THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Una reforma educativa (del gusto de Vox y Podemos)

«El que aprende a leer bien aprende a asomarse al mundo a través del punto de vista del otro y termina explorando la tradición literaria que su idioma le brinda»

Opinión
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Una reforma educativa (del gusto de Vox y Podemos)

Ilustración de Erich Gordon.

Uno de los campos de batalla favoritos en las guerras culturales entre partidos es la educación: intervenirla al gusto de cada bloque es sencillo y barato, y además tiene un impacto mediático inmediato. Para hacerlo basta cambiar el contenido de los libros de texto. Unos partidos pelean porque haya más horas de español en Cataluña y porque los alumnos vibren con Blas de Lezo y no reciban educación sexual de ningún tipo. Otros quieren que los varones también lloren y que niños, niñas y niñes entiendan que el sexo ha dejado de ser un hecho biológico para ser un constructo cultural sujeto a la autodeterminación de género. En general no se busca tanto cambiar el sistema educativo –es decir, la manera misma en la que se educa- como se pretende controlar los contenidos, por eso la estructura ya obsoleta del sistema queda fundamentalmente inalterada: asignaturas estancas, segregación por edad, banalización del arte y la música, exámenes cada trimestre, notas numéricas, selectividad como juicio final, y disyuntiva entre formación profesional o universidad antes de saber qué quiere hacer uno con su vida.

Hace un par de noches, mi hija pequeña se metió en nuestra cama para repasar sus deberes, al día siguiente tenía examen de lengua. Me fijé en lo que trataba de memorizar y tuve un ataque de estrés postraumático: complemento directo, artículo demostrativo, posesivo, preposiciones, lexemas, morfemas, sufijos. Todos esos conocimientos de lingüística que a un niño no hacen más que generarle rechazo, de cuyo aprendizaje jamás comprenden la utilidad y que suelen olvidar para siempre el día después del examen.

Esta manera de enseñar la lengua siempre me pareció que es como hacerle aprender a un niño todas las piezas de una bici, las tuercas, bielas, radios, rodamientos, válvulas y muelles que conforman su mecanismo, pero no dejarles jamás subirse a ellas y aprender a montarlas. Así salen la inmensa mayoría del colegio o del instituto sin saber escribir un pensamiento y menos aún un ensayo, incapaces de armar un discurso, construir un relato o darle verdad a una escena de diálogo, con terror a hablar en público y torpes a la hora de contar con gracia una anécdota en una sobremesa.

«La Literatura se sigue enseñando como en mis tiempos de estudiante. ¿Quieren que los niños pierdan cualquier interés por la lectura?»

Los que amaban montar en bicicleta, hacer piruetas y viajar con ella mucho más allá del barrio, eran siempre los que más adelante acaban por conocer cada una de sus piezas por su nombre, y sabían montarlas y desmontarlas hasta en la oscuridad. Con la enseñanza de la lengua es igual que con las bicis: hay que aprender primero a montar, a hacer piruetas y a dejarnos llevar por ella más allá de nuestro barrio para adquirir la necesidad –y la avidez– de conocer sus piezas y mecanismos.

Cuando veo a mis dos hijas menores llegar del colegio con el Lazarillo de Tormes y La Celestina, y las veo pasar cada página con el esfuerzo de Sísifo empujando la piedra, compruebo descorazonado que tras varios gobiernos de un signo o de otro con sus distintas leyes de educación, la Literatura se sigue enseñando como en mis tiempos de estudiante. ¿Quieren que los niños pierdan cualquier interés por la lectura? Hacedles empezar por el Cantar de mío Cid, La Celestina, el Quijote o el Lazarillo de Tormes. No falla. Estos son libros que la mayoría de los adultos son incapaces de leer, no ya por falta de vocabulario, sino por puro desinterés. ¿Por qué pues iban a interesarles a un niño? La ambición debería ser la de formar lectores constantes, no la de hacer a los niños tachar de manera estéril y prematura cada ítem del canon literario español. Lo sensato sería empezar a estudiar novelas como Panza de burro, las letras de la canciones de Jorge Drexler o los guiones de cualquier serie que les haya atrapado.

Con todo esto quiero decir, y volviendo al principio del artículo, que si se enseñara Lengua y Literatura de una manera en que los alumnos no terminaran por abominar de ambas materias, quizás ambos extremos ideológicos obtendrían una cierta satisfacción. El que aprende a leer bien, fundamentalmente aprende a asomarse al mundo a través del punto de vista del otro y a disfrutar haciéndolo, y por tanto, entiende al niñe, al que tiene la piel de otro color, al que va en la silla de ruedas o al que tiene ideas radicalmente distintas. Además, un lector constante se vuelve exigente por lo general y termina explorando por puro gusto la tradición literaria que su idioma le brinda, descubre así al Quijote, a Segismundo, a Garcilaso y Quevedo, las Coplas a la muerte de su padre, los viejos romances y las cantigas, y el que lleva todo eso en la memoria ama su patria con un amor más profundo y duradero que el que se emociona con himnos y banderas. Y para eso no necesitan un 25% de clases en castellano (palabra de alumno de colegio con mucho menos de 25% de clases en castellano), basta con que en la hora que den lengua y literatura española les enseñen a amar la lectura y ejercer la escritura.

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