -signo de desprecio-, es preciso recuperar el respeto. Sánchez no se entera de que en su concepción de la realeza, Mohamed VI nunca tratará de igual a igual a quien sirve a otro monarca, y menos si se pone a su disposición. A partir de esta experiencia, nuestro hombre 10 debiera saber que su ejercicio de manipulación permanente solo puede ser aplicado sobre quienes están sometidos a su dominio. Y aun entonces, a costa de un grave deterioro de la vida democrática, cosa que no parece importarle demasiado.

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