La patria soy yo
«Ferrovial no se ha convertido en una empresa antipatriota por dañar la imagen de España, sino por haber perjudicado los planes electorales del Gobierno»
A propósito de la decisión de la empresa Ferrovial de trasladar su sede corporativa a Países Bajos, se ha oído hablar mucho del término patriotismo, un concepto difuso muy utilizado en la política y que suele servir para destacar los méritos propios y refutar los del contrario.
Se escuchó mucho hablar del patriotismo durante el franquismo para remarcar la separación entre buenos y malos españoles. Dejó de usarse después durante algunos años en los que España sustituyó la retórica por las reformas, y retornó de lleno al vocabulario político con la aparición de Podemos, que importó a nuestro país la vieja pomposidad izquierdista latinoamericana del Patria o Muerte.
Asediados por la demagogia, algunos racionalistas trataron de rescatar ideas como la del patriotismo constitucional y otras que sirvieran para darle algo de sentido a una palabra que, si no se objetiviza, corre el riesgo de ser utilizada simplemente para dividir a la sociedad y agredir al rival.
Patriota es una de esas palabras que cualquiera en la calle definiría sencillamente como aquel que ama a su país. En realidad, es una palabra hermosa que viene a definir una implicación sentimental con una comunidad en la que se comparten historia, valores y voluntad de progreso. En manos de la clase política, sin embargo, se ha convertido en una simpleza más a la que se recurre sin motivo ni razón, un comodín del que se echa mano habitualmente para alertar del peligro que representa el partido contrario.
En manos de este Gobierno, a juzgar por sus continuas reacciones a la adversidad, la patria parece ser el propio Gobierno. En el lado opuesto, el de los antipatriotas, están todos los discrepantes. Antipatriotas son ahora los directivos de Ferrovial por su decisión de sacar su sede de España, de la que se puede discrepar, como de cualquier medida empresarial, pero que responde a una lógica de la globalización que en ocasiones nos beneficia y en otras, nos perjudica.
«Si el Gobierno considera que esta decisión es dañina para España en términos económicos, habría que concluir que Google debería trasladar a Estados Unidos su campus de Madrid»
Si el Gobierno considera que esta decisión es dañina para España en términos económicos, habría que concluir que Google debería trasladar a Estados Unidos su campus de Madrid y su centro de investigación de Málaga, que Renault debería llevarse a Lyon su planta de Valladolid y que Carrefour debería devolver a Francia los cerca de 40.000 empleos que actualmente ofrece en España. Si el Gobierno estima que el daño no es económico, pero sí reputacional, debería de haber dado ejemplo él mismo antes defendiendo la reputación de las empresas españolas. No hace más daño a la reputación de España Ferrovial trasladando su sede a los Países Bajos que la que hace el Gobierno tratando a los empresarios españoles como unos desalmados avariciosos.
Lo que le duele al Gobierno no es la reputación de España, sino su propia reputación. La patria no es España, sino el Gobierno. Ferrovial no se ha convertido en una empresa antipatriota por dañar la imagen de España, sino por haber perjudicado los planes electorales del Gobierno.
En la lista de antipatriotas estaban ya antes otros empresarios, como Ana Botín e Ignacio Sánchez Galán, de los que el propio jefe del Gobierno dijo que, si «ellos» protestaban es que «nosotros vamos en la buena dirección». Ellos y nosotros, siempre la misma dialéctica. Los malos y los buenos, los antipatriotas y los patriotas.
Antipatriotas son también los políticos que se atreven a criticar al Gobierno fuera de España -privilegio, el de hablar mal de los rivales, que Pedro Sánchez se reserva para sí mismo-, antipatriotas son todos aquellos que exponen argumentos contra el Gobierno a las comisiones europeas que visitan Madrid, antipatriotas son los que critican a Marruecos, los que den la razón al primer ministro de Holanda. Antipatriotas son los que duden del buen crédito del Gobierno en el exterior y quienes no den por hecho que su presidente es el gobernante más reconocido en Europa. Antipatriotas son prácticamente todos los miembros de la oposición, pero también muchos periodistas que niegan que nuestras leyes supuestamente feministas sean un ejemplo en el mundo o que este Gobierno haya batido ningún récord histórico más que el de la incompetencia en la gestión. Antipatriotas son quienes rebaten las cifras económicas, quienes ponen reproches a la gestión de la pandemia o hacen preguntas sobre cualquier caso de corrupción que no sea del PP.
Los únicos que no son antipatriotas son los diputados independentistas catalanes que prometen abiertamente desde la tribuna del Congreso que harán todo lo posible para que a España le vaya mal o los dirigentes de Bildu que rinden homenaje a los etarras en el País Vasco. Tampoco son antipatriotas quienes nos dividen con sus consignas, aprueban leyes que benefician a los delincuentes o usan el dinero del contribuyente para hacerse encuestas favorables y propaganda personal.
Todos estos no son antipatriotas porque, pese a sus defectos, tienen el buen criterio de apoyar al Gobierno, la verdadera patria.