El derecho al sexo
«Que algo sea deseable no lo convierte en un derecho, pero ¿qué hacemos con los individuos que nunca podrán disfrutar del sexo?»
En su discurso de aceptación del Goya al mejor actor revelación, Telmo Irureta reivindicó el «derecho a la sexualidad de las personas con discapacidad. Porque nosotros también existimos y nosotros también follamos». El personaje de la película en la que aparece, La consagración de la primavera, es un discapacitado que recurre a los servicios de una asistente sexual. La respuesta en redes y medios fue brutal. En Twitter, la antes célebre, y ahora no sé qué (aunque conserva cientos de miles de seguidores) @barbijaputa, comentó: «Qué de puteros siendo aplaudidos. Y aplaudidos por esos que se dicen de izquierdas». Las menciones al vídeo de RTVE estaban llenas de acusaciones de «putero». En Público, Ana Bernal Triviño escribió: «Lo que ya cansa es que las mujeres sean siempre la solución para todo. ¿Quieren sexo? Mujeres prostitutas. ¿Se necesitan cuidados? Mujeres cuidadoras. ¿Un hijo? Mujeres como vientres de alquiler. Y si dices no, ya está el sistema para hacerte sentir culpable porque no eres lo suficiente comprensiva con alguien que lo necesita».
Ante las críticas, Irureta se defendió: «Hay gente que habla sin saber. Han hablado de violencia contra la mujer y de violación y yo no he dicho nada de mujeres, y además soy homosexual». También reivindicó la existencia de asistentes sexuales para personas con diversidad funcional, y admitió haber contratado los servicios de trabajadores sexuales.
Es verdad que no existe un tal «derecho al sexo» (aunque si aceptamos eso hay muchos «derechos» que tampoco deberían considerarse tales, como el del aborto o la vivienda; que algo sea deseable no lo convierte en un derecho, ¿y qué es un derecho de todas formas?). Pero ¿qué hacemos con los individuos que nunca podrán disfrutar del sexo? Irureta dice que «en mi caso es más difícil [tener relaciones sexuales sin pagar] porque cuerpos como el mío no gustan. Entonces, tienes muchas más limitaciones, la gente tiene muchos prejuicios y miedos».
«Hay gente cuyas posibilidades para tener relaciones sexuales son bajísimas. Es una desigualdad que parece imposible de corregir»
En su libro El derecho la sexo. Feminismo en el siglo XXI, Amia Srinivasan dice que «existe el riesgo de que la repolitización del deseo fomente un discurso del derecho al sexo. Hablar de aquellos que son injustamente marginados o excluidos puede llevarles a pensar que tienen derecho al sexo, un derecho violado por quienes se niegan a mantener relaciones sexuales con ellos». En (Fe)Male Gaze, Manuel Arias Maldonado reflexiona sobre las consecuencias negativas de la «desigualdad del capital erótico». Hay gente cuyas posibilidades para tener relaciones sexuales son bajísimas. Es una desigualdad que parece imposible de corregir. «Sea natural o construida, la diferencia entre elegibles e inelegibles constituye una brecha cruel que, atravesando las divisiones de género, corre el riesgo de pasar desapercibida precisamente porque no encaja bien en la conversación dominante».
¿Qué hacer con los excluidos? Realmente no se puede hacer mucho. En su blog, el periodista John Ganz reflexiona sobre lo obsesionada que está nuestra cultura con el sexo, y con la idea de que podemos «domarlo» o «solucionarlo» (algo que me recuerda al inicio de Desgracia, de J.M. Coetzee: «Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resuelto bastante bien el problema del sexo»). Como dice Ganz: «Creo que muchos de nuestros problemas pueden resolverse, pero no éste, que nos acompañará hasta el fin de los tiempos. La idea del sexo y el romance como un problema que hay que resolver, algo que hay que administrar por fin de la forma correcta, es una perspectiva bastante deprimente».
Quizá no exista un «derecho al sexo». Pero ¿se puede alcanzar una «buena vida» sin sexo? En La vida es dura, su excelente libro de filosofía moral, Kieran Setiya dedica una parte de uno de sus capítulos a la idea de que los discapacitados también pueden acceder a la buena vida: «En la práctica, una vida buena es selectiva, limitada, fraccionaria. Incluye cosas buenas, pero las muchas que ha de omitir no la tornan necesariamente peor». Y sigue: «Las discapacidades nos impiden dedicarnos a cosas valiosas. En cierto sentido, son perjudiciales. Pero, en cualquier caso, nadie tiene acceso a, ni espacio para, todo lo valioso, y no hay nada malo en quedar apartado de muchas cosas buenas. La mayor parte de las discapacidades dejan disponibles suficientes cosas valiosas para vidas que no son peores que la mayoría, y que a veces incluso son mejores». Pero, claro, como dice Irureta, «no se han puesto en nuestra piel».