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El derecho al sexo

«Que algo sea deseable no lo convierte en un derecho, pero ¿qué hacemos con los individuos que nunca podrán disfrutar del sexo?»

Opinión

El actor Telmo Irureta, en la gala de los Goya. | RTVE

  • Periodista y miembro de la redacción de ‘Letras Libres’ y autor de ‘Mi padre alemán’ (Libros del Asteroide, 2023).

En su discurso de aceptación del Goya al mejor actor revelación, Telmo Irureta reivindicó el «derecho a la sexualidad de las personas con discapacidad. Porque nosotros también existimos y nosotros también follamos». El personaje de la película en la que aparece, La consagración de la primavera, es un discapacitado que recurre a los servicios de una asistente sexual. La respuesta en redes y medios fue brutal. En Twitter, la antes célebre, y ahora no sé qué (aunque conserva cientos de miles de seguidores) @barbijaputa, comentó: «Qué de puteros siendo aplaudidos. Y aplaudidos por esos que se dicen de izquierdas». Las menciones al vídeo de RTVE estaban llenas de acusaciones de «putero». En Público, Ana Bernal Triviño escribió: «Lo que ya cansa es que las mujeres sean siempre la solución para todo. ¿Quieren sexo? Mujeres prostitutas. ¿Se necesitan cuidados? Mujeres cuidadoras. ¿Un hijo? Mujeres como vientres de alquiler. Y si dices no, ya está el sistema para hacerte sentir culpable porque no eres lo suficiente comprensiva con alguien que lo necesita».

Ante las críticas, Irureta se defendió: «Hay gente que habla sin saber. Han hablado de violencia contra la mujer y de violación y yo no he dicho nada de mujeres, y además soy homosexual». También reivindicó la existencia de asistentes sexuales para personas con diversidad funcional, y admitió haber contratado los servicios de trabajadores sexuales. 

Es verdad que no existe un tal «derecho al sexo» (aunque si aceptamos eso hay muchos «derechos» que tampoco deberían considerarse tales, como el del aborto o la vivienda; que algo sea deseable no lo convierte en un derecho, ¿y qué es un derecho de todas formas?). Pero ¿qué hacemos con los individuos que nunca podrán disfrutar del sexo? Irureta dice que «en mi caso es más difícil [tener relaciones sexuales sin pagar] porque cuerpos como el mío no gustan. Entonces, tienes muchas más limitaciones, la gente tiene muchos prejuicios y miedos». 

«Hay gente cuyas posibilidades para tener relaciones sexuales son bajísimas. Es una desigualdad que parece imposible de corregir»

En su libro El derecho la sexo. Feminismo en el siglo XXI, Amia Srinivasan dice que «existe el riesgo de que la repolitización del deseo fomente un discurso del derecho al sexo. Hablar de aquellos que son injustamente marginados o excluidos puede llevarles a pensar que tienen derecho al sexo, un derecho violado por quienes se niegan a mantener relaciones sexuales con ellos». En (Fe)Male Gaze, Manuel Arias Maldonado reflexiona sobre las consecuencias negativas de la «desigualdad del capital erótico». Hay gente cuyas posibilidades para tener relaciones sexuales son bajísimas. Es una desigualdad que parece imposible de corregir. «Sea natural o construida, la diferencia entre elegibles e inelegibles constituye una brecha cruel que, atravesando las divisiones de género, corre el riesgo de pasar desapercibida precisamente porque no encaja bien en la conversación dominante». 

¿Qué hacer con los excluidos? Realmente no se puede hacer mucho. En su blog, el periodista John Ganz reflexiona sobre lo obsesionada que está nuestra cultura con el sexo, y con la idea de que podemos «domarlo» o «solucionarlo» (algo que me recuerda al inicio de Desgracia, de J.M. Coetzee: «Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resuelto bastante bien el problema del sexo»). Como dice Ganz: «Creo que muchos de nuestros problemas pueden resolverse, pero no éste, que nos acompañará hasta el fin de los tiempos. La idea del sexo y el romance como un problema que hay que resolver, algo que hay que administrar por fin de la forma correcta, es una perspectiva bastante deprimente».

Quizá no exista un «derecho al sexo». Pero ¿se puede alcanzar una «buena vida» sin sexo? En La vida es dura, su excelente libro de filosofía moral, Kieran Setiya dedica una parte de uno de sus capítulos a la idea de que los discapacitados también pueden acceder a la buena vida: «En la práctica, una vida buena es selectiva, limitada, fraccionaria. Incluye cosas buenas, pero las muchas que ha de omitir no la tornan necesariamente peor». Y sigue: «Las discapacidades nos impiden dedicarnos a cosas valiosas. En cierto sentido, son perjudiciales. Pero, en cualquier caso, nadie tiene acceso a, ni espacio para, todo lo valioso, y no hay nada malo en quedar apartado de muchas cosas buenas. La mayor parte de las discapacidades dejan disponibles suficientes cosas valiosas para vidas que no son peores que la mayoría, y que a veces incluso son mejores». Pero, claro, como dice Irureta, «no se han puesto en nuestra piel». 

11 comentarios
  1. MarquesadeBeaumont

    ¿Qué hace un hombre con discapacidad que quiere sexo y no encuentra a nadie que quiera acostarse con él? Lo mismo que hace cualquier otra persona: aguanta la frustración. La discapacidad no es un permiso para usar a los demás como si fueran objetos

  2. Relatibo

    Da igual el sexo, el aborto, la vivienda… el meollo es que hay que reformular el concepto «derecho» para que todos entendamos de una vez que es algo diferente al que contemplamos

  3. Fedeguico

    Es muy sencillo: tenemos derecho a que nadie –principalmente el gobierno- ejerza violencia sobre nosotros con ninguna excusa – ni siquiera la de la solidaridad obligatoria-, pero está claro que no tenemos derecho a esclavizar a otros para que satisfagan nuestros deseos o necesidades.
    Para quien tiene la cabeza clara, no existe duda ni controversia, pero los que siempre han vivido en el error y la necedad del socialismo en sus diferentes versiones es natural que sientan cierto desasosiego cuando chocan con sus contradicciones: si, como siempre han creído, es lícito violar la propiedad ajena para beneficio de necesitados ¿por qué no habrá de serlo violar el cuerpo ajeno?
    ¿Qué hacemos con los pobres? Basta con suprimir el socialismo y liberarlos de tanto salvador que sólo sirve para hundirlos cada vez más en la miseria.
    ¿Qué hacemos con los insatisfechos sexuales? Exactamente lo mismo, porfa: dejar de crear el problema censurando que lleguen a acuerdos mutuamente beneficiosos con los prostitutos de ambos sexos o cualquier otra pacífica solución que se les ocurra a ellos o a esos avispados empresarios ávidos de buenos negocios.
    Y es que no existe nada que el libre mercado, es decir, el respeto al prójimo, no pueda resolver. Ni hay nada más perverso que las bienintencionadas arrogancias moralistas de quienes se atreven a señalar coactivamente el camino a los demás, que siempre empiezan, oh casualidad, descubriendo angustiados falsos problemas.
    Conclusión: preguntar qué hacemos con los individuos que nunca podrán disfrutar del sexo es absolutamente inaceptable

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