¡Viva el feminismo!
«Feminismo sí, pero no como patente de corso para legislar conforme a los propios intereses, con independencia de los resultados obtenidos»
No ha sido fácil la vida para la mujer en España, incluso cuando las circunstancias parecían estar cambiando, por lo menos en los círculos ilustrados. Podría acumular los casos contemplados a lo largo de mi experiencia, en particular como estudiante y joven profesor en la década todavía no utópica de los 60. Uno de los más curiosos fue el de un notorio, y luego longevo, economista que trató con éxito de servirse del papel de la mujer como objeto de consumo ostentoso, en el sentido de Thorstein Veblen, para felicitar a su mujer «por su licenciatura» en el prólogo de un libro sobre Europa y así hacer inevitable el aprobado para un catedrático amigo cuando ella estaba en el nivel cero de conocimiento. El ridículo de la mujer al servicio de un figurón.
Otro me tocó muy de cerca, para mi futura mujer, estando yo enfangado en un proceso de anulación de matrimonio: en el acto de su doctorado, el miembro más progresista del tribunal, paciente de su familia médica, no dejaba de dirigirse en sus intervenciones a «la señorita B», mientras nuestro pequeño hijo correteaba por los alrededores. El inconsciente no le llevaba a asumir el cambio de valores. Tampoco al profesor de Economía que cada vez que apuntaba a una alumna, se refería a ella como «esa tía». O al novio de una compañera de curso católica, que ante el riesgo de un viaje fin de carrera, decidió encomendármela por mis virtuosos antecedentes, y ella se lo tomó en serio. Me costó escapar.
Casi el más significativo en mi entorno del desfase vigente fue el caso de un brillante pensador que al proyectar su matrimonio con una licenciada con quien yo tenía buena relación académica, luego abocada a altos destinos, quería prohibirla que ejerciese como docente. Luego se conformó con prohibirla conducir. Lo malo es que tampoco dejaba conducir a ninguna otra mujer. Así que para asistir juntos a un pequeño congreso en el sur de Francia, estando yo con un esguince y vetadas mi mujer y la suya, tomó el volante en un viaje interminable, porque aún no había autopista y él era bastante cegato.
Podría citar bastantes más ejemplos de una subalternidad que aun en los años 80 encontraba su refrendo en una legislación discriminatoria , y en una realidad abiertamente desfavorable para el género femenino en todos los niveles. Es algo que conviene tener siempre en cuenta para afrontar los posibles excesos y dislates de algunas feministas de hoy, como cuando Irene Montero se refugia en unos jueces «machistas» para esconder el fracaso de la parte penal de su ley de sólo sí es sí.
«Mujeres y transexuales vivían en una situación que era preciso reformar a fondo»
La propensión de llevar hasta el extremo la sensibilidad feminista es una consecuencia lógica de ese punto de partida, lo cual no excluye la pertinencia de afrontar el debate cuando una exigencia pueda parecer ridícula -y a lo mejor no lo es-, o abiertamente cuestionable. Y lo que se dice de los derechos de las mujeres, vale para los trans. Pero el camino no debe ser el tomado por Feijóo de limitarse a calificar de absurda la ley y anunciar su supresión si llega a gobernar. Mejor sería poner por delante los aspectos negativos de la ley, para hace balance y justificar entonces su eventual supresión. Mujeres y transexuales vivían en una situación que era preciso reformar a fondo. Este debe ser el campo del debate.
Lo mismo vale para la ley de Paridad: suena a efectista, por la fecha, y mecánica. Sánchez pone una y otra vez la carreta delante de los bueyes, y nada mejor que unas cifras redondas para la venta de un producto, pero parece bueno que no todas las categorías pasen de inmediato al 50%o el 40%. Hubiera sido mejor fijar un pronto punto de llegada y valorar cada proceso. Y acordarse de los jueces, que creo -tal vez me equivoco- están olvidados.
En suma, feminismo sí, por encima de errores transitorios, pero no feminismo como patente de corso para legislar conforme a los propios intereses, con independencia de los resultados obtenidos. Es siempre el defecto de UP, que por otra parte reúne la curiosa característica de tener a dos mujeres en el frontis, cuando todo el mundo sabe que detrás del tinglado se encuentra un hombre, Pablo Iglesias. Por lo menos, hay una concordancia milagrosa entre el fundador y las ministras. Nada ofensivo reside en esta apreciación, lo mismo que sucede con la existencia de una correlación afectiva y política en los ascensos. Las dificultades encontradas por Yolanda Díaz para encontrar un lugar en la izquierda podémica, a pesar de haber recibido la designación del Jefe, muestran que el funcionamiento del mecanismo responde a lo dicho.
«El feminismo de Podemos representa una seña de identidad política, subordinado al éxito de su marca comercial»
Lo más grave es, sin embargo, que el feminismo de Podemos representa una seña de identidad política, enteramente subordinado al éxito de su marca comercial y a las exigencias de esa etiqueta llamada progresismo que sirve para pensar en blanco y negro, sin ser capaz de argumentar. En la Segunda República, Rafael Alberti cantó al lenguaje imperativo y maniqueo del comunismo soviético en su poemario Consignas. Hoy Pablo Iglesias y sus seguidores piensan y venden su mercancía política en consignas. No hay que hacerle el juego a Estados Unidos, y eso sirve tanto para condenar el embargo de Cuba, como la OTAN o la ayuda a Ucrania. Un lenguaje rotundo y útil para la movilización, no para el razonamiento. Y, claro, estupendo para descalificar a todo lo que no encaje en este mundo de simples y sectarios.
Habría que calificarlo de progre, como se decía en torno al 68: la mona vestida de seda. Así no hay manera de enterarse de nada, porque lo impide la práctica de lo que el viejo profesor calificó adecuadamente: «No hay peor ciego que el que no quiere ver». A estas seudofeministas no les importa que 700 violadores y abusadores vean reducidas sus penas, e incluso salgan a la calle: los culpables son los jueces reaccionarios, Pedro Sánchez se va con la reacción, etc. Entonemos una jaculatoria: «De estas feministas, feministas guiadas por Pablo Iglesias, líbranos Señor». Confiemos en que la actual crisis será la base de una recuperación.
Hasta aquí nos movíamos en el error sectario. Pero no cabe olvidar lo que este progresismo apolillado, estrictamente post-soviético, causa de cara a la sensibilidad de lo que sufren las mujeres en el resto del mundo. ¿Cómo van las diputadas Belarra y Montero a ser sensibles ante el aplastamiento, los crímenes del régimen de los ayatolás contra el movimiento feminista en Irán, si Irán es antimericano, luego progre? ¿Cómo van a denunciar la suerte de las mujeres uigures musulmanas, sometidas a la tremenda represión China, si China es también antioccidental? ¿Cómo van a preocuparse de la mujer en el islam, y no solo con los talibanes? No vale la pena seguir. Basta con releer los comentarios de UP hechos públicos sobre la movilización en Irán, celebrando sus previsibles resultados positivos, para medir el nivel de miseria intelectual, humana y política de este falso feminismo. A pesar de ello, hay que seguir con la pancarta: «¡Viva el feminismo!».