THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Últimos días con Teresa

«Podremos decir como consuelo, quienes nunca llegaremos a ser Mozart, que todos sin excepción, antes o después, seremos ese olvido que ya somos o fuimos»

Opinión
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Últimos días con Teresa

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No, no puedo decir que la quería, ni que le deba infinita gratitud, ni que fue un ser humano maravilloso, aunque en estos tiempos de hipérbole, también sentimental, es lo que marca la tabla. Nada de eso.

Nuestra relación se limitó a saludarnos cordialmente, a preguntarnos rutinariamente «¿qué tal?» sin más expectativa que escuchar de los labios del otro: «Bien, ¿y usted?». Small talk que dicen los anglosajones. Nos conocimos hará ahora 12 años y, desde que tuvimos que confinarnos, el paso de su marcha se achicó a la par que se aceleraba el tiempo en su rostro. Entonces nos tratamos más, tocábamos a su puerta y, a distancia prudente, la preguntábamos: «¿Cómo estás Teresa?». Sus hijos, pertrechados cual astronautas, acudían cada dos días a saludarla y dejar las bolsas de la compra a su puerta. «¿Estás bien, mamá?», preguntaba Menchu casi desde nuestra puerta. Nosotros también le pasamos de vez en cuando parte de lo que nos sobraba del guiso o un postre especialmente hecho para ella. Siempre lo agradecía, con indisimulada emoción, y aprovechaba para preguntarnos cómo estaba nuestro zagal. «Cada día más guapo y mayor le veo», nos decía. De ti supe, Teresa, aunque no lo vi, que más de una vez abriste la puerta de casa al zagal, olvidadizo él, con la copia de las llaves que te habíamos confiado. Y desde entonces te llamó su «abuelita de la escalera», expresión que es islote de ternura en su océano de solipsismo adolescente.

Tras el fin de la pandemia varias vecinas de rellano, mi mujer entre ellas, recibieron sendos ramos de flores. No tocaba por aniversario, ni encajaba por arrebato o desagravio, y los envíos carecían de remitente. Yo mismo y el hijo de otra vecina fuimos beneficiarios accidentales del misterio; gozamos de una presunción que no tardó en revelarse inmerecida. Teresa era la acreedora.

Teresa, nuestra vecina del C, murió el pasado viernes, sin estridencias, con la discreción de siempre. «Fue un ángel», nos dice Menchu, que la cuidó hasta el final. Frisaba los 90 y apenas sabemos quién fue. Pero en lo esencial no me cuesta evocarla con Borges (¿con quién mejor?): fue Teresa «tenue como si nunca hubiera sido» (Los Borges) y recordándola ahora, tan frágil, saliendo del portal a dar su paseo vespertino, bien puedo conjeturar que «aprendió a agradecer las modestas limosnas de los días», que al cruzar la calle Narváez seguramente «pudo sentir… una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza, sino de una antigua inocencia» (Alguien); que «hubo un sabor que prefería… que ha mirado lentamente la luna» (El tercer hombre).

«No habremos de hurtar aprecio a semejantes que apenas si pudimos conocer bien»

Pádraic y Colm han sido amigos de toda la vida en Inisherin, un territorio ficticio que remeda a Inisheer, una minúscula isla irlandesa perteneciente al archipiélago de Aran. Repentinamente, sin noticia previa ni causa aparente, Pádraic deja de ser amigo de Colm, al que pide que no le acompañe más al pub como solían hacer y que ni siquiera le hable. Colm, desesperado, le enfrenta un día exigiendo una explicación. Su amigo Pádraic, apasionado de la música, afanado en componer con su violín, le viene a decir que la vida es breve, que no puede perder tiempo con las banales conversaciones que acostumbraban, sobre la forma de las heces de su burra, por ejemplo. Que ya no le interesa su amistad y que solo quiere dejar alguna huella, un legado artístico. «Nadie recuerda a quien fue buena gente en el siglo XVII» – dice Pádraic- «pero todo el mundo se acuerda de Mozart». «La amabilidad no perdura». «¿Es que ahora resulta que no debemos ser amables?»- le replica Colm.

Supongo que es cuestión de tiempo, podremos decir como consuelo quienes nunca llegaremos a ser Mozart; que todos sin excepción, antes o después, seremos ese olvido que ya somos o fuimos, como también escribió Borges (Aquí. Hoy). Y, además, que en nuestro tiempo, el de los vivos, el de quienes estuvimos en la vecindad de Teresa, su impronta nos alcanza y gratifica, nos acompañará siempre siquiera sea íntimamente. De nuevo con Borges, Teresa pudo ser «ajena a los trámites del arte» (Los Borges), pero pisó el mundo con decencia, siempre se mostró buena e incapacitada para el daño al prójimo.

No habremos de hurtar aprecio, recuerdo ni homenaje a semejantes que apenas si pudimos conocer bien.

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