Conchita, la fuerza de una viuda del 'comando Madrid'
«Sería bueno entender también que la institucionalización de Bildu promovida por el Ejecutivo de Sánchez no hace desaparecer los asesinatos de ETA»
La idiocia de quienes están al mando de la Facultad de Políticas de la Complutense llenó hasta los topes el auditorio del Centro Cultural Galileo en una tarde de viernes en Madrid. Las estúpidas trabas encadenadas para que un par de asociaciones de aguerridos jóvenes universitarios -S’Ha Acabat y Libertad Sin Ira- pudieran organizar en su facultad de la Complu una jornada titulada Tengamos memoria: contra la apología de ETA sirvió de reclamo para que nos sumáramos a la convocatoria un nutrido puñado de añosos que atesoramos en los pliegues de la memoria retazos de nuestra juventud.
No se cabía y, ya con eso, los organizadores podrían haberse dado por contentos. Los seis invitados, tres profesores y tres víctimas de ETA, ofrecieron muy interesantes y complementarios puntos de vista en sus intervenciones. Y los muchachos que, en nombre de ambas asociaciones, tomaron la palabra, demostraron que son de pensamiento articulado, tienen la cabeza bien amueblada y cuidan su preparación para hablar en público. Pues ya está. Suficiente para una fría tarde de un 3 de marzo.
Pero no. Además, hubo magia y fuerza. Ésas las puso Conchita Martín. Contó su historia después de Marimar Blanco y Ana Velasco, hermana e hija de dos asesinados por ETA. Y después de que el maestro Fernando Savater y los profesores Carmen Ladrón de Guevara y Carlos Casadevante expusieran los argumentos de fondo; Carmen como abogada de las víctimas, un mundo al que llegó como estudiante. Pero Conchita sumó una conexión cómplice. Es una mujer menuda de incansable sonrisa, siempre coqueta y con algún pacto con el calendario que la mantiene invariablemente joven y animosa. Desde el 21 de enero del año 2000, Conchita es la viuda del teniente coronel Pedro Antonio Blanco García. Sólo una viuda sola.
El coche bomba con el que el ‘comando Madrid’ dejó a Conchita sola con sus dos hijos preadolescentes transformó a un ama de casa como tantas en una mujer inesperadamente carismática que hoy, ya con dos nietos, sigue yendo por los colegios que la llaman para contar a los críos qué fue eso de ETA y el terrorismo, y por qué sería bueno que no se borrara como algo que nunca ocurrió. Hacía años que no coincidía con ella. Estaba, como otras veces, acompañada por su hija, a quien no pude evitar decirle: «dentro de nada, tu madre va a ser más joven que tú». Estuvo de acuerdo: «¡ya!, no sé cómo lo hace».
El periodista Ángel Expósito acaba de publicar «Mi abuela sí que era feminista»; un buen título para esta semana del 8-M que arranca con unas cuantas páginas dedicadas a Conchita. Eso sí, los secretos que se guardan en los libros merecen no ser desvelados al potencial lector… para dejar que sea allí donde quede por escrito cómo un coche bomba puede reventar a una familia al completo. «Salimos cada uno por un lado», contó ella el viernes.
Lo que no queda ni en el libro ni en parte alguna es ese misterio capaz de transformar a una mujer que sólo se ocupaba de su casa y sus hijos como esposa de un militar en una fuerza de la naturaleza capaz de atrapar, con un sencillo relato mil veces repetido, la atención, la simpatía y la complicidad de casi cualquier auditorio. Es la fuerza mágica de eso que llamamos carisma, una cualidad inimitable que, en ocasiones, descolla de forma insospechada y que acompaña, inmarcesible, a muy contadas personas.
Hasta 2014 no se celebró el juicio por ese primer asesinato de ETA de aquel año 2000. Se ocupó de defender a la víctima la abogada Carmen Ladrón de Guevara, una de los tres profesores que intervinieron el viernes en el Galileo. Después de romper la tregua con el teniente coronel Blanco, ETA sumaría 23 muertos en aquel arranque del siglo. Del marido de Conchita se ocupó el ‘comando Madrid’, que había aprovechado la tregua para acumular una miríada de seguimientos a jueces, políticos, militares, periodistas… bajando a Madrid desde su piso-franco en Salamanca. Por entendernos, dedicaron la tregua a localizar y planear objetivos.
«Ahora, en 2023, los cuatro condenados a más de cien años de cárcel cada uno por aquel atentado en la esquina de la calle Pizarra con Virgen del Puerto ya han sido acercados al País Vasco»
Ahora, en 2023, los cuatro condenados a más de cien años de cárcel cada uno por aquel atentado en la esquina de la calle Pizarra con Virgen del Puerto ya han sido acercados al País Vasco y, antes de que Conchita se dé cuenta, encadenarán permisos con el tercer grado y con una temprana puesta en libertad.
Los menos jóvenes que nos colamos en el acto universitario como veterana protesta a las múltiples trabas para la cancelación pretendida por la Complu llevamos décadas cursando la asignatura del terrorismo. Sabemos que es una forma vil (y asesina) de forzar la consecución de fines político ilegales (e inaceptables). Medios viles para fines ilegales: aterrorizar a todos con el asesinato selectivo de algunos para que lo inaceptable acabe asumiéndose como mal menor.
El problema se agrava cuando lo inaceptable es aceptable (o hasta deseable) para una parte de la sociedad. Eso, tal como contó Savater, ocurría en el País Vasco incluso en los años más sanguinarios de ETA. Como también ocurría con el IRA en Irlanda del Norte. ¿Podría empezar a ocurrir en algunas limitadas zonas (guetos) de Europa con el terrorismo islámico? Pensémoslo.
El problema se agrava un poco más cuando las potenciales víctimas se sienten compelidas a hacer lo imposible para enmascarar su condición de objetivos señalados por el terror ante sus seres queridos. Conchita lo reconoció (más o menos) así: «A los niños les decíamos que su padre trabajaba en la oficina. Del colegio, otros niños decían que su padre era médico o ingeniero. El suyo iba a la oficina. Siempre le vieron vestido de civil. Solo una vez, al volver de un acto oficial, mi hijo le vio de uniforme y exclamó: ¡Papá es un soldado!». El chaval tenía nueve años cuando mataron a su padre y tuvieron que explicárselo todo de golpe.
«Hoy, el partido que representa y defiende (desde la legalidad) la agenda política de ETA es un socio imprescindible del Gobierno de Pedro Sánchez»
El problema termina de agravarse cuando los fines ilegales, que además se perseguían con medios criminales, se transforman en legales. Y cuando sus promotores quedan institucionalizados como parte de «la dirección del Estado». En eso estamos. Hoy, el partido que representa y defiende (desde la legalidad) la agenda política de ETA es un socio imprescindible del Gobierno de Pedro Sánchez.
El fin último de esa agenda que hoy defiende Bildu sigue siendo ilegal: lo es la independencia del País Vasco, anexionándose Navarra y parte del sur de Francia, para implantar en todo el territorio una república de corte marxista-leninista. Pero eso se entiende como una agenda de máximos que tampoco nadie pretende cumplir mañana. Puestos a comprender lo incomprensible, sería bueno entender también que la institucionalización de Bildu promovida por el Ejecutivo de Sánchez no hace desaparecer los asesinatos de ETA. Al menos, no debería borrarlos. Pero el hecho cierto es que sí está borrándolos.
En ese borrado hay dos tipos de damnificados. El primero y más evidente son las víctimas del terrorismo. Murieron para nada. Por utilizar una expresión de moda: ‘¡A ti qué más te da!’. El segundo somos todos. Por utilizar una expresión pasada de moda: ‘Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla’. Y la historia del terrorismo de ETA es aún muy reciente en España.
«Convendría recordar que hay una forma muy vil de hacer política que consiste en forzar la consecución de fines ilegales con el terror que extienden los asesinatos selectivos»
Convendría, simplemente, recordar que hay una forma muy vil de hacer política que consiste en forzar la consecución de fines ilegales con el terror que extienden los asesinatos selectivos. Y que esa forma tan vil de pervertir la política reventó aquí familias, como la de Conchita, hasta hace bien poco.
Convendría, para que ese recordatorio sea posible, tener en cuenta que los auditorios a quienes hace falta convencer son diversos. Para convencer al auditorio decreciente de los convencidos vale cualquiera, literalmente. Para persuadir al auditorio (ojalá amplio) de quienes están dispuestos a escuchar buenos argumentos, valen gentes tan valiosas como los tres profesores convocados en el Galileo, y también víctimas con discurso articulado, como Mar Blanco o Ana Velasco, también citadas el viernes por las imprescindibles asociaciones juveniles convocantes. Pero, ¡ay!, para galvanizar a los dormidos, para despertarles con una sencilla historia, y lograr que pasen a engrosar alguno de los otros dos auditorios, hace falta la magia y la fuerza que regala el carisma. Y hay muy pocos con esa fuerza mágica. Conchita, sólo una viuda sola del ‘comando Madrid’, es uno de esos pocos.