Prodigiosamente exjóvenes
«La juventud es una ilusionante inversión de futuro que a los padres y madres nos sale muy cara»
Ciertamente el sistema no estaba pensado para que viviéramos masivamente cien años, o esperáramos vivirlos, y tiene un problema con todos los que no nos queremos morir. Ciertamente hay que revisar el sistema de pensiones, que ahora mismo se asemeja más a una estafa piramidal que a una seguridad social seria. Pero, en mi opinión, lo primero que hay que revisar es la idea de que hacerse mayor es malo, o te convierte en una carga, o te reduce a ser un ente que sólo genera molestias y requiere cuantiosos cuidados.
Yo, que ya no cumpliré los 45, soy madre de una persona que hace 17 años vive de sus padres y que ni se plantea a medio plazo dejar de hacerlo, emanciparse o buscar trabajo. Tal y como van las cosas hoy en día es fácil que, de buscarlo, tampoco lo encontrara. O que no encontrara nada que valiera el esfuerzo de dejar atrás la protección paterna y materna, que al paso que vamos puede perfectamente prolongarse 17 años más. La juventud es una ilusionante inversión de futuro que a los padres y madres nos sale muy cara. Sólo en libros escolares, los padres y madres de los estudiantes de la ciudad de Barcelona se gastan cada año unos 50 millones de euros, por ahora sin ayuda ninguna de la Administración. Subrayo el por ahora.
Yo, que ya no cumpliré los 50 tampoco, tenía también un padre que habría cumplido 85 años el pasado mes de octubre, pero en marzo se murió. Mi padre hizo por mí lo mismo que yo hago por mi hija hasta que con 24 años me fui de casa. Volvió a hacerlo en alguna ocasión de zozobra económica. Mi padre jamás fue una carga para mí. Todo lo contrario. Fue un valor refugio en lo material y en lo moral, un escudo frente a soledades e injusticias, una inagotable reserva de munición vital y de valores, una fuente de ánimo y de inspiración. Todo lo que soy y he conseguido en la vida se lo debo a él, a su empuje, a su ejemplo y hasta a nuestra sublime manera de no estar de acuerdo. Lo cuento en mi último libro, Carta a mi padre independentista, recién editado por Almuzara.
A dónde quiero ir a parar: que cuando mucho se promete (y en general poco se cumple) crear departamentos y oficinas y negociados y toda clase de artilugios políticos para ocuparse de la «gente mayor», se suele invertir la carga de la prueba, de la evidencia y hasta de la razón. La gente mayor (¿mayor de qué edad? ¿de 60 años, pongamos?) no es una calamidad. Es un cúmulo de oportunidades que de entrada ya merece muchísimo más respeto intelectual. Es absurdo glorificar, o glorificar tanto, o glorificar en exclusiva, una etapa existencial, la juventud, que con suerte ya cubre un 25% de la aventura. Si más o menos vivimos lo que todos esperamos vivir, pasaremos mucho más tiempo siendo exjóvenes que jóvenes.
«Hay que revisar el sistema de pensiones, que ahora mismo se asemeja más a una estafa piramidal que a una seguridad social seria»
Entonces, aparte de ocuparnos seriamente de las pensiones, y de las residencias, y de los cuidados, y de que no falte de nada, ¿no estaría bien empezar a ver el mundo como es, como en realidad ha sido siempre, antes de que a todos nos entrara un absurdo pavor antiaging, casi casi más disuasorio que el mismísimo miedo a morir? Una cosa es promover el envejecimiento activo, la salud en la tercera edad, y otra cosa es vivir la longevidad como un castigo. Vivir más y mejor debería ser visto como un éxito. En la línea de ese ideal japonés del ikigai, que atribuye la larga y la buena vida a tener un buen motor, un buen propósito. Una dignidad que siempre va a más, nunca a menos.
Hay que empezar a abrir el foco y, del mismo modo que se hacen infinidad de ofertas culturales, de moda, de redes sociales, de entretenimiento, de diseño urbano, etc, para jóvenes y superjóvenes, pues también tenemos que tener ciudades, calles, cines y festivales para adultos, muy adultos y prodigiosos exjóvenes. Hay que volver a sentir un temblor de respeto ante los más vividos y sabios, ante aquellos que nos preceden en todos los caminos.
Ah, y en estos días de resaca feminista: hay que honrar la madurez como antes se honró la juventud, sacándole toda la diversión y el partido. Hay que evolucionar en belleza y en sensualidad, concebir que hay más edades interesantes que las estrictas de Lulú, que no se trata de esconder la fecha de nacimiento ni de «conservarse bien», sino de avanzar abriendo puertas, no cerrándolas. ¿Qué sentido tiene levantar según qué escandaleras en la calle, si no somos capaces de reivindicar el orgullo a ser una mujer mayor de 50, 60, 70 años? Para empezar, a partir de ciertas edades es cuando ya no te dejas embaucar tan fácilmente, ni tan fácilmente dar lecciones, de si tienes que ir en coche o en patinete, con sujetador o sin tacones, de si tienes el derecho o incluso el deber gubernativo de masturbarte. ¿A lo mejor es por eso que nadie se atreve a hablar en serio de la población veterana? ¿No tendrán miedo de despertar un enorme dragón dormido de rebeldía?