THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Aprender a escribir: viajar

«Una vez descubierto París, Vargas Llosa descubre América Latina. Es el beneficio del navegante, que cuanto más lejos está de su país, más fácil le resulta conocerlo»

Opinión
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Aprender a escribir: viajar

Erich Gordon

Los franceses conocen desde niños un poema que comienza con este verso: Hereux qui comme Ulysse a fait un beau voyageDichoso quien, como Ulises, ha hecho un bello viaje y al cabo de los años regresa a su cabaña, junto a los suyos, lleno de experiencia y razón. Allí puede recordar todos los grandes hechos y los paisajes grandiosos que ha conocido. El poema, uno de los más bellos de toda la literatura, acaba con un suspiro de amor hacia su tierra: más que el aire marino, dadme la suavidad angevina, dice el navegante. Joachim du Bellay, nacido en el Anjou, cambiaría todas las rutas marinas que llevan a los héroes de mar en mar y océano en océano, por un rincón angevino, un retiro sin mármoles en el que humea la chimenea de la casa familiar.

Estos finales poéticos sólo los merecen los grandes navegantes. Y el poema me lo ha recordado nuestro querido Mario Vargas Llosa, después de su última hazaña, tras conquistar, espadín en mano, su sillón de la Academia Francesa. Como Du Bellay, también Mario ha recorrido el ancho mundo, ha conocido guerras y paraísos, sociedades admirables y odiosas, pero, sobre todo, ha escrito decenas de grandes relatos para leer a la vera del fuego, mientras humea la chimenea de la casa paterna.

Su vida ha sido extensa e intensa. Comienza en 1953, cuando un adolescente de 17 años se deja un bigotillo recto y cortante que le acompañará muchos años, y decide desafiar a su padre. No seguirá el camino marcado por la familia sino el suyo propio. Comienza así la singladura inmensa que le llevará desde un rincón peruano hasta el Reino de Flaubert donde se coronará en 2023 con casi noventa años y tras haber averiguado algo que no imaginaba.

«En este enorme viaje descubre lo equivocado que estaba sobre sí mismo»

En este enorme viaje descubre muchas cosas, pero quizás la más importante para cualquier aventurero: descubre lo equivocado que estaba sobre sí mismo. Desde su Arequipa natal, él siempre había querido ser un escritor francés, pero una vez llegado a París y tras la intensa lectura de Flaubert, de Hugo, de Balzac, de Zola descubre un mundo literario que se le había escapado: el de Borges, Cortázar, Onetti, Paz, García Márquez… Es decir, que sólo una vez descubierto París descubre también América Latina y se convierte en un escritor latinoamericano. Ese es el enorme beneficio del navegante, que cuanto más lejos se encuentra de su país, más fácil le resulta conocerlo. O quizás descubrirlo, porque Mario Vargas descubre la literatura latinoamericana justo cuando ya controla perfectamente la gran literatura parisina.

«Aquí, en París, escribí mis dos primeras novelas», proclama con orgullo en su discurso de ingreso a la Academia Francesa, recogido en un volumen de ensayos sobre su pasión francesa, titulado con un resabio de ironía novelesca Un bárbaro en París (Alfaguara). Y es que, pocas páginas más atrás, había dicho en su discurso: «Empecé entonces, en Francia, a escribir en español y a sentirme un escritor del Perú y de América Latina». No hay nada comparable al descubrimiento de sí mismo, cuando uno lucha durante años por llegar al lejano reino admirado en donde no va a encontrar otra cosa que la sombra que le persigue desde su nacimiento y que ahora le abraza.

El resto es bien conocido. Mario Vargas se convertirá en una de las grandes voces americanas, creará mundos propios originales y grandiosos que compartiremos todos los españoles y americanos como algo propio, pero además le leerá el mundo entero, ganará el premio Nobel y tras años de aventuras, guerras literarias y escritura de gran nobleza y perfección, acabará por redactar el discurso de un bárbaro en París el cual, espadín en mano, toma posesión del antiguo reino de Flaubert, de Balzac, de Hugo, y, finalmente, también de Vargas Llosa. «Feliz aquel que, como Ulises, ha hecho un bello viaje…»

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