THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Ciudadanos es culpable

«Cs ha abandonado a una clase media constitucional, antinacionalista, que buscaba un espacio de centro donde congeniaran alianzas con el PSOE y el PP»

Opinión
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Ciudadanos es culpable

Inés Arrimadas.

Si le suena fuerte la frase de «Ciudadanos es culpable» es que, seguramente, nunca ha votado a Ciudadanos ni ha sentido ningún apego por este partido. Pero para los millones de españoles que sí le dieron todo su apoyo en los últimos años, la frase puede resultarles incluso suave.

Ciudadanos es culpable porque con su fracaso se ha hundido la opción más innovadora, moderna y atrevida que ha habido para el centro en los años de democracia en España. Un espacio político de pacto, dialogo y negociación con los dos grandes partidos. Un espacio en el que originariamente se establecían unos criterios socio-económicos que la mayoría podrían asumir o admitir, desde socialdemócratas hasta liberales. Con planteamientos laicistas, regeneradores para las instituciones, respetuosos con las minorías y con una historia original al nacer desde Cataluña y expandirse hacia toda España, lo que implicaba una auténtica novedad en nuestra democracia.

Y sobre todo porque planteaban un proyecto territorial, donde se limitaría el poder centrifugo que, legislatura tras legislatura, imponían los partidos nacionalistas en un chantaje continuo al que siempre accedieron, y a veces incluso con entusiasmo, tanto el Partido Socialista como el Partido Popular. Ciudadanos venía de ser el partido más votado en una Cataluña supuestamente independentista. Fueron valientes y consecuentes y ganaron. Eran el mejor baluarte constitucional contra la avaricia desmedida de nacionalistas e independentistas.

Ciudadanos fue un partido bisagra en la mejor acepción de este término que solo los ignorantes y soberbios desprecian. Al contrario, la bisagra es la que permite el funcionamiento, el movimiento, el cambio y la alternancia con dos posiciones distintas. La bisagra es pequeña, pero controla, limita y maneja el movimiento del cuerpo mayor. Nunca la bisagra fue mejor entendida por todos que cuando Ciudadanos daba su apoyo al Partido Socialista en Andalucía y al Partido Popular en la Comunidad de Madrid.

El salto a un partido de ámbito nacional liderado por el fundador Albert Rivera fue sorprendente por la rapidez y las expectativas que creó. Tan rápido y tan atrayente que Rivera tocó con los dedos el cielo en las encuestas nacionales, que le llegaron a colocar como el partido más votado. También rozó el cielo cuando en una operación política de película el PSOE y Ciudadanos firmaban el acuerdo de 200 medidas para un «gobierno reformista y de progreso» que implicaba el apoyo a favor de la investidura de Pedro Sánchez como presidente de Gobierno. Una firma que Sánchez y Rivera realizaron como gesto en la sala Constitucional del Congreso, que está presidida por los retratos de los siete «padres» de la Carta Magna. Un pacto que suponía la derogación de la reforma laboral del PP y de la Lomce, una reforma de la Constitución, una reforma fiscal y laboral, una defensa cerrada de la unidad de España y un rechazo frontal a la consulta soberanista en Cataluña.

Pero el pacto no gustó a nadie más. Ni populares ni Podemos estaban por la labor y no salió adelante. En ese momento ocurren dos fenómenos simultáneos en sus líderes. Pedro Sánchez confirma algo que ya pensaba, que para triunfar tiene que decir y hacer lo que haga falta, lo que sea y con quien sea. Da igual, aunque sean los hasta entonces odiados Podemos e independentistas.

Y Albert Rivera entra en un proceso mental, napoleónico dijo con certeza el que fuera aliado Manuel Valls, de considerarse el auténtico líder de la derecha. Ahí empieza la deriva de llevar a su partido a un espacio en el que lo único que busca son los votos del PP.

Ya sabemos como acabó la película. Sánchez duerme tranquilo por las noches, ha sacado tres presupuestos generales dando a los independentistas y a Podemos todo lo que le han pedido. 

Y Rivera acabó en su casa. Se creyó mejor que Pablo Casado y se la pegó. Su sucesora Inés Arrimadas, que sigue siendo una de las mejores oradoras del Congreso, demostró que sólo era eso: una gran oradora. Sus jueguecitos en Murcia y Castilla y León fueron aplastados en Madrid por Isabel Díaz Ayuso y el efecto tsunami se llevó por delante a Ciudadanos no solo en Madrid sino también en Castilla y León y Andalucía. Desde entonces los intentos de supervivencia en Ciudadanos solo provocan mayor división interna, más víctimas y más huidos.

Llega el 28 de mayo con autonómicas y locales y la única imagen que garantizaba en Ciudadanos cierto tirón electoral, Begoña Villacís, decidió por solidaridad, inexperiencia o mal medida ambición, pegarse también un tiro en el pie al jugar con la posibilidad de pactar con el PP con el fin, decía ella, de sobrevivir a las urnas. Y encima Ayuso la rechazó y despreció.

El desastre el 28-M va a ser de tal calibre que muchos cargos piensan ya en retiradas honrosas, e incluso indignas, del partido con tal de no ser arrollados y sobre todo de poder encontrar abrigo, y cargo si es posible, en el partido de Feijóo, que tiene los brazos abiertos para acogerlos.

Ciudadanos es culpable. Culpable de haber abandonado a una clase media constitucional, antinacionalista, que buscaba un espacio de centro donde congeniaran alianzas con los partidos socialista y popular, de forma que se moderara a los dos y a la vez se les evitara el extremismo y el chantaje de formaciones como Vox o Podemos y, en mayor medida, de independentistas y nacionalistas.

Algo pasa con nuestro centro. Es un espacio que hay que cuidar, mimar, regar con todo tipo de dialogo y negociación. Ciudadanos lo pudo hacer, estuvo cerca. Pero entre todos sus dirigentes lo mataron y él solito se va a morir el 28 de mayo. Ciudadanos es culpable. DEP.

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