Nuestras derechas
«En el debate de ideas, hay que elevar a la categoría de normal lo que en la calle es normal, y esto implica tener una agenda social mucho más conservadora»
El españolazo, que sigue todos los debates en redes, se ríe de las nuevas leyes estrambóticas de la agenda social del Gobierno. Hemos ido normalizando una agenda social que demuestra una letárgica indiferencia hacia la ética, y lo que hoy gobierna es la amoralidad cínica.
Rezo rosarios laicos al cielo de la democracia que se nos avecina. Pero esta no puede ser la agenda que se normalice y asuma el centroderecha, sino que hay que presentar una agenda con valores que reflejen la normalidad de la calle. Como con Suárez, hay que «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal».
La labor de observar y acercarse al día a día del ciudadano debería ser tarea de los filósofos de nuestro tiempo, pero también de los políticos. Debería ir en el sueldo. No me siento nada lejos, ideológicamente, de muchas ideas conservadoras, y creo que la mayoría social tampoco. Me siento muy cómoda con la gente sensata y racional y creo que en ambos partidos, tanto el PP como Vox existen estas corrientes.
El problema es perderse en debates hermenéuticos sobre el significado de la palabra moderación y que gane influencia la derechona más cerrada, la que no busca el consenso más allá de Chesterton. Se ha arremolinado alrededor de cinco referencias toda una corriente de estilo hermética con una elevación protofilosófica que va por ese camino.
El exvicepresidente Rodolfo Martín Villa le decía en el restaurant a Manuel Vázquez Montalbán que todas las discusiones de la extrema izquierda son de asamblea política de primero de facultad. No necesitamos un asambleísmo o partidismo exacerbado de derechas que se centra en las divisiones. Si las derechas permanecen divididas no solo políticamente, sino también en el ámbito periodístico e intelectual, pierden.
Asusta pensar que España ha optado por el desorden y que aquellos que pueden ser alternativa permanecen divididos por posturas inamovibles. Bajen a la realidad y a la verdad del pueblo, que es una realidad más básica, de pan y quesillo. Amplíen los círculos de Maquiavelos de café y los corrillos intelectuales, las lecturas. Lo que sería bueno para el país es que la no izquierda trabajara para buscar los puntos de encuentro: Derechos y Deberes. Historia. Civilización occidental. Tradición. Unidad nacional.
«La levadura y el fermento del debate público no pueden ser los temas de la agenda ‘morada'»
El caso es que mientras la derecha permanece dividida por sus exquisiteces intelectuales, avanzan las «instituciones de la desculturación» donde unos radicales de izquierdas bien entrenados desarrollan su agenda social y cultural. Cultura e Igualdad son las carteras más peligrosas, y nunca deberían haberse dejado en manos de asamblearios universitarios o de un señor del PSC que no entiende que los toros son cultura.
Al final, los medios van arrastrando a la opinión pública hacia la agenda de temas que marca la anti-España y el debate público sigue la agenda social de Podemos. La levadura y el fermento del debate público no pueden ser los temas de esta agenda morada. En el debate de ideas, hay que elevar a la categoría de normal lo que en la calle es normal, y esto implica tener una agenda social propia, mucho más conservadora.
Solo en el encuentro con el Otro, en el cara a cara, puede eliminarse el prejuicio o la ideología que divide a las personas. La pequeña derecha pequeñoburguesa de los buenos chicos pueden convencer acercando posturas. El reto es volver a los matices, no enrocarse en posiciones tan puristas y tan blancas. El socialismo ya no parece un movimiento de las mayorías, ha derrapado porque su agenda social está en manos de un partido radical, identitario, con una agenda woke.
Ahora necesitan actores para todas las escenas de la campaña, desde abuelos yeyé del partido jugando a la petanca hasta un joven anónimo que cobra el salario mínimo que es hermano de un cargo del PSOE. Yo creo que estos chicos merecen un Goya. Especialistas en el arte de alborotar el país y atrofiar los periódicos, la izquierda no busca la expresión razonable de las cosas sino la inflación de las identidades y el discurso más radical. Nadie se pregunta si el debate político tiene alguna relación con la realidad sencilla de la calle, que es una verdad de pan y quesillo.