150 años de mentiras republicanas
«El republicano español confunde un programa de gobierno con una forma de Estado. Su republicanismo es una forma encubierta de llamar a la revolución»
Este 11 de febrero se cumplen los 150 años de la proclamación de la Primera República. En la memoria de la gente queda que fue un periodo de caos por el cantonalismo. Lógico y cierto. Pero hay una cosa que se escapa a esa percepción, y que hila perfectamente con lo sucedido en 1931, en la Segunda: el republicanismo en España ha sido siempre una forma de hacer la revolución.
Tocqueville escribió que la Revolución Francesa había procedido como una revolución religiosa que «inundó la tierra de soldados, apóstoles y mártires». Lamentablemente, los republicanos españoles copiaron el modelo, y presentaron su forma de Estado como la única y urgente manera de salvar el país. Estos mesías políticos transmitieron que la República iba a solucionar todos los problemas históricos, presentes y futuros, públicos y privados de los españoles.
Los apóstoles de la República fueron mesías políticos que consideraban que la monarquía era una herejía de la religión del progreso, un enorme engaño a superar. Su forma de Estado, en cambio, era un imperativo histórico, un mandato de la Providencia que traería la paz y la prosperidad a la convulsa y pobre España. Era el bien absoluto, el paraíso en la Tierra, y aquellos que se opusieron eran prescindibles, como hicieron en 1873 y 1931.
De ese mesianismo surgió el exclusivismo de los republicanos y su carácter poco democrático, que chocaba con el pensamiento democrático que se iba desarrollando en otros países. Lo digo porque ya en el siglo XIX se consideraba que la democracia no era solo quién gobernaba, sino cómo. Esto significaba que el ejercicio de los derechos debía ser igual para todos, y que un Ejecutivo o un Parlamento no podía funcionar como un rey absoluto.
«La propaganda republicana era transmitida desde la superioridad moral del que sigue una religión política»
Nuestros republicanos no predicaron las costumbres públicas democráticas, sino la revolución, la toma del poder, el odio al enemigo político, y la dictadura como salvación de todos. No aceptaban la victoria de los otros. Eso ocurrió en 1873 y en 1931, con el conocido fracaso para la democracia. Además, esa propaganda republicana era transmitida desde la superioridad moral del que sigue una religión política. No hay que olvidar que La Federal se presentó con las formas de una utopía, y que la utopía es el disfraz del totalitarismo.
Imitadores del jacobinismo francés, los republicanos españoles rindieron culto a la revolución, y rodearon la República de una simbología religiosa, como en la Revolución Francesa. Por eso tienen sus banderas, himnos, ritos, mártires, santos laicos, libros sagrados, hechos milagrosos, lugares y fechas de culto. Vivían (y viven) entre el victimismo y la esperanza en la utopía, agarrándose a la fe de la fórmula salvadora ante cualquier circunstancia. Por ejemplo, si hay un problema en la Atención Primaria madrileña, pues ahí está el tonto de turno con su bandera republicana, como si tuviera algo que ver.
El republicano español confunde un programa de gobierno, incluso de partido, con una forma de Estado. Esa confusión se debe, como decía, a que su republicanismo es una forma encubierta de llamar a la revolución, a demoler lo existente para disfrutar del poder en exclusiva. Los que hoy hablan de República en realidad querrían un ajuste de cuentas, «hacer justicia social y política», «echar a los de siempre», y llevar a cabo una enorme purga. Ocurrió en 1873 y 1931.
Luego está el complejo de la «modernización». Los hombres de 1873 pensaban que España no estaba a la altura de sus expectativas, de una idealizada Europa. Definían el país como una sociedad atrasada e inculta, sometida a los atavismos católicos y monárquicos. Todos estaban en la inopia o el engaño menos ellos, los republicanos, que habían visto la luz de la modernidad. Fue entonces cuando se arrogaron la tarea de evangelizar. Eso sí, predicaron sin dar trigo; esto es, hablaron de democracia sin practicarla ni establecerla, o de pueblo pero despreciando a una mayoría que era monárquica.
«Intentan legitimar la Primera República por sus intenciones, no por sus hechos»
La historiografía amable con el republicanismo, la que pretende «recuperar» esa tradición para incluirla en la «memoria democrática» de España, ha ido forjando mitos sobre aquellos dos años de República que en realidad desdibujan lo que ocurrió. Incluso intentan legitimar la Primera República, su política y formas por sus intenciones, no por sus hechos, como la Segunda. El motivo de esa acomodación es sustentar el relato republicano actual.
El estudio serio de lo que ocurrió en 1873 y 1874 en archivos, con fuentes primarias, depara un montón de sorpresas, imprescindibles para entender el curso de nuestra historia contemporánea, como las dificultades para asentar la democracia y la libertad, los defectos de nuestra élite política, o la desvertebración de España.
Me refiero a hechos como el complot para hacer imposible la monarquía democrática de Amadeo de Saboya, la proclamación de la República sin un plebiscito que oyera al pueblo, las maniobras de Pi y Margall para deshacerse de los otros partidos usando el desorden público, su golpe de Estado, la indisciplina en el Ejército fomentada por federales en plena guerra civil, el cantonalismo que espantaba al pueblo, la flota cartagenera bombardeando Almería y Alicante, el desprecio de Europa, el Estado catalán, la animadversión personal entre los líderes republicanos, los secretos del golpe de Estado de Pavía, y todo 1874, un año también de República por más que escueza a los recuperadores de la memoria democrática.
Esto, y más, me ha llevado mucho tiempo de trabajo en fuentes directas inéditas, y ahora ve la luz en forma de libro gracias a Espasa, con conclusiones novedosas. Para mí ha sido una investigación que me ha demostrado que los mitos en historia tienen una intencionalidad no siempre buena, y que contraponerlos al logos, al conocimiento, a la realidad, es una tarea edificante. Y hacerlo sobre una religión política como el republicanismo español, además, nos hace más libres.