Infección vaginal
«El 8-M se proclamó para que nos levantáramos contra la desigualdad y no para achicarnos con tanto estiércol político a cuenta de nuestro género»
Qué cansancio esto de ser mujer. Qué agotador es estar todo el día protegiendo tu vagina de unas y otros. De los hombres para no sucumbir, de algunas mujeres para que no la secuestren. Lo de ayer en Madrid fue una pelea de barro de lo mas falócrata, de lo más machista. Mujeres peleándose con mujeres. Unas, dicen, por la paridad y las otras, por la parida (lo único que saben hacer y aportar en política: paridas). Féminas golpeándose, con los pies hundidos en el lodo que ellas mismas fabricaron con sus torpes manos y su porquería mental.
Con una diferencia horaria de tan sólo media hora, unas pedían la abolición de la prostitución de la que disfrutan hombres de sus filas y otras presumían de su ley para proteger a las mujeres de los violadores que, a su vez, libera violadores de la cárcel. Espectáculo denigrante para gozo de los dos machos alfa excitados con la pelea de sus chicas en la calle. Para Sánchez e Iglesias ha sido, una vez más, un a ver quién mea más lejos, como todo lo que tiene que ver con el feminismo y con la madre de los hijos del morado.
El 8-M se proclamó para que nos levantáramos contra la desigualdad y no para achicarnos con tanto estiércol político a cuenta de nuestro género. Nos están derrotando con el hastío y en el nombre del feminismo acabarán devolviéndonos a nuestras labores por agotamiento y rendición. Hasta la vulva estamos de tanta performace y tanta tontería. Preocúpense de nuestros salarios, de nuestras oportunidades, de nuestro liderazgo, de nuestra integridad física, de nuestra desigualdad doméstica… y dejen que decirnos con quién nos tenemos que acostar, cómo nos tenemos que dar placer y por dónde y cuándo nos pueden penetrar. Faltaría más.
«¿Tanta lucha de tantos años para que ahora una panda de irracionales incapacitadas para la función pública decida por todas nosotras?»
No sé qué celebramos ayer. Aún no lo sé. Como en la resaca de un mal vino, sólo vimos una gran borrachera de poder. En vez de un movimiento, algunas parecían una puñetera banda latina. ¿Tanta lucha de tantos años para que ahora una panda de irracionales incapacitadas para la función pública decida por todas nosotras? Hemos ido a peor, es obvio. El dinero de nuestros bolsillos sólo ha servido para llenar los suyos, no para avanzar en nada. Seguimos con la misma desigualdad salarial, el mismo techo de duro cristal y con el mayor paro femenino de los últimos años.
Como si eso no fuera suficiente, nos han mandado a la casilla del inicio con la ley trans, que encierra pocas ventajas a las que se declaren hombres e infinitas a los que se declaren mujeres. Y pretenden que con la ley paritaria se nos pase la ira que llevamos encima con la tanda de leyes indignantes. Porque, de qué vale un porcentaje de representatividad en las empresas si el sexo puede definirse al antojo de las ambiciones. Y luego, el mantra feminista insiste que el único que puede darle patadas a una mujer es su hijo antes de nacer; ya, el único, por cierto.
Muchas nos levantamos cada día sabiendo que cuando vayamos a trabajar no nos podemos despistar, no sea que el puesto se lo hayan dado al amigo de tal, o que el sueldo de tu compañero lo hayan disfrazado de tantos complementos y pluses que nos sea imposible alegar desigualdad porque, como siempre, hecha la ley hecha la trampa. Miren, igual hemos llegado a ese punto en el que para que las mujeres consigamos la igualdad, tengamos que ir al registro a decir que somos hombres.