Volver a lo de antes
«Aunque necesiten al PP para la reforma de esa ley, que no es sino una derogación encubierta, lo presentarán como un hito en la lucha contra la violencia de género»
La izquierda, y en especial la que se califica a sí misma de «transformadora», ha sido siempre fiel a una máxima: no rectificar. O, si lo prefieren, no reconocer jamás sus errores. En consonancia con la revolución que la engendró, sus políticas se han caracterizado en general por una confianza ciega en la bondad de sus propósitos, al margen de cuáles fueran sus efectos. Lo que no significa, claro está, que entre esos efectos no los haya habido provechosos para el progreso de la humanidad. No pocas de las reformas que han permitido avanzar hacia una sociedad más justa, hacia esto que hemos convenido en llamar el Estado del bienestar, llevan su marca, cuando menos inaugural. Pero, en paralelo, su renuencia a aceptar el liberalismo –o, lo que viene a ser lo mismo, su obsesión por anteponerle un neo mancillante– ha hecho, tanto en el orden económico como en el político, que la ideología primara en toda ocasión sobre las evidencias. Los artículos publicados aquí mismo por Velarde Daoiz sobre el cambio climático o las energías renovables constituyen una excelente muestra de como los datos, es decir, los hechos, desmienten las creencias.
Viene lo anterior, tal vez ya lo hayan intuido, a cuento de la bárbara ley del solo sí es sí (y si la tildo de bárbara es tanto por las desaforadas intenciones que la alumbraron como, sobre todo, por los efectos que ha tenido y tendrá, por más remiendos que ahora le cosan, sobre las víctimas y familiares de tantos violadores convictos a los que la ley ha rebajado las penas). La reacción de la ministra Irene Montero y de sus pasteleras ministeriales, secundadas desde el partido por la también ministra Belarra, el inefable vocero Echenique y el denigrador de jueces presuntamente machistas Pablo Iglesias, ante la iniciativa parlamentaria de su socio mayoritario de Gobierno para tratar de enmendar en la medida de lo posible el estropicio causado y –hasta este lunes al menos– consentido; la reacción, digo, se ajusta como un guante al patrón descrito al principio. Para los paladines de esa izquierda que se proclama transformadora no hay, no puede haber, reconocimiento de culpa. Y si no les queda otra que admitir públicamente sus fracasos, la culpa, según ellos, es siempre de los demás, de quienes se oponen a sus designios, ya sea el propio sistema capitalista, ya sea esa cultura patriarcal que oprime sin compasión ninguna a las mujeres. Sobra añadir que la mejor forma de prescindir de los hechos consiste en rechazar todo contraste con la realidad y enrocarse en el discurso ideológico. Y en eso están.
«¿Qué ha hecho el PSOE de Sánchez durante los cuatro meses de vigencia de la ley cuando día tras día iban cayendo rebajas de pena?»
Pero la reacción de la otra izquierda gubernamental, la socialista y mayoritaria, resulta mucho más instructiva políticamente hablando, mucho más ejemplar en su deriva. Al fin y al cabo, lo de Podemos ya no sorprende a nadie. ¿Qué ha hecho, por su parte, el PSOE de Pedro Sánchez durante los cuatro meses de vigencia de la ley en cuestión cuando día tras día iban cayendo rebajas de pena? Nada, esperar a que amainara. Y no amainó, como era previsible, sino todo lo contrario. Al final, viendo que sus expectativas electorales –¡incluso según Tezanos!– no hacían más que empeorar, trataron de pactar con los irreductibles de Podemos una iniciativa legislativa. En vano. Y presentaron la suya, que era en realidad un retorno a la legislación anterior. Hasta se permitieron calcar párrafos enteros de la propuesta de reforma presentada por el PP en diciembre –sin citar la fuente, por descontado, que por algo el presidente del Gobierno es experto en artes plagiarias–, como informaba ayer mismo este medio.
Habían vuelto con su iniciativa a lo de antes. Pero no lo reconocieron ni lo reconocerán. El tren de la izquierda no tiene paradas ni vías muertas; a lo más, algún desvío grotescamente revestido de acción voluntaria que ni siquiera logra dar el pego. Para proclamarlo, ninguna figura más acorde con lo grotesco que la de Patxi López. Queda por ver, en todo caso, si en esta tramitación exprés le permiten a Podemos meter baza. De no ser así, y aun cuando requieran de los votos del PP para aprobar esa pretendida reforma de la ley que no es sino una derogación encubierta, descuiden: lo presentarán como un adelanto incuestionable en la larga lucha de las mujeres por la igualdad y contra la violencia de género. Qué digo un adelanto, ¡un hito!