THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Seis tesis sobre el diálogo social

«El diálogo social es una ficción en la que un sector minoritario se impone al resto, en nombre de los intereses generales, contra los que conspiran»

Opinión
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Seis tesis sobre el diálogo social

Yolanda Díaz, junto a representantes de los sindicatos.

1) El diálogo social es fascista. La teoría democrática consiste en que el pueblo elige a unos representantes, que se constituyen en legisladores y en fiscalizadores de la acción del Gobierno, desde el Parlamento. En unas democracias, como la nuestra, el Parlamento elige al Gobierno. En otras, lo hacen los ciudadanos de forma directa. Y el Gobierno, con el Parlamento y dentro de las leyes, dirige la política. Dirige demasiados asuntos, muchos de los cuales deberían recaer en la propia sociedad, pero esa es otra cuestión.

La teoría organicista, o la democracia orgánica, propone que sean las instituciones «naturales» las que representen a cada sector de la sociedad. Y que el Gobierno, como representante del bien común (guiño-codazo), haga de árbitro entre ellas. Esta idea, tan querida por el fascismo, es la que la sociedad española ha asumido con candidez. 

Los dos principios son distintos, y en ocasiones son contrarios. Se pretende que el ámbito de la regulación de las relaciones laborales recaiga en el llamado «diálogo social», y lo que se pacte allí tiene que ser aceptado por el ámbito de la democracia. 

2) Es diálogo, pero no es social. Lo peor del diálogo social no es que no sea democrático, sino que no es social. No consiste en una miríada de negociaciones de las partes, cada una en el ámbito de lo que le pertenece. Los «agentes sociales» dicen representar a colectivos muy grandes (empresarios, trabajadores), pero con los que, en realidad, tienen una relación parcial y muy sesgada. Son como órganos políticos: hablan en nombre de otros pero sólo representan sus propios intereses. 

3) La advertencia de Adam Smith. «Los comerciantes del mismo gremio rara vez se reúnen, siquiera para pasar un buen rato, sin que terminen conspirando contra el público o por alguna subida concertada de precios». Esta advertencia de Adam Smith es tan cierta hoy como lo fue hace dos siglos y medio, cuando publicó La riqueza de las naciones

«El marxismo convenció al movimiento obrero de que hay unos intereses irreconciliables entre las empresas y los trabajadores»

El diálogo social ha favorecido que los empresarios se asocien en patronales, y les ha colocado muy cerca del proceso político en cuestiones que les afectan directamente. Quien crea que esto ha sido una buena idea, es que no ha leído a Adam Smith.

4) Los sindicatos no son lo que eran. Hoy cuesta siquiera imaginarlo, pero los sindicatos eran muy diferentes de lo que son. El influjo del marxismo convenció al movimiento obrero de que hay unos intereses irreconciliables entre las empresas, cualquiera de ellas, y los trabajadores. Todos. Y que, en esas condiciones, la única política posible es la de la confrontación y la denuncia de que los empresarios explotan a los trabajadores. El discurso de explotación no es sincero. Los sindicatos están pidiendo constantemente la ampliación de los contratos, cuando cada uno de ellos es una explotación, según las organizaciones. 

Antes de que la mala digestión de Carl Marx transformase a los sindicatos, se parecían más a sociedades de apoyo mutuo. De su lado comenzaron a gestarse una serie de instituciones en el ámbito privado que, de haber seguido, serían más efectivas y menos costosas que nuestro Estado del bienestar. 

5) Contra las pequeñas empresas. A los sindicatos les ocurre lo mismo que a los empresarios; si se reúnen, no es para favorecer al común de la sociedad. En primer lugar, son muy poco representativos. Están afiliados a los sindicatos el 12,5% de los trabajadores españoles; uno de cada ocho. Sobre todo, en las Administraciones Públicas, y en las grandes empresas. 

En segundo lugar, lo que defienden tiene alguna relación con los trabajadores que están ya empleados; no con todos en general, y desde luego no con quienes buscan trabajo y no lo tienen. Los parados no se afilian ni votan en las elecciones sindicales. Su actuación está encaminada a proteger a quienes están ya trabajando de la competencia de otros trabajadores. 

«Las regulaciones medioambientales, las laborales, y el salario mínimo son instrumentos para ahogar a las empresas de menor tamaño»

Y eso que ocurre con los parados, pasa también, y especialmente, con las empresas más pequeñas. Lo que temen las compañías grandes es la competencia de otras empresas. Por eso hay una confluencia de intereses que se manifiesta en poner barreras al crecimiento de las empresas, para que no haya ninguna de tamaño pequeño o mediano que se convierta en una amenaza para las que ya están asentadas. Las regulaciones medioambientales, las laborales y el salario mínimo son instrumentos para ahogar a las empresas de menor tamaño. 

También los convenios colectivos. Las grandes empresas son más productivas, y pueden pagar mejores sueldos. Los convenios colectivos los deciden los sindicatos con las grandes empresas, y los salarios que pactan son los adecuados para ellas. Si el convenio se hiciera empresa a empresa, las de menor tamaño podrían adaptar los acuerdos a su realidad. Pero tienen que aceptar una situación que no les conviene, impuesta por quien sólo quiere limitar la competencia. Por supuesto, aquí el consumidor ni pincha ni corta. 

6) El Leviatán. Ni siquiera patronal y sindicatos son autónomos. En 2022, el Gobierno pagó el silencio de los sindicatos ante la mayor caída en el poder adquisitivo de los sueldos en las últimas décadas con 17 millones de euros en ayudas directas. Quien paga manda.

La situación de los empresarios es aún peor. Dependen del Estado tanto para recibir ayudas, como para los contratos públicos. Y un cambio en la regulación de un sector puede hundirle o catapultarle. 

En definitiva, el diálogo social es una ficción en la que un sector minoritario se impone al resto, en nombre de los intereses generales, contra los que conspiran. Es la vieja política.

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