El PP como suplente
«Hay un centrismo blando, o socialdemocracia pija, que quiere que el PP se convierta en el partido suplente cuando el PSOE resulte incómodo, como ahora»
Leo que la derecha, en referencia al PP, no tiene que renunciar a luchar contra la desigualdad como hace la izquierda. Los mismos sugieren que debería abrirse al feminismo y al ecologismo. Y sí, también como la izquierda. ¿Por qué? Los cándidos sostienen que serviría para modernizarse y no dar asco al universo progre, que tendría así un partido suplente para cuando quieran sentar en el banquillo al titular, al PSOE.
Es evidente que están confundiendo los términos. El PP es una máquina electoral, no una academia ni un ateneo. Este partido no está para implementar ideologías, como hace la izquierda, sino para ganar las elecciones. Los instruidos saben que, de hacer el PP esos guiños al universo progre, sería un truco electoral para quedarse con el millón de votantes socialistas que no soporta más a Sánchez.
El feminismo del que hablan los modernizadores se reduce a la retórica y el postureo, lo que serviría para no dañar al núcleo duro del electorado del PP. El PSOE tiene un 60% de voto femenino que quiere reconocimiento, dignificación y presencia. Vamos, más mujeres en las fotos y en los puestos de dirección, con gente del PP que tenga interiorizado el lenguaje inclusivo. Eso es gratis.
Una modernización feminista en el sentido del PSOE no renta al PP. No olvidemos que la ley palanca de este paradigma fue la Ley Integral contra la Violencia de Género. Dicha norma se funda en la desigualdad jurídica entre hombres y mujeres biológicas, y en la inversión de la carga de la prueba cuando la denunciante es mujer. Esto no ha disminuido las agresiones machistas ni los delitos. En 2005, al año de promulgarse dicha ley, hubo 57 víctimas mortales, y 49 en 2022, menos, pero ahora somos 4 millones más de españoles. El fracaso es evidente.
«El ecologismo de la izquierda se sustenta en condenar los modos vitales tradicionales»
El otro asunto es el ecologismo. Resulta chusco sostener que la derecha española tiene que ser sensible con la naturaleza. En la crítica faltan lecturas, lo sé, y además tener delante un mapa de España para ver la cantidad de municipios rurales gobernados por el PP. Esa política se llama «conservacionismo», que básicamente sostiene la defensa del entorno como una forma de conservar el paisaje y las formas de vida. Roger Scruton tiene un librito al respecto. Es corto, no se preocupen.
El ecologismo de la izquierda se sustenta en condenar los modos vitales tradicionales, y sustituirlos por una naturaleza urbanita. Por eso sus dos palabras favoritas son «prohibir» y «subvencionar». A los ecologistas de asfalto y salida campestre dominical, los domingueros de toda la vida, vamos, les convendría hablar con agricultores, ganaderos y gente del campo. Hay moscas y otros bichos sin domesticar, pero resulta instructivo.
Luego está el asunto de «luchar contra la desigualdad», que es un truco barato de los totalitarios y colectivistas. Apelan a las emociones más básicas para hacer necesaria en la mente del incauto la intervención del Estado. Esa «lucha» se lleva por delante la propiedad privada y la libertad porque la intención, la igualación material, está por encima de los derechos individuales. Ya lo advirtió Tocqueville cuando escribió sobre la democracia en América.
La visión de la «agenda social» como un aumento del gasto basado en un crecimiento de la presión fiscal es tan casposa como contradictoria. La fiscalidad creciente es el caldo de cultivo de la inflación, el impuesto de los pobres, y de la evasión de inversores a países menos opresores, lo que acaba en decrecimiento y envejecimiento del sector productivo. El conjunto supone un empobrecimiento general, que no parece una «agenda social» mollar ni de lejos y sin gafas.
«La búsqueda del Estado moral es propia de ideólogos totalitarios»
Ahora bien, si este fracaso económico socialista lo adornamos con demagogia contra «los ricos», quizá funcione un rato, al menos entre los cándidos. Ejemplo práctico: Pedro Sánchez fue en Falcon de Sevilla a Málaga este 12 de febrero y pidió acabar con «el festín para los de arriba». Y es que la izquierda se ha dedicado siempre a predicar sin dar trigo, y menos con su ejemplo.
Luego está la cuestión de la «justicia». La búsqueda del Estado moral es propia de ideólogos totalitarios. Lean a los asustados intelectuales de la Europa de entreguerras, por favor. La pretensión de retorcer legalmente a la sociedad y su realidad para cumplir con un objetivo ideológico no tiene nada de democrática ni de liberal. Más claro: la justicia social es una falacia retórica. Una más. Es algo subjetivo y cambiante. Una muletilla de los discursos populistas desde hace cien años.
Si una democracia liberal marca como objetivo prioritario luchar contra la desigualdad está declarando la muerte de lo democrático y de lo liberal de un sistema. No importará entonces quién gobierne ni cómo porque la política y los partidos, las asociaciones, los medios, la opinión, los sindicatos, los tribunales, todo, habrá de dirigirse a cumplir esa finalidad colectivista.
Es triste que no haya calado todavía que el único sentido de una democracia liberal es la garantía del ejercicio en paz de los derechos individuales. Es aquí donde los hijos de Lenin dicen: «Sin comer, no hay libertad que valga». Ya, pero recortar la libertad, como nos muestra la experiencia, solo genera pobreza y autoritarismo.
Lo dicho, que hay un centrismo blando, o socialdemocracia pija, que quiere que el PP se convierta en el partido suplente cuando el PSOE resulte incómodo, como ahora. Lo mismo aciertan.