THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Ese oso que se acerca

«Estamos a nada de que sea delito decir que un señor (que se comporta como un señor, tiene voz de señor, pene de señor, pero se hace llamar Emma) es un señor»

Opinión
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Ese oso que se acerca

El psicólogo Jordan Peterson.

A Jordan Peterson, autor del exitoso ensayo 12 reglas para la vida, el Colegio de Psicólogos de Ontario le amenaza con retirarle su licencia profesional, la que le permite ejercer su profesión, si no se somete a un curso de reeducación. ¿La razón? Sus manifestaciones públicas, tanto en redes sociales como en otros medios, expresando su opinión sobre, entre otras cosas, las políticas de género de su país. Más de 75 reconocidos intelectuales internacionales han firmado un valiente manifiesto en su defensa. Steven Pinker (autor de En defensa de la ilustración), Jonathan Haidt (La mente de los justos), Abigail Shrier (Un daño irreversible), Douglas Murray (La masa enfurecida) o Claire Lehmann (editora de Quillette), entre otros académicos, firman el texto en el que denuncian una situación casi (sin el casi) inquisitorial. Estemos más o menos de acuerdo con las tesis de Peterson, en todo o en parte, o completamente en contra, en lo que deberíamos coincidir es en la férrea defensa de su libertad, la de todos, para expresar en voz alta sus ideas. ¿Acaso no les chirría el sintagma «curso de reeducación»? ¿Le quieren reeducar para que deje de pensar mal y empiece a hacerlo bien? ¿En qué consistirá ese curso? ¿En poner a Jordan Peterson un capirote donde ponga shame y hacerle escribir doscientas veces «no volveré a decir nada en público que levemente incomode a cualquier grupo identitario»? ¿«Trataré de mejorar»?

Puede parecer ridículo, lo sé, pero no nos encontramos tan lejos de eso. De momento, el Colegio de Psicólogos de Ontario, en su inmensa benevolencia y con la razón (y la superioridad moral) de su parte (cómo no), exigen al autor que firme una declaración en la que exprese que «es posible que me haya faltado profesionalidad en las declaraciones públicas y durante una aparición en el podcast del 25 de enero de 2022». Consideran que «los comentarios en cuestión parecen socavar la confianza del público en la profesión en su conjunto y plantean dudas sobre su capacidad para cumplir con sus responsabilidades como psicólogo». Casi nada.

«Lo grave de la situación es que no parece tanto un ataque dirigido al intelectual, sino un aviso a navegantes»

Teniendo en cuenta el perfil de Peterson (cualquiera que le haya leído o le siga en redes podrá imaginar que no va a claudicar) lo grave de la situación es que no parece tanto un ataque dirigido al intelectual, conocido precisamente por enfrentarse abiertamente a la cultura woke, sino a posibles valientes menos relevantes, un aviso a navegantes: atentos, disidentes. Si somos capaces de hacerle esto a Jordan Peterson, uh-uh, no quiera saber lo que le pasaría a usted, mindundi. Le conviene pensar correctamente. Es decir, como nosotros digamos. 

Como era de esperar, Peterson ya ha anunciado que sus abogados se han puesto en contacto con el Colegio para invitarles a continuar con el proceso disciplinario. No esperábamos menos de él, claro. Aunque llegados a este punto, yo ya no sé si sería más deseable que Peterson asuma la carga simbólica de defenderse ante esto, librar él solo esta batalla ya que puede permitírselo, o si sería más gozoso que acudiese a ese curso de reeducación y nos informase, a lo gonzo, de todo lo que ocurra allí. Quiénes son sus educadores, cuál el temario, cómo los ejercicios… Me imagino ya una serie de artículos, un libro incluso: Yo fui reeducado por los que sí pensaban bien. Al estilo de los cursos esóterico-feministas de Miguel Lorente sobre masculinidad y violencia en la Universidad de Granada, pero con sirope de arce.

Mientras tanto, aquí el jueves se aprobaba la ley trans. Estamos a nada de que sea delito decir que un señor (que parece un señor, se comporta como un señor, tiene voz de señor, pene de señor, pero se hace llamar, me lo invento, Emma) es un señor. Así que miro hoy a Canadá como miraba a Italia dos semanas antes de que nos confinaran cuando aquello del Covid: como miraría acercarse desde la mecedora del porche a un oso sabiendo que no tenemos munición en la escopeta. Y solo nos quedan tres latas de cerveza. Maldita sea. 

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