THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Ucrania después de la guerra

«Difícilmente la viabilidad futura de Ucrania va a resultar factible sin su integración en la Unión Europea»

Opinión
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Ucrania después de la guerra

Manifestación contra la guerra de Ucrania en Madrid. | AFP.

Las imágenes televisivas de la destrucción material a raíz de la invasión rusa, esa que ahora cumple un año, acaso tengan como efecto involuntario el hacer perder de vista que Ucrania ya era un país económicamente destruido mucho antes de que los tanques del Kremlin cruzasen las fronteras del país. Un profundísimo marasmo de su aparato productivo, representado por estructuras industriales heredadas de la época soviética, pura arqueología tecnológica de las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX, que empujó a la emigración a nada menos que a ocho millones de ucranianos durante los primeros treinta años de existencia del país en tanto que Estado soberano e independiente. Porque Ucrania constituye a estas horas trágicas un país económicamente inviable, pero es que ya era un país económicamente inviable desde tiempo atrás

Algo, esa dimensión crónica de absoluta catástrofe estructural, que ilustra el hecho de que Ucrania constituya uno de los doce países del planeta -solo doce en todo el mundo-  que obtuvieron tasas absolutas de crecimiento negativas durante el cuarto de siglo anterior al año 2017. El inequívoco aspecto europeo de los ucranianos hace muy cuesta arriba el creer que compartan con Yemen, Burundi y la República Democrática del Congo los últimos puestos ranking del desempeño económico global. Pero justo esa era su situación un minuto antes de que sonara el primer disparo en el frente. Porque no estamos hablando de uno de los países más pobres de la muy pobre Europa postsoviética, sino de uno de los países muy pobres del mundo entero. Baste para hacerse una idea aproximada de su situación que el Estado más pobre entre todos los miembros de la Unión Europea es Bulgaria. 

«El día que acabe esa guerra en los frentes, empezará otra en los despachos»

Bien, pues Bulgaria poseía en enero de 2022, antes de que empezara a sonar el estruendo de los cañones rusos en el Donbass, un PIB per cápita tres veces superior al de los ucranianos. En concreto, el PIB per cápita de la pobrísima Bulgaria alcanzaba los 12.300 euros, mientras que el de Ucrania apenas rozaba los 4.400. Insisto, datos de antes de la guerra. Un erial, ese que ilustran las estadísticas macro de Ucrania, llamado a provocar tensiones políticas profundas en el seno de la Unión a partir del instante en que se establezca un alto el fuego permanente, lo que más pronto o más tarde deberá ocurrir. Porque difícilmente la viabilidad futura de Ucrania va a resultar factible sin su integración en la Unión Europea. Pero esa adhesión estaría llamada a materializarse en el peor momento posible para las finanzas europeas; el peor. Y es que el Brexit, la fuga de uno de los grandes contribuyentes netos del club, ha supuesto perder anualmente unos diez mil millones de euros a Bruselas. 

Un quebranto que solo se podía compensar por tres vías. La primera, reduciendo los gastos. La segunda, incrementando las aportaciones al fondo común de los demás Estados. Y la tercera, ampliando las fuentes de financiación propia de la UE. Al final, se optó por un híbrido entre la primera y la tercera. Pero ni así cuadran las cuentas cuando, además, hay que añadir a la columna del dispendio los nuevos costes asociados a la descarbonización y los propios del proyecto Next Generation. Dicho de un modo más rápido y directo: se acabó el dinero generoso para la agricultura, que supone la partida que más sufrirá los recortes inevitables. Y resulta que Ucrania es el país que posee el sector agrícola más voluminoso, tanto en producción como en número de personas ocupadas en él, de toda Europa. Y eso significa que se convertirá, de la noche a la mañana, en el primer receptor, con gran diferencia sobre todos los demás, de las subvenciones agrícolas. He ahí un polvorín político que terminaría estallando en los campos de Francia, España, Italia y Alemania. Y eso sin contar la inmensa factura de la reconstrucción. El día que acabe esa guerra en los frentes, empezará otra en los despachos.

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