THE OBJECTIVE
Velarde Daoiz

Autopsia de una pandemia

«Algún día tocará pasar factura a los políticos que han hecho de la española una de las peores gestiones médicas, económicas y sociales del mundo»

Opinión
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Autopsia de una pandemia

Pasajeros con mascarilla en el transporte público.

En enero-febrero de hace tres años, algunos estábamos muy inquietos con las noticias que llegaban primero desde China y luego desde Irán sobre la expansión de un coronavirus que, en este último país, incluso había llevado a las autoridades a liberar a los presos de algunas cárceles para intentar minimizar la masacre que se producía entre sus muros (sí se podía saber). Mientras, En España, el Gobierno chachifeminista de Sánchez preparaba su festividad favorita, el 8-M, y no iba a dejar que unos fachas aguafiestas empañaran su primera gran foto. Todos sus terminales mediáticos hacían chanzas hablando de alarmismos, de gripes y de la exageración que era suspender el Mobile World Congress (mientras en el norte de Italia se suspendía el Carnaval de Venecia, se suspendía el partido de fútbol entre la Juve y el Inter, primer y segundo clasificados de la Serie A en aquel momento e incluso se dejaba de celebrar misa en algunas diócesis). Y desde el Gobierno se instaba a hacer vida normal aunque regresaras de zonas ‘calientes’ si no tenías síntomas.

Ahora que todo ha pasado, quizá no sea malo hacer balance de lo sucedido, de cara a futuras pandemias. 

Desde mi punto de vista, deberíamos haber aprendido las siguientes lecciones:

  • Si una pandemia respiratoria puede pararse es muy al comienzo de su transmisión. Es decir, cuando aún no es una pandemia. Es importante estar atento a lo que sucede en otros países. Tanto a nivel particular como, sobre todo, desde los centros de alerta sanitaria de cada país. Si en el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias español hubieran estado alerta y hubiesen telefoneado a sus homólogos italianos en febrero -quiero creer que no se hizo-, nos habríamos ahorrado el grueso de los fallecidos evitables. Es decir, aquellos que fallecieron en la primera ola porque no pudieron ser atendidos en los hospitales por superarse su capacidad (desgraciadamente, el resto de los fallecidos estaban probablemente sentenciados desde el momento en que el virus se expandió mundialmente a finales de 2019).
  • La única razón válida para limitar los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos es, precisamente, el riesgo de colapso hospitalario. Siempre con las mínimas restricciones posibles y durante el menor tiempo posible. La misión del Estado no es (aunque pudiera, que no puede) salvar todas las vidas. 
  • La descentralización de la administración es una espléndida noticia en estas situaciones, pues permite ver distintas formas de afrontar la gestión de las crisis. Creo que deberíamos decir un ‘no’ rotundo a una ley de pandemias que permitiera a un poder centralizado hacer de su capa un sayo y restringir nuestras libertades basándose en supuestos informes técnicos, existan estos o no, e independientemente de su calidad.
  • Las decisiones las toman y las tienen que tomar los políticos. Para eso les elegimos y pagamos. Los expertos, como mucho, pueden servir para proporcionarles información epidemiológica o sanitaria relevante que, combinada con otros elementos de juicio económicos, médicos o sociales, ayude a los dirigentes a tomar decisiones informadas. Ampararse en expertos, incluso si se conocen sus nombres y apellidos (en España, me barrunto, no han existido jamás), es cobarde y equivocado.
  • Si un virus es respiratorio y tiene una transmisibilidad media/alta (R0 superior a 1,5, probablemente inferior – la función exponencial es terrorífica), no es posible su erradicación, salvo en islas y/o dictaduras, y a un coste altísimo en términos económicos y de libertades. Las políticas virus cero fuera de esos territorios (e incluso en ellos) son a la larga muy dañinas y estériles, pues el virus acaba llegando y contagiando igualmente.
  • La incidencia acumulada, aisladamente, es un valor muy poco indicativo de la evolución de las olas infecciosas. Mucho más importante es el sentido de la misma (creciente o decreciente) y su variación en el tiempo (si se acelera o se frena). Para un cierto valor de la incidencia, si esta decrece y lo hace cada vez más rápido la situación es francamente favorable. Por el contrario, el mismo valor de la incidencia (o incluso sensiblemente inferior), creciendo es mucho más peligroso. Y si crece cada vez más rápido, la situación será aún más delicada.
  • La única «inmunidad de grupo» efectiva se produce cuando el grueso de los seres humanos se ha contagiado por ese virus, y sus organismos han desarrollado una adecuada respuesta inmunitaria.

«No se debe, salvo riesgo grave para sus vidas, eliminar la educación presencial de niños y adolescentes»

  • Las mutaciones de los virus no esquivan totalmente la respuesta inmunitaria de los individuos ya contagiados. ¿Puede un individuo contagiarse varias veces? Sí. Pero, estadísticamente hablando, la inmensa mayoría de las reinfecciones serán más leves que la primera.
  • No se debe, salvo riesgo grave para sus vidas (que se sabía desde enero de 2020 que no era el caso), eliminar la educación presencial de niños y adolescentes.
  • Es un disparate la creación de grupos burbuja en los colegios, impidiendo que los adolescentes generen sus relaciones emocionales con quien ellos lo deseen en el momento más importante de sus vidas para hacerlo. Es un crimen hacerlo cuando la enfermedad en esos adolescentes cursa sin gravedad alguna en términos estadísticos.
  • Las vacunas son un instrumento fantástico para disminuir la gravedad de la enfermedad en un gran porcentaje de seres humanos, pero no nos hacen invulnerables. Siempre habrá individuos vacunados que, si se infectan, pueden acabar sufriendo la enfermedad de manera grave y hasta fallecer. 
  • La administración de vacunas, al menos en un caso de una nueva enfermedad, debe ser siempre voluntaria. El concepto «vacunas esterilizantes» que tanto gusta algunos porque les hace imaginarse protegidos por un escudo impenetrable, no existe. Obligar aunque sea sibilinamente a la vacunación mediante la expedición de pasaportes covid para realizar actividades como viajar o entrar a restaurantes ha creado más antivacunas que 300 años de historia de éxito. Podemos pagar un peaje muy caro en la expansión de otras enfermedades infecciosas.
  • Los ‘expertos’ no siempre son expertos, ni siempre aciertan.
  • Los medios de comunicación casi siempre transmiten las noticias más alarmantes (las audiencias suben).
  • La mayoría de los ‘expertos’ tienen (salvo honrosas excepciones) casi siempre interés en que la alarma dure lo máximo posible. Bien por ego, bien por intereses económicos
  • Las mascarillas no reducen lo suficiente la transmisión para imponer su obligatoriedad. La ola de ómicron durante el invierno pasado es un ejemplo perfecto de que, en el mejor de los casos (muy dudoso, y más teniendo en cuenta el estado en que están la mayoría de las mascarillas que se usan por los ciudadanos cuando su mandato es obligatorio –sucias, mezcladas con llaves o monedas en los bolsillos y reutilizadas semana), podrían reducirla levísimamente. Debería dejarse a los ciudadanos que así lo desearan su utilización voluntaria.

Algún día tocará pasar factura a los políticos que han hecho de la española una de las peores gestiones médicas, económicas y sociales del mundo. Pero eso será cuando la gestión de la pandemia termine (la pandemia lo hizo a final de la primavera de 2021, cuando los mayores de 50 años que así lo habían deseado se habían vacunado). De momento, y aunque ayer desapareció la obligatoriedad de las mascarillas en el transporte público (resulta alucinante cómo teníamos que llevarlas en el taxi para a continuación quitárnoslas en las discotecas), dicha obligación se mantiene en centros sanitarios. Si ya resulta absurdo, en mi opinión, mantenerlas de manera forzosa en hospitales (donde, como mucho, debería ofrecerse una mascarilla nueva a todos aquellos que voluntariamente deseasen hacer uso de la misma), hacerlo en centro sanitarios de fisioterapia o podología roza lo surrealista. 

Capítulo aparte merece la obligatoriedad de su uso en centros de tratamiento psicológico o psiquiátrico. Eso es digno del Marqués de Sade y, por la parte que me toca (y me toca mucha), imperdonable. 

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